Apuntan las seis de la tarde del lunes. Abro el portátil sobre la mesa de mi hermana, entre papeles con calendarios, rotuladores de colores y una agenda en cuya floreada y rosa portada un unicornio trisca alegremente. “Be a dreamer”, dice el título sobre el mismo. Procedamos con la columna del lunes.
Hoy he hemos hecho dos viajes al Bauhaus. Hemos comprado una estufa de gas para mi hermana tras una rápida introducción al mundo de las estufas de gas. Las hay de tres tipos: de infrarrojos, catalíticas y de llama azul. Al final nos hemos decidido por una… ¿catalítica? ¿De llama azul?
Un toallero y un tubo de goma. El toallero para reemplazar uno del cuarto de baño de mis padres, ya oxidado. El tubo de goma, para reemplazar un trozo de tubo del aparato de aire acondicionado, bomba de calor; la parte que sale del mismo y conduce al exterior el agua resultante de condensar la humedad del ambiente. De cascarle el sol, se desmenuzaba al tacto.
Una de las cosas que estoy haciendo estos días es bricolaje. Bricolaje, yo. Hace unos años, cualquier cosa que se saliera de aporrear el teclado de un ordenador era poco menos que fantasía para mí. Temía hacer las cosas mal. Olvidaba que, haciendo las cosas por primera vez, es fácil hacerlas mal. Ignoraba que hacerlas mal es mejor que no hacerlas. Con la práctica, cada vez las hacemos mejor.
He cambiado el grifo de la cocina. El puñetero grifo de la cocina. El agua sale de la pared, entra por el grifo y sale por el extremo del mismo. He cambiado el grifo de la cocina y funciona. Asombroso.
He cambiado la llave de paso de la cisterna del váter. El agua sale de la pared, entra en la llave y sale de la misma para llenar la cisterna. El teflón era tan antiguo que parecía una maraña de pelos de abuela, digamos que de la cabeza. Ahora todo funciona. El agua sale de la pared, atraviesa la llave y llena la cisterna. Todo seco. Asombroso.
He cortado el tubo del aire acondicionado. Lo he empalmado. Todavía hay que probarlo, pero podría hasta funcionar. Asombroso.
He desmontado los estores de la galería. Mañana compraremos unos nuevos y los montaré.
He puesto un cable nuevo en el tendedero.
El toallero resultó ser de un modelo parecido pero diferente, así que no pudimos reaprovechar los agujeros de los azulejos. Devolvimos el toallero y, en el bazar chino, compramos un spray de pintura plateada. He pintado el maldito toallero con un spray y hasta ha quedado decente, en cualquier caso mejor de lo que estaba.
Asombroso.
Segunda vez que pinto con spray en mi vida. Lo he hecho mejor que la primera: no tan asombroso. Hoy aprendí que es mejor hacerlo en días con viento en calma chicha.
El otro día, buscando algo con lo que distraerme de la angustia y del dolor, físico y emocional, recordé haber oído hablar de una serie de Fórmula Uno, la llamada “Drive to survive“. De pronto me di cuenta de que la ponían en Netflix, así que pensé que podía aprovechar mi, desde que nació Luqui, descuidada cuenta. Me puse un capítulo de la tercera temporada. Me gustó. Vi algunos más.
¿La habéis visto? Ignoro cuántos aficionados a la Fórmula Uno hay aquí.
Es una especie de serie-documental acerca de la Fórmula Uno, muy bien hecha y con muchos recursos, y que ofrece un vistazo tras las bambalinas de las carreras. A mí me gusta ver cómo piensan y cómo se desenvuelven deportistas que están en la cúspide de lo suyo y que, por ello, además ganan cantidades enormes de dinero. Más allá de eso, me encanta la Fórmula Uno. Amo este deporte. Me encanta verlo y me encanta jugarlo en el simulador de conducción en el ordenador, aunque lleve algunos años en el dique seco.
Quería descargarme algunos capítulos para verlos en el avión, pero resulta que no existe la posibilidad de hacerlo en MacOS. Sí en iOS, en Android, en Windows y en prácticamente cualquier otra cosa, pero no en MacOS. Tal vez me los baje al teléfono móvil, aunque prefiero tener el móvil pletórico de batería durante el viaje. En él llevo el billete de avión, el pasaporte covid y los mapas para llegar a casa, así que poca broma.
Y el domingo, en lo que ha resultado ser el único rato libre que he tenido hasta ahora en mi visita a Valencia a vaciar la casa de mis padres, me entretuve en programar en python, pues antes de partir me enteré de que los de openAI habían liberado la API del GPT-3 y la habían abierto para todos los públicos.
Tras un poco de programación, copiar retales de ejemplos de aquí y de allá, lo que podemos llamar “programación moderna”, y de probar diferentes cosas para que me aceptara el token de autenticación, conseguí obtener una respuesta del sistema. Un par de pruebas más para conseguir leer tan sólo una parte de la respuesta JSON: había conseguido escribir un pequeño programa que aceptaba un texto de entrada y devolvía la respuesta de GPT-3 para el mismo. Una vez más, me sentí como si hubiera puesto un cohete en la luna. Eso debe de ser orgullo, mucho. ¿Asombroso? No, natural.
Algo debo de tener que poder ajustar todavía, seguramente en los parámetros del motor de la IA, porque los resultados usando el GPT-3 playground son mucho mejor que haciendo la petición a través de la API mediante mi programa, pero es cuestión de sentarme y jugar con los mismos. Los resultados son asombrosos. Si le pido que me genere código en python, sólo le falta indentarlo. Eso me llevó a pensar en el Github copilot. Ahí todavía hay lista de espera. ¿Debería ponerme en la cola? ¿Lo habéis probado?
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