Me levanto. Desayuno. Me ducho. Medito.
La meditación se alarga. He perdido la noción del tiempo. Hace ya un par de meses que dejé de usar el temporizador para asegurarme de que meditaba un mínimo de diez minutos.
¿Cuánto tiempo llevo meditando?
Con tan poco dolor, es tan agradable estar sentado en la silla sin hacer nada. Tal vez es el momento de recuperar el temporizador, pero esta vez con el propósito opuesto: que sólo medite diez minutos.
Enciendo el ordenador. Cierro la ventana del cuarto de baño. Pienso en el sapo de hoy.
El sapo de hoy consiste en entrar en mi perfil de usuario del INEM alemán y revisar el buzón de ofertas de empleo, probablemente ofertas de empleo como programador. ¿De qué si no?
—¿De qué quiere trabajar? —me preguntó el funcionario hace unos meses.
—Pues la verdad es que no lo sé.
—¿De qué ha estado trabajando en el último año?
—He estado trabajando como programador.
Programador será.
Desde entonces vengo recibiendo ofertas de empleo como programador. Muchas, demasiadas para mi gusto, teniendo en cuenta que es algo que no quiero hacer. Pero… ¿qué quiero hacer en su lugar?
Algo más artístico. Algo más como lo que vengo haciendo aquí. Algo más relacionado con personas y menos con las tripas de los ordenadores. Pero… ¿qué específicamente?
A esta pregunta todavía me estoy respondiendo.
Mientras tanto estoy a la espera de que, el día 16, comience el curso de orientación laboral que me paga el INEM alemán. Gracias por eso, por cierto.
Y mientras tanto… ¿me siguen llegando ofertas de trabajo?
Pues no deberían, porque ya he explicado en el INEM alemán que no quiero trabajo como programador.
Ya, no deberían. Pero… ¿lo hacen? Porque tengo la obligación de enviar solicitudes de trabajo a los puestos que me ofrezcan.
No deberían, pero… no lo sé.
Y el sapo de hoy consiste en averiguarlo.
“¿Cómo me lo puedo hacer más agradable?” me pregunto. “¿Qué tal un poco de música?”.
Eso puede ayudar, gracias.
Cojo el sapo por el anca y abro la boca. Lo hago bajar lentamente.
“Hace más de 90 días que cambió su contraseña por última vez. ¿Quiere volver a hacerlo?”.
No. Quiero acabar con esto rápidamente.
El sapo se revuelve. Está pastoso y frío.
Recuerdo trabajar como programador el último año y medio. Recuerdo la tortura que fue. Recuerdo las mañanas caminando hacia la oficina aguantándome las lágrimas. Recuerdo las jornadas laborales tragándome la angustia. Recuerdo a qué sabía ese sapo.
El buzón de correo electrónico contiene una de las llamadas “ofertas de representación”. Es de la misma empresa a la que respondí hace ya más de un mes. Les expliqué que había decidido que no iba a trabajar como programador aunque les agradecía el interés. Parece que se trata de mensajes automatizados.
Suficiente.
El sapo se deshincha y pasa por mi garganta. Baja por la tráquea y se instala en mi estómago. Me quedo con un regusto amargo.
Cierro la página del INEM alemán. En 11 días empiezo el curso de orientación laboral. Miro el castillo del INEM alemán en mi mente.
Se alza oscuro sobre una colina. El cielo está despejado y, aunque hace frío, sopla una suave brisa. El sol se pone. Todo parece en calma. Puedo proceder con la columna de hoy.
Joder, esto de aprender a tragarme el sapo como primera cosa del día… Buf, me da escalofríos.
Los sapos ya están dentro. Lo que ocurre fuera son simples metáforas manejables y actuables de los sapos interiores. Hacen más fácil y accesible tomar el sapo con la mano y llevárselo a la boca. ¿Cómo hacer los sapos más pequeños, más accionables, más agradables de engulllir?
¿Cómo sería si me los tragara con alegría? ¿Qué podría lograr entonces?
¿Cómo llego hasta allí?
¡Vamos!

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