Una historia de mierda

Si ayer conté un par de historias electrizantes, para hoy tengo una historia de mierda. Pero no es una de esas cosas de mal humor o de desdicha sino, literalmente, una historia de mierda. Tuvo lugar hace un par de días.

Tal vez recordéis que el fregadero de la cocina (aquí lo llamamos «la pila») no tragaba bien. Lo típico: el agua comenzaba a desaparecer por el desagüe tras abrir el grifo pero, tras los primeros compases, dejaba de hacerlo, con lo cual se estancaba y después el nivel comenzaba a subir. El siguiente paso lógico era cerrar el grifo. Tras varios intentos de mi padre con un líquido desatascante, que por cierto todavía estoy por encontrar uno que funcione, se hizo obvio que habría que escalar.

Asumí la responsabilidad de la operación.

Lo primero que hice fue documentarme, y lo hice como se suele hacer en el siglo XXI: con vídeos de Internet. A menudo este es el prolegómeno del desastre, pero déjame continuar.

Encontré un vídeo acerca de cómo desatascar el desagüe de un fregadero. Parecía fácil: ahí abajo estaba el sifón, y el sifón tenía unas cuantas roscas. Se pone la palangana debajo, se desenroscan las diferentes partes y luego se sigue improvisando. Lo podrías poner como «se desenroscan las diferentes partes y luego blah blah blah». Muchas de mis conversaciones con Daniela también transcurren así, de ahí sus quejas y que esté aprendiendo, poco a poco, a ir un poco más allá. Sí, también discurrían así muchas de mis conversaciones como programador. Este es un patrón común a muchos contextos en mi vida y, por tanto, con gran potencial de mejora.

También es cierto que, se desenroscan las diferentes partes y después ya se verá, pues lo que tenga que hacer más tarde dependerá de lo que encuentre, así que para qué profundizar más en esta parte del proceso. Siempre puedo regresar más tarde al vídeo y recopilar la información necesaria. Mis procedimientos también tienen sus razones.

Así que comencé haciendo sitio bajo el fregadero.

Bajo el fregadero se guardan muchas cosas: botes, frascos, botellas, un cubito de plástico con una esponja… Fui sacando todo organizadamente, pues, teniendo en cuenta que mi padre es un friki de la organización, seguro que la posición de cada objeto ahí abajo era el fruto de un proceso de profunda reflexión que había llevado años. Luego, metí una palangana bajo el sifón. De hecho, primero metí una ensaladera vieja que encontré por la cocina.

—Mete una palangana, que tiene más radio.

—Es que no sé si va a caber, que es muy grande.

—Mete una palangana, hombre.

Así que metí una palangana bajo el sifón. Me pregunto si una palangana es una de esas palabras que sólo usamos en esta parte de España.

Desenrosqué la parte inferior del sifón. Poca mierda. Luego desenrosqué el sifón mismo desprendiéndolo de la tubería que sacaba el agua de la cocina.

El sifón parecía estar bastante limpio. Algo mugriento, pero limpio. Lo saqué al fregadero del paellero y lo limpié mejor.

Si el problema no estaba en el sifón, entonces el siguiente punto a inspeccionar era esa tubería que salía de la cocina.

Con ayuda de mi padre y de mi tío, metimos una manguera en la cocina y la llevé hasta la boca de la tubería en cuestión. Mi padre quedó a cargo de la llave de la manguera y mi tío hizo las veces de enlace, ya que debido a la medio sordera de mi padre y de mi tío, que son gemelos, necesitaba un amplificador intermedio para comunicar exitosamente mis instrucciones. En precaria cadena de mando, pusimos en marcha la manguera para comprobar que algo pasaba en esa tubería. Aunque salía casi todo, tenía mucho potencial.

Mi padre sugirió que revisáramos una arqueta en el suelo del jardín junto a la cocina. Cuando la levantamos, el espectáculo fue impresionante por dantesco.

En el hueco se encontraban varias tuberías, y de uno de los extremos del mismo partía una tubería de salida. El interior del hueco estaba lleno de un líquido marrón oscuro. Una inspección más detallada, tras la primera impresión, permitió determinar que aquello no era líquido sino más bien sólido. Aquel montón de mierda, a lo largo de los lustros, se había petrificado. Era increíble de ver.

Mi padre trajo algunas herramientas de jardinería y el cubo de basura de jardín. Con una pequeña pala metálica, de rodillas sobre el suelo y metiendo el brazo en la arqueta hasta el hombro, golpeé la negruzca superficie cada vez con más fuerza hasta que conseguí hacerle mella. Era increíble de sentir. A partir de ahí, fui troceando aquello con paciencia y asco, mucho asco.

Había pocas cucarachas, lo que sugería que la fumigación que hizo mi padre hace un tiempo había funcionado, pero las pocas que había se movían con soltura sobre la mierda, tanto la rocosa que estaba desmenuzando pacientemente como la acuosa que empezaba a adivinarse bajo la misma. Las arcadas iniciales se habían transformado en simple puro asco y, unos minutos más tarde, aquello solamente era una curiosa sensación acompañado de un olor intenso. Increíble la capacidad de adaptación del ser humano.

Pacientemente, troceando aquel palmo de mierda petrificada y sacando las diferentes partes a la superficie para meterlas en cubo, fui liberando aquel marrón. Un rato después sólo quedaba un líquido negruzco por el que nadaban las cucarachas a braza. Entonces decidimos que habíamos llegado lo suficientemente lejos.

En la cocina, repetimos de nuevo la operación de la manguera para comprobar con júbilo que el agua desaparecía en su totalidad tubería abajo. A partir de ahí, volver a montar el sifón y colocarlo en su lugar. Después, volver a poner los veinte botes bajo el fregadero en sus lugares originales.

—¿Estás poniendo cada cosa en su lugar? —preguntó mi padre al verme realizar la operación.

—Estoy poniendo cada cosa en su lugar.

—Ah, muy bien.

Cerrar portezuela bajo el desagüe y abrir el grifo para comprobar que el desagüe vuelve a tragar como el primer día. Éxito total para la operación cocina, y a la primera. Como la operación «arrancar moto» nos demostró el otro día, no siempre se consiguen las cosas a la primera.

Y qué satisfacción, oiga. Gracias a mi padre y a mi tío por su apoyo logístico y emocional y gracias a la persona que compartió el vídeo en Internet. Ya sé hacer una cosa más.

Completamente inconexo e irrelevante, como viene siendo habitual, hoy la foto diurna y complementaria de la que compartí ayer.

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