Pregunta Ed, en su comentario a la columna de «Las fuerzas vivas», qué opina la fisioterapia de mi caso. De hecho, cuando releo ahora el comentario, me doy cuenta de que ha preguntado qué opina la medicina traumatológica de mi caso. Es una lástima que ya desde ayer haya leído mal la pregunta, pues llevo desde que me desperté esta mañana cabreado con la medicina en general escribiendo un discurso encendido en mi cabeza.
Pero vamos a la pregunta y luego podremos pasar a temas de otro tipo. O tal vez esté todo relacionado. ¿Qué es la medicina traumatológica?
Ha habido dos etapas médicas en todo esto del Big Crunch: la primera etapa está compuesta por la peregrinación por las consultas de diferentes galenos en un vano intento de encontrar lo que me sucedía. El año pasado leí un anuncio en el periódico que decía algo así:
«¿Mareos? ¿Nauseas? Podría ser su columna vertebral. Acuda a un quiropráctico»
Pero estamos hablando de 2019. En torno a 1995, cuando me mareaba y vivía con ganas de vomitar y por fin se lo conté a mis padres y comenzó la parte médica de esta historia, las pesquisas fueron rápidamente hacia el estómago. Recorrimos un camino equivocado durante muchos años.
La segunda etapa médica comenzó cuando, después de un par de años de recuperación, por fin superé mi desconfianza en los médicos lo suficiente como para recurrir de nuevo a uno. Acudí a un traumatólogo que me recomendó mi tía Marisa.
El hombre me envió a hacerme una resonancia magnética. Cuando la bandeja de la máquina se detuvo antes de meter en la misma algo más que el cuello, yo no me lo podía creer. La toma solamente iba a sacar el cuello.
La fiesta empezaba mucho más abajo.
Aún así, me envió a rehabilitación fisiológica. Luego me recetó más sesiones. Luego más sesiones.
Durante más de tres meses, a lo largo de 60 sesiones, estuve acudiendo casi cada día a que me hicieran un breve masaje, me dieran calor en la espalda y me aplicaran unos electrodos. Me parecía muy poca cosa y sólo relativamente apropiada, pero por lo menos era algo, y por eso les doy a todos las gracias. Cuando el médico por fin me despachó, me alegré de poder prescindir de su incompetencia. Sinceramente.
Poco después, reflexionando acerca de esta etapa, me di cuenta de que yo estaba más centrado en probar la incompetencia de aquel médico que en ayudarle a recuperarme.
Yo estaba hecho una piedra. Era un bloque de hormigón. Me costaba respirar y me costaba hablar. Me costaba distinguir entre todo lo que yo decía solamente en mi cabeza y lo que, efectivamente, de todo aquello salía por mi boca. Yo podría haber dado mucha más información a aquel hombre. Yo podría haber colaborado mucho más. Yo podría haber hablado mucho más. No lo hice. Comprendo al médico y me comprendo a mí. Hicimos lo que pudimos.
Pero le doy las gracias: aquellas 60 sesiones de fisioterapia me hicieron recuperar un poco más la fe en los médicos y me permitieron avanzar un poco más en mi proceso de recuperación.
A lo largo de este proceso he tenido momentos en los que me he estancado, momentos en los que las diferentes partes han dejado de moverse para quedarse atascadas y lo han hecho proporcionándome grandes picos de dolor. Ha sido en estos momentos en los que, en mi desesperación, he recurrido de nuevo a los médicos. La última vez fue en Alemania el invierno pasado.
Después de pasar un par de noches revolviéndome en la cama sin poder dormir, acudí al médico.
Aquella mañana, en aquella consulta, me sentí como si estuviera en un hospital de campaña y fuera estuvieran cayendo bombas. Los médicos corrían de un lado para otro, el médico que me atendió me acribilló a preguntas, le importó poco menos que un comino lo que le conté y me despachó tan rápido como pudo. Yo fui incapaz de detenerle. Esta vez no sólo tenía el dolor incapacitante, sino que además, al abrir la boca, tenía que explicarme en alemán. Entre otras cosas, me envió de nuevo a hacerme una resonancia de solamente el cuello. Estuve una semana entera echándome en cara el no haberle dicho nada al respecto.
Así, a la semana siguiente, cuando volví a la consulta, encontré la manera de decirle que, a mi modo de ver y sentir, el cuello era solamente la punta del iceberg de todo aquello, lo que se podía ver, y que sería conveniente hacer también una toma del pecho. Afortunadamente, me la recetó gustosamente. Gracias.
En el sitio en el que hacían las resonancias, me hicieron volver. Ahora tenía dos citas: una para hacerme una imagen del cuello y otra para la imagen del pecho. Me hicieron regresar una semana más tarde. Me hicieron meterme otra vez en aquel tubo de metal y estar diez minutos soportando de nuevo la tortura de estar quieto y tumbado, algo que no había conseguido en dos semanas de cama. Conseguí hacerlo incluso llevadero induciéndome un trance.
El médico me recetó cinco sesiones de fisioterapia y me dijo que encontrara a otro galeno, que lo que yo tenía quedaba fuera de su campo de experiencia.
Yo seguí recuperándome por mi cuenta.
No me fío de los médicos, la verdad. No recurro a ellos a menos que sea completamente necesario. No quiero dejar mi salud en manos de nadie. Yo me comprendo.
A lo largo de los años he ido encontrando lo que me ha funcionado. Mis ejercicios en el suelo, las meditaciones, el yoga, la sauna, el Kieser Training. Poco a poco me he ido confeccionando un programa diario que me permite seguir avanzando, día a día, mejor o peor. Se trata de un conjunto de cosas que están en mi mano, que me permiten tomar la responsabilidad de mi recuperación y avanzar en el camino. Funciona. Solamente cada uno sabe lo que es recuperar la salud. Reconozco que mi actitud tienen potencial de mejora, pero también reconozco que tengo mis razones para actuar como actúo.
Y ya he pasado de las mil palabras, pero antes de despedirme quiero mencionar algo más.
Ha habido un par de veces, una cuando acudí a terapia del dolor y otra cuando inicié la terapia psicológica actual, en que se me mencionó que lo mío era un asunto psicosomático. Yo tengo mi propia acepción de psicosomático, pero por si acaso estuviera equivocado, he tirado de diccionario.
De la RAE:
1. adj. Med. y Psicol. Que afecta a la psique o que implica o da lugar a una acción de la psique sobre el cuerpo o al contrario.
Eso para mí es como decir «que atañe al ser humano».
La acepción que yo conocía es la de la Wikipedia:
«Es un síntoma físico que se supone producto de un padecimiento mental»
Te puedes imaginar cómo me sentí cuando una médico me dijo que mis síntomas físicos eran producto de un padecimiento mental.
—Tranquilo, Javier; se trata de una profesional de la medicina. Seguro que sabe lo que está haciendo. Confía en ella.
Este proceso se repitió meses más tarde, cuando comencé la terapia.
¿Pero cómo puede ser el Big Crunch un fenómeno psicosomático? Lo único que se me ocurre es que, cuando tenía 14 años, yo hacía muchas gilipolleces en mi mente y eso me condujo a ponerme en situación de ser partido en dos y de aquel padecimiento mental estos síntomas físicos.
Hace unos años fui con mi hermana al médico para un asunto de mi sobrino. Paseando por los pasillos, había algunos anuncios en contra de las agresiones a los médicos.
Agresiones a médicos.
Eso me sorprendió. Vamos y agredemos a quien nos quiere ayudar. Esto es algo sorprendente. Me pregunté qué tendría que suceder para qué algo así ocurriera, qué circunstancias tendrían que darse.
Estando sentado allí, después de tres cuartos de hora de desmenuzarle a aquella mujer el Big Crunch, mis migraciones, el aprendizaje de PNL y de hipnosis, mi trance auto-inducido, el desenterramiento de dolor… aquella mujer me dice que lo que me ocurre es psicosomático.
—Calma Javier. Seguro que la mujer sabe lo que se hace.
Para mí, psicosomático significa, sencillamente, que el dolor lo siente el paciente en lugar del médico.
El año pasado se produjeron en España cientos de agresiones a médicos. En mi experiencia, lo comprendo como un simple acto de comunicación. ¿No puede usted percibir el dolor que estoy experimentando? Tal vez si le cae la mesa encima, o si le parto la silla en la cabeza, o si le cojo del cuello y aprieto con todas mis fuerzas. Tal vez así lo comprenda.
Es simple comunicación.
Es la somatización de un proceso psicosomático.
Es psicosomatisomatización.
Es el proceso que viene a curar la ausencia de empatía médica.
Por eso me encanta la PNL.
Si yo hago una sesión de PNL y vienes y me dices que ves fantasmas, por poner un ejemplo, yo no te voy a decir que eso no puede ser y que los fantasmas no existen. Me voy a interesar por esos fantasmas y te voy a hacer muchas preguntas al respecto. ¿Cuántos son? ¿Cuándo los ves? ¿Dónde los ves? ¿Qué aspecto tienen? ¿Puedes hablar con ellos? No se trata de negar la realidad de la persona; se trata de ser lo suficientemente flexible como para entrar en ella, explorarla y crear las maneras útiles de trabajar desde su interior, trabajando con el paciente en lugar de contra el paciente o a pesar del mismo.
Lo demás genera desconfianza, conflicto y resistencia. Desgraciadamente, la inmensa mayoría de los médicos y profesionales de la salud todavía están por enterarse de esto.
Hasta entonces, psicosomatisomatización: somatización en el cuerpo del galeno de los trastornos psicosomáticos del paciente.
Ya ha empezado.

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