Tal vez escriba mil palabras más y termine por hoy. A veces hay que escribir mucho y a veces es el momento de revisar lo escrito. Ahora es el momento de escribir mucho.
Hice una pausa. Subí a casa de la vecina y casera a por un tubo para rellenar el agua de la calefacción. Luego me preparé un té y unas zanahorias en trocitos.
Cuando trabajaba como programador en la oficina, hace un año, bebía café y comía chocolatinas. Podía beberme cuatro o cinco tazas cada día. Comía chocolatinas hasta que tenía suficiente.
Luego vino el coronavirus y el trabajo desde casa. Empecé a beber té. Luego empecé a comer trocitos de zanahoria. Al principio era muy raro. Sobre todo los trocitos de zanahoria.
Han pasado un par de meses. Ahora, cada día, a media mañana, me alegro al pensar en mis trocitos de zanahoria.
Hago una pausa, pelo una zanahoria, la corto en trocitos pequeños, como pequeñas chocolatinas, y los pongo sobre un platito. Mientras tecleo, hago pequeñas pausas y como trocitos de zanahoria. Están muy buenos. Están frescos y crujientes. Del café al té; de las chocolatinas a las zanahorias. Esa es la dirección adecuada. A mí me costó aprenderlo.
Todo depende de quién, y todo depende de para qué. Para mí, el sentido de la vida es ahora prosperar. Una parte fundamental de prosperar consiste en sanarme, en mejorar mi salud. Es sencillo. No se trata de ciencia de cohetes; son cosas sencillas que cualquiera puede comprender. Si cambio el café por el té y las chocolatinas por los trocitos de zanahorias, entonces estoy en la dirección correcta. De verdad, es muy sencillo. Otra cosa es que queramos hacerlo o estemos preparados para ello. Pero es fácil de entender.
Son las diez de la mañana y llevo ya dos horas de miles de palabras escritas. Más de cuatro mil; a razón de mil palabras cada media hora. Del café al té, de las chocolatinas a las zanahorias, de la programación a la escritura.
Es básicamente lo mismo: bebo algo, como algo, me siento frente al monitor y tecleo. Si se siente mejor, entonces voy en la dirección correcta.
Es curioso que en la vida pueda haber una dirección. Pero claro, la vida es una idea. Podemos hacer con ella lo que queramos. Puede tener un tamaño y unas dimensiones y podemos movernos por ella y encontrar direcciones. A veces basta con aprender a distinguir entre el bien y el mal. Eso es un buen principio.
Pero no es fácil. No necesariamente.
— ¿Has completado ya tu currículum en la web de la agencia de empleo? —me pregunta Daniela mientras corto zanahorias.
— No — respondo con un gruñido.
— Hazlo, así ya lo tienes.
Tiene razón, lo sé, pero estoy preguntándome cuánto tiempo más lo puedo posponer. ¿Es siquiera realmente necesario?
¿Necesito un trabajo? ¿Acaso no basta con escribir? ¿No podría ser mi trabajo escribir?
Mira, he escrito mucho en mi vida. Mucho de ello lo he escrito aquí, en El Sentido de la Vida. Nunca comí de ello. No importó lo mucho que escribiera. ¿Por qué tendría que ser diferente esta vez? ¿Tal vez por el té y las zanahorias?
Esta vez es muy diferente. Se siente muy diferente. He vivido más, he aprendido más. Estoy más maduro y estoy más equilibrado. Medito por las mañanas. Practico mi yoga por las tardes. A veces hablo y da hasta gusto oírme hablar. Pero de ahí a ganar un par de miles de euros al mes con los que pagar el alquiler, y la comida, y la luz y el agua, y la calefacción, y la gasolina, y comprarme ropa… No sé, son tantas cosas para las que necesito dinero. Y dos mil euros al mes es mucho para simplemente estar escribiendo unas columnas en un blog perdido en Internet. ¿Por qué tendría que ganar eso? ¿Por qué ahora sí?
Pues no lo sé. Estaría bien. Yo sólo sé que ahora tengo que escribir esto para quedarme tranquilo. Es una cuestión de paz, de paz mental y sobre todo emocional.
Me termino la zanahoria. Me sirvo algo de té.
Miro el contador de palabras: 700 Wörter.
El alemán es un idioma extraño, pero estoy en ese punto en que el español también lo es. ¿Por qué se llama Wort a una palabra? ¿Pero por qué se llama palabra a una palabra? Al fin y al cabo sólo se trata de un conjunto ordenado de sonidos que usamos para referirnos a algo. Estoy un poco entre dos mundos, entre el mundo alemán y el mundo español. Pero al fin y al cabo es el mismo mundo, y es un mundo humano.
Doscientas palabras más y habré terminado el siguiente churro. Doradito, con sus granitos de azúcar centelleantes, con sus diferentes tonalidades doradas. Crujiente, sabroso. Joder, echaba de menos escribir. Echaba de menos esa combinación de imágenes, de sonidos, de sabores. Echaba de menos la libertad de hacer algo que se me da bien de una manera natural. Echaba de menos la libertad de crear.
— Nos hemos puesto de acuerdo para saludar todos a los clientes de la misma manera —me explicaba mi jefe—: “Hola” y a continuación el nombre del cliente. Para despedirnos escribimos “Muchos saludos” y luego ponemos nuestro nombre.
Eso me valió las primeras veces. Luego empezó a sentirse encorsetado, forzado. Me dolía cada vez que escribía a un cliente en el sistema de tickets, sosteniendo una fachada que carecía de sentido para mí.
Cada cliente era diferente. Cada día era diferente. No podía escribir siempre lo mismo. Me hacía daño.
Lo hice durante año y medio. Por el dinero para el alquiler, para la comida, para la luz, para la tan necesaria calefacción en el invierno alemán. Lo hice por miedo. Cada vez me dolía más, cada vez podía soportarlo menos. Cada vez me tenía que contar más cuentos para mantenerlo en marcha, para poder soportarlo.
No tenía sentido. Podía hacerlo de otra manera. Otro modo tenía que ser, necesariamente, mejor.
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