Un ejemplo de prosperar

Hay un asunto con el que insisto en estas páginas y es el de prosperar. Prosperar es una acción que conduce a la prosperidad. No es fácil tener ejemplos claros acerca de lo que eso significa, así que voy a aprovechar algo que me ocurrió recientemente para poner un ejemplo de lo que considero prosperar.

Hace doce años, cuando resolví que en lugar de suicidarme dedicaría el resto de mi vida si fuera necesario a encontrar lo que me ocurría y ponerle fin, eso era para lo que vivía. Años más tarde, acercándome cada vez más al final de esa meta, una meta subyacente ha empezado a emerger. Esa meta es prosperar.

Prosperar es algo bastante abstracto. Enséñame a alguien que está prosperando. ¿Qué hace? Pero esa abstracción es útil porque caben muchas cosas dentro de prosperar mientras que, a la vez, da una cierta dirección que resulta de utilidad.

He probado a definir lo que considero prosperar y podéis encontrar una definición en el manifiesto de este sitio, si recuerdo correctamente ahora. Sin embargo, hace un par de semanas me encontré con un ejemplo que ilustraba adecuadamente este proceso de prosperar y que puede dar todavía más claridad a lo que me refiero.

De entrada, prosperar es estar cada vez mejor. Avanzar en la vida en una dirección de mejoría que no sólo se relaciona con el área de la salud sino también con otras áreas de la vida, como por ejemplo el dinero, las relaciones sociales, etc. Pero… ¿cómo se logra eso? Pues se logra dando pasitos muy pequeños pero muy constantes, de la misma manera en que se recorre cualquier camino largo.

Prospero porque estoy harto de estar mal. He estado los últimos treinta años muy mal y estoy harto. Tengo ganas de vivir y disfrutar de la vida, muchas ganas, y tengo hasta prisa por conseguirlo, así que hago, si no todo lo que puedo, desde luego sí mucho para avanzar en este propósito. Y eso es gran parte de lo que comparto en estas páginas y también en el podcast. Puesto de otro modo, encarno a la prosperidad, por raro que pueda sonar.

Cada día me levanto y hago para estar mejor. A menudo lo consigo. Llevo ya diez años de práctica y, como con cualquier otra cosa, con el tiempo y la práctica se le va cogiendo el tranquillo.

Mucho de esto, como cualquier otra cosa en la vida, funciona a base de hábitos.

Los hábitos están hechos de comportamientos que se repiten y que, después de mucha repetición, son interiorizados y prácticamente funcionan solos. Cuando un nuevo hábito pasa a funcionar solo, entonces podemos dedicarnos a crear otro.

En la vida, como sabemos, a veces ocurren cosas desagradables. Con la actitud adecuada, constituyen aprendizajes que nos permiten avanzar en la dirección que queremos. De esta manera, podemos llegar a dar las gracias por las desgracias.

Todo es útil cuando sabemos adónde vamos.

Incluso con viento en contra podemos ajustar las velas para seguir avanzando a nuestro destino.

Por ejemplo, hace un par de semanas estaba yo azorado con el asunto de mi padre.

Mi padre estaba en el hospital y, básicamente, se estaba muriendo. Yo, en la distancia, lo estaba pasando muy mal. Poco más podía hacer además de esperar y escuchar las noticias que me iban llegando.

El lunes por la mañana, me desperté en Múnich pero estaba en Valencia.

Me senté y me puse a escribir la columna de ese día. Mientras lo hacía, el teléfono empezó a sonar.

Cuando vi el número en la pantalla, ya sabía lo que había ocurrido.

Era mi terapeuta. Teníamos una cita a las once y eran las once y diez. Pronto me di cuenta de que había perdido la hora de terapia y que, además, tendría que pagarla. La hubiera podido aprovechar.

Tenía la cita en la agenda, pero no miré la agenda esa mañana. Recibí un aviso el día anterior recordándome que al día siguiente tenía la cita por la mañana, pero igualmente lo olvidé.

Aquel fallo me molestó mucho. Lo comprendí, dada la situación, pero me propuse que aquella fuera la última vez en que eso me ocurría. ¿Cómo hacerlo?

Decidí que, desde entonces, cada mañana, cuando encendiera el ordenador y me sentara a la mesa, antes de escribir la columna, revisaría la agenda del día. De esa manera podría asegurarme de lo que tenía por delante y ocuparme de ello.

La decisión es importante, pero no suficiente. Después queda la parte de practicar la acción hasta repetirla las suficientes veces de modo que funcione sola.

Al día siguiente, me senté, me olvidé y escribí la columna sin consultar la agenda del día.

No pasa nada. No es importante. Lo importante es corregirse y volver a la senda que conduce al camino que nos lleva hacia adonde queremos ir, en esta ocasión a construir el hábito de consultar la agenda como primera tarea del día.

A la jornada siguiente, me senté y, antes de empezar a escribir la columna, consulté la agenda. Lo he hecho desde entonces.

Eso es prosperar para mí: tomar decisiones, ajustarse a ellas y crear los hábitos que conducen a las metas.

Nueva foto de la última serie del Starnbergersee

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