The call

Esta es una historia que quería contar desde hace unos días, tal vez una semana, y que otras cosas más urgentes me habían hecho postergar. Vamos por fin con esta historia de la llamada: “The call”.

Estaba yo tranquilamente haciendo cosas irrelevantes con el ordenador para entretenerme cuando sonó el teléfono.

En la pantalla del dispositivo pude ver el número de mi asesor bancario.

Tengo cuatro duros en el banco.

Hace dos años, cuando empecé a trabajar en Múnich conduciendo coches, tuve que abrirme una cuenta en el banco para que me pudieran transferir el sueldo.

Por entonces yo estaba hecho polvo. Llevaba cuatro años recuperándome del Big Crunch y me echaba a llorar un par de veces a la semana por razones que… qué se yo. A veces seguramente de pura frustración. Salir e ir al banco y abrirme una cuenta era como escalar una montaña.

Intenté ponerle palabras a cómo me sentía. Me sentía como basura. Me sentía como un despojo. Probablemente decir que me sentía como pura basura era lo más acertado.

Ir al banco y abrirme una cuenta.

Una cuenta bancaria era algo que se necesitaba para vivir en sociedad. Había que pagar el alquiler, la luz, el agua… había que cobrar el sueldo. Es una de esas cosas vitales.

Por algún motivo, sentí que no lo merecía. Yo no merecía siquiera formar parte de la sociedad.

Era una basura. Me veía a mí mismo como un cubo de basura lleno de despojos. Allí esa manzana roída. Ahí esa piel de plátano. Las moscas revoloteaban a mi alrededor.

Y eso que llevaba cuatro años recuperándome.

Pero yo venía de experimentarme a mí mismo como un punto flotante en el espacio. Y no me refiero a eso como una experiencia puntual, valga el juego de palabras, de una experiencia que duró un momento y pasó; me refiero a que me experimenté a mí mismo así durante días, semanas y meses mientras que, trabajando en mi recuperación cada día, fui recuperando sensaciones horribles y distorsionadas que me hicieron sentir como una abominación anti-natural y me hicieron darme cuenta de la razón por la que me convertí, en primera instancia, en un punto flotante en la inmensidad del espacio mientras la vida se desenvolvía a mi alrededor de alguna absurda manera.

Sentirme como una basura había sido un logro para mí, un hito en mi recuperación, pero esas sensaciones se quedaban cortas a la hora de ir y abrirme una cuenta en el banco.

Abrir la cuenta en el banco, finalmente, fue una experiencia bastante horrible.

Paranoia.

Desde entonces, he seguido mejorando.

En un cierto punto, empecé a recuperar mi forma humana. Las horribles sensaciones corporales, distorsionadas, saliendo de mí y retorciéndose en todas direcciones, fueron volviendo a sus formas originales lenta pero seguramente. Pasé a sentirme como un horrible monstruo, luego como un monstruo y, finalmente, cada vez más como un ser humano. Hoy sólo siento mi columna retorcida y un extraño lazo entre mis hombros y mi cuello y me pregunto cómo es posible que me sienta así, aunque ha sido una pregunta que me ha acompañado desde el último lustro largo. Lo podría llamar “incredulidad cinestésica”: incredulidad ante lo que siento. Sencillamente, no es posible que me sienta así. No tiene sentido.

Hay muchas razones para que me sienta así, pero lo podríamos resumir en protección.

Pero vamos con el meollo de todo esto.

Desde hace doce años aproximadamente estoy obsesionado con mi recuperación. Vivo para recuperarme. Me lo prometí a mí mismo en 2008, que dedicaría mi vida entera si fuera necesario a encontrar lo que me ocurría y a ponerle fin, y desde entonces vivo para eso. En los últimos años, e incluso como parte de mi recuperación, otros factores han entrado en mi vida, como conocer a Daniela e irme a vivir con ella, volver a trabajar y, en última instancia, convertirme en padre. Pero todas mis flechas van en la misma dirección: recuperarme completamente. Y cada vez me queda menos.

Pero me refiero a que percibo los eventos en mi vida bajo ese prisma: cómo superar esos retos me ayuda en mi recuperación. Cómo, lo que hago cada día, me conduce a estar mejor; a prosperar. Y eso es lo que comparto aquí. De hecho, esa es la razón por la que estoy escribiendo esta historia.

Cuando descolgué el teléfono, oí la voz de una mujer al otro lado.

—Hola, le llamamos del Perry Bank. Quisiéramos concertar una cita con usted.

—Oh, ¿de qué se trata?

—Se trata de algo así como la recapitulación anual.

—De acuerdo. ¿Cuándo?

—¿Cuándo le viene bien?

Y aquí vino el ponerse de acuerdo en una fecha, que resultó tres semanas más tarde, cuando mi asesor volviera de vacaciones.

—De acuerdo. Gracias. Adiós.

Me dije:

—Bueno, así salgo de casa y me aireo, y veo al asesor, que es majo, y me entretengo.

Pero no tenía ni putas ganas de ir al banco. De hecho, temía que me vendieran algo más y que lo comprara.

Ya entonces me sentí empujado por una notoria necesidad de complacer a los demás a mi propia costa y, aunque esta necesidad se ha ido reduciendo, sigue presente.

Se lo conté a Daniela:

—¿Que vas a ir al banco? ¿En plena pandemia? ¡Pero si ni siquiera quedamos con amigos! ¿De qué se trata?

—Algo así como la recapitulación anual.

—¡Madre de Dios! Te querrán vender algo.

—Seguramente.

—Pues llamas y dices que no vas a ir; que, si necesitas algo, ya les avisas.

Glup.

De pronto me di cuenta de unas cuantas cosas desagradables que había sorteado una vez más.

El banco, los banqueros, los asesores bancarios… Criaturas sobrenaturales. Si los bancos se hundían, había que reflotarlos. ¿Cómo podía enfrentarme a ellos? ¿Cómo podía decirles que no?

Era superior a mis fuerzas.

Y me jodía. Me jodía mucho.

Me propuse llamar y cancelar la cita.

Mañana.

Tuve esa tarea delante de mí todo el día.

Ahora.

No, más tarde.

¿Ahora?

No, ahora no. Más tarde.

Joder.

Al día siguiente.

¿Ahora? No, ahora no, que me pilla mal.

Lo estuve posponiendo tres días. Lo tuve delante de mí tres días. A cada vez, le daba una patada y lo enviaba más lejos. No desaparecía, sino que simplemente se postergaba. Cerca o lejos, siempre estaba ahí. Cada vez sentía más angustia, más asco.

Al tercer día, no pude soportarlo más. Después de la ducha y la meditación, antes incluso de encender el ordenador y escribir la columna del día, cogí el teléfono y llamé al banco. Me sentía como si fuera a saltar de un avión a tres mil metros de altitud.

—Buenos días, aquí Perry Bank.

—Buenos días. Hace unos días me llamaron ustedes para concertar una cita, creo que estuve hablando con usted, para algo así como una recapitulación anual. Pues bien, lo cierto es que vengo de pasarme dos semanas en cuarentena por el coronavirus y me he hecho dos tests; mi mujer está embarazada y estamos extremadamente sensibles y cuidadosos con el tema del coronavirus, así que, a menos que se trate de algo verdaderamente importante, quisiera cancelar la cita que habíamos acordado.

—Oh… de acuerdo. Le dejo una nota a mi compañero.

—De acuerdo. Gracias. Que tenga un buen día.

—Gracias. Usted también.

Y añadió:

—¡Y buena recuperación!

Me quedé sorprendido. ¿Qué había entendido aquella buena mujer de lo que le había contado? Tal vez no soy el único que no escucha.

Me sentí eufórico. Lo había hecho.

Había hecho la puta llamada. Me había tomado un minuto y un salto desde tres mil metros. No es el tiempo, es la altura.

Joder, sentía que me podía comer el mundo. Si podía hacer algo así, ¿qué más podía hacer? Me sentía como un superhéroe descubriendo sus superpoderes.

De momento tengo el superpoder de cancelar citas en el banco, pero es una de esas cosas más que van sumando.

¿A alguien más le ocurre algo similar? ¿Cómo superamos estas mierdas?

Los que ya lo habéis superado… ¿Cómo lo habéis hecho, específicamente?

Gracias.

Primera de la nueva serie de fotos del Starnbergersee

Comentarios

4 respuestas a «The call»

  1. Avatar de Ed
    Ed

    Algunos párrafos en los que describías como te sentías como un despojo mientras trababas de recuperar tu forma humana, me ha recordado a La Metamorfosis de Kafka.
    A mi también me aterra hacer llamadas de teléfono o hacer gestiones con desconocidos, aunque luego no es tan grave, no se comen a nadie. Solo hay que dar el primer paso.

    1. Avatar de Javier

      Sí, es similar a La Metaformosis, aunque en vez de una cucaracha algo realmente extraño y en vez de vivirlo el protagonista del libro lo viví yo.

  2. Avatar de Diego
    Diego

    Grande 💪🏼! Yo también soy de naturaleza complaciente aunque cada vez intento mejorar. Sin Big Crunch que haga a tu inconsciente temer al resto de humanos es más fácil, claro. Y las llamadas también me cuestan aunque en mi caso es sobretodo por mi paupérrimo alemán 🤣.

    1. Avatar de Javier

      Pues nada, ¡a seguir aprendiendo!

Responder a Javier Cancelar la respuesta