Metafórica y literalmente, estoy en el proceso de vender la moto. «No me vendas la moto» se dice en español. Pues mira, yo estoy ahora vendiendo la moto. Es lo que me toca. Así que… ¿cómo hago para disfrutarlo?
Se me da mal vender cosas, así que tengo un gran potencial de aprendizaje. Y esta es una gran oportunidad para practicar.
Compré mi moto en 2007, si recuerdo bien. Era hacia finales de esa etapa en Regensburg, cuando yo era ingeniero molón, ganaba mucho dinero cada mes y empezaba a descubrir que no había dinero en el mundo que pudiera compensar aquella agonía que estaba viviendo.
Fue un poco como aquella tarde en que salí del trabajo después de pasar todo el día en la oficina, las ocho horas y algunas más, y pasé por delante de una de esas máquinas que venden tabaco en las calles alemanas. Por fin, aquella vez, me detuve delante del cacharro y dije:
—¡Qué diantres… me lo merezco!
Como diciendo:
—Con lo puteado que estoy, bien me merezco un cigarro.
De cómo eso puede tener sentido… eso me cuesta comprenderlo hoy. Las dos partes de la oración chocan extrañamente entre sí. Pero entonces, el sufrimiento hasta la extenuación me llevaba hacia la recompensa de un cigarro.
Fui hasta la máquina, metí cuatro euros y saqué un paquete de tabaco. Pedí fuego a alguien y de di una calada al pitillo. Puteado y fumando… ¡Ya era un hombre!
Extraño disparate hoy, entonces tenía sentido para mí. La lógica es difícil de explicar sin una capa adicional que podríamos llamar «lógica emocional». Pero vamos al asunto.
Como parte de aquel estado en el que me encontraba, algo más tarde vinieron las compras sin sentido, el comprarme cosas con la sencilla esperanza de encontrarme mejor.
—Estoy hecho una mierda: lo que necesito es comprarme algo caro.
Lo podrías resumir así.
Funcionaba. Me daba una especie de subidón.
Este subidón duraba entre un día y varias semanas, dependiendo de lo caro que fuera lo que me comprara. Desgraciadamente, al final de este periodo, como si pasara el efecto de la droga, volvía a mi estado habitual y ese «chute» pasajero quedaba detrás de mí. Volvía a ahogarme en mi propia mierda.
Tampoco era comprar algo nuevo lo que necesitaba. Un recurso menos que me quedaba disponible. ¿Qué tenía entonces que hacer para escapar de aquella pesadilla que estaba viviendo? ¿Qué más hacían otras personas?
Años más tarde, en 2008, regresé a España. Ese mismo verano estuve considerando detenidamente mi suicidio. Resolví seguir viviendo y dedicar mi vida a encontrar lo que me ocurría y ponerle fin. Me llevó doce años y medio… y contando.
La moto me prestó un servicio. De vuelta en Valencia se convirtió en mi principal medio de locomoción.
Recuerdo momentos de, en carreteras solitarias, ponerla a todo gas y pensar que en cualquier momento podría suceder cualquier cosa y matarme y verlo como un resultado aceptable para mis acciones y mi vida.
Afortundamente, con el paso de los años, las cosas empezaron a irme mejor. El trabajo intenso que hice conmigo mismo comenzó a dar sus frutos. Finalmente, en 2018, me mudé a Múnich y la moto quedó aparcada en casa de mi padre. Con una lona por encima, quedó allí viendo transcurrir las estaciones.
Yo quería venderla pero, sinceramente, no tenía fuerzas.
Se me partía el alma de verla allí, parada, con tanto por vivir.
Kawasaki Z750S, del 2006, treinta y poco mil kilómetros, todas las revisiones en concesionario, el 99% de sus noches a cubierto. Muy bien cuidada.
Tenía todavía mucho que ofrecer y allí estaba, cogiendo polvo y echándose a perder. Cada vez que regresaba a casa de mi padre de visita y la veía y me sentía incapaz de hacer algo por ella, me dolía.
Con el tiempo, la moto se convirtió en un símbolo de algo oscuro y doloroso en mi interior.
Esta vez llegué y me propuse venderla, o al menos avanzar en el proceso.
—Mañana.
Demasiado pesado. Demasiado doloroso.
Pero ayer, por fin, me animé.
—Venga Javier, quítale por lo menos la lona de encima.
Fui y le quité la lona, quitando los ladrillos que la sujetaban al suelo. Barrí el suelo de hojas y polvo alrededor.
Tenía buen aspecto. Se había conservado bien.
Con ayuda de mi tío, la llevamos a la parte en la que aparcamos los coches y le di un maguerazo y la limpié con cariño.
El depósito de gasolina estaba vacío. La batería estaba seca. Habría que ponerle gasolina y encontrar la manera de arrancarla, tal vez con unas pinzas o simplemente por gravedad, echándola calle abajo y cruzando los dedos. Pero de momento ya había hecho mucho más que dar un primer paso. Curiosamente, me sentía muy orgulloso de mí mismo.
A mi tío le encantó la moto. Le hizo un par de fotos y las envió a sus contactos con una pequeña descripción. Un rato después teníamos un par de interesados. Todavía hay que vender la moto por un precio justo, pero rápidamente la cosa pintó mucho mejor y eso me animó mucho. A veces sólo hay que dar el primer paso.
Ya he dicho todo lo que quería decir, pero me quedan cien palabras más. Es lo que tiene plantearse un reto con reglas fijas: tres meses de publicar, diariamente, mil palabras diarias. Pero quiero llevar este reto hasta el final, así que me toca crear todavía unas cuantas palabras más. En concreto, cincuenta más.
Y ojalá que esta moto encuentre un nuevo dueño pronto, porque tiene mucho que ofrecer todavía. A mí me sirvió fiel y segura, yendo conmigo a todas partes y formando parte de mi vida durante muchos años. Ojalá que encuentre a alguien que la quiera como la quiero yo.

Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.