Montando la casa

Me despierto, bajo a desayunar. Café, tostadas con mantequilla. Mis suegros leen y comentan los periódicos matutinos. Subo, me siento sobre el borde de la cama. Abro el portátil sobre las piernas. Typora.

Busco mis gafas. Por la mañana y por la noche me veo menos que un gato de escayola. ¿Qué demonios es un gato de escayola?

Hoy tenemos que recoger a las tres un somier que ha comprado Daniela para la cama de Lucas. Seguir desembalando cajas. ¿Qué hacemos con los armarios? ¿Cómo montar esos armatostes?

Lucas berrea en la distancia. Oigo una persiana subir.

Se acabó la escritura matutina.

Escritura vespertina.

Abro el MacBook y me siento en un extremo de la mesa del comedor de mis suegros mientras terminan de preparar la cena.

No, esto no está funcionando. Demasiado incómodo. Demasiada acción. Demasiada sensación de “tengo que colaborar”. Abortando… Tal vez pueda escribir algo más antes de irme a la cama.

Nuevo intento tras la cena. Daniela y Lucas se retiran, y yo me quedo aporreando un rato más las teclas del nuevo ordenador.

Por cierto, conseguí hacer la actualización. Leí en Internet y encontré que, en ocasiones, bastaba con reiniciar la computadora. Reiniciar la computadora bastó. La actualización se instaló y se llevó a cabo y ya está el ordenador al día. Fenomenal.

Hoy hemos montado la cama de Luqui. Le faltaba un madero a lo largo en el centro, ese madero sobre el que se apoyan los dos somieres sobre los que se conforma la cama, que menuda cama para un bebé. 140 centímetros de ancho.

Mi suegro me dijo que, en el desván, podía encontrar algunos maderos y que, en el sótano, podía encontrar una sierra. Con la sierra podía cortar un madero y fijarlo al centro de la cama a lo largo.

Yo soy bastante patán para las manualidades, pero estoy abierto a la mejora. Así que busqué por el sótano y encontré una sierra. Subí al desván.

Para subir al desván hay que, como en las películas, tirar de la trampilla en el techo del segundo piso. De ahí cae una caja con una escalera. Por acción de la gravedad, la escalera se alarga y, con semejante artilugio, o más bien mediante, se puede acceder al desván. Accedí al desván.

El desván está como si hubiera caído una bomba. Me preguntaba si lo habrían remozado con el esfuerzo suegril veraniego (tengo algunas cosas que explicar) y la respuesta me quedó clara. El desván estaría más completo si hubiera un agujero en el techo por el que hubiera entrado una bomba. Pero allí había un montón de maderos. Elegí uno bien recio y recto.

Debía de medir unos cuatro metros, así que tendría que serrarlo para bajarlo de allí. Tiré un madero cuadrado sobre el suelo polvoriento y me senté sobre él a serrar sobre los dos metros aproximados; no exactamente lo que necesitaba para la cama pero sí lo suficiente como para poder bajar el largo listón. Eché a serrar.

Serré y serré. Pronto se me hizo evidente que me llevaría un buen rato.

¿Era esa siquiera una sierra para madera? Serraba y serraba y apenas avanzaba en el material. Me dolían el brazo y el hombro. Debía de llevar ya unos diez minutos serrando. Las sierras de madera tenían los dientes algo más largos que aquella. Una idea sí que tenía acerca de sierras, después de todo.

Pero no había visto otras sierras allí, y me había costado lo suyo subir hasta el desván, desplegando la extraña escalera por primera vez, y me había sentado allí, y había empezado a serrar. Así que sólo era una cuestión de paciencia: antes o después atravesaría aquel madero de lado a lado.

Serré y serré. Serré hasta que estuve hasta los cojones y serré un poco más, allí sentado en la polvorienta oscuridad con mis pensamientos. Giré el madero así y asá, y lo empujé con el pie derecho contra la chimenea que ascendía desde el suelo para mantenerlo quieto y en su lugar. Cuando atravesé el madero de lado a lado, debía de haber pasado media hora. Otro momento absurdo de Javierito.

Cuando me levanté, me dolía todo. Me sentí como un esqueleto retorcido, como ocupando un retorcido espacio. Alargué el madero por el hueco de la escalera, me metí el metro y el móvil-linterna en el bolsillo y bajé los peldaños. Tenía que haber otra sierra allí abajo.

Tras un vistazo encontré, entre otras herramientas eléctricas, una sierra. Con su cable, una breve lengua dentada asomaba por un lateral.

Llegó mi suegro y le expliqué la película. Tomó el madero, lo llevó a la cama, le hizo una marca, salió, enchufó la sierra y cortó el madero a su longitud apropiada en cosa de unos diez segundos.

Qué quieres que te diga. Digamos que estas cosas son nuevas para mí. Pongámoslo así.

Tengo manos delicadas y dedos largos. Puedo tocar la guitarra o el piano, escribir con rapidez y habilidad sobre un teclado. Me manejo con soltura con las ideas. Pero si tengo que coger un madero y cortarlo… Pronto me duelen las manos y hago cosas estúpidas como la de hoy, esa es la verdad. Pero eso sí: muy voluntarioso, disciplinado y paciente.

En fin, ayer metimos la casa en la casa. Hoy hemos desempaquetado algunas cosas, en particular la cocina, que ya está casi entera. Las dos camas están montadas, a falta de meter un taco de madera bajo el listón de la historia de hoy para reforzar la estructura. El siguiente gran reto es montar los dos armarios que, como dice Daniela, no mejoran con las mudanzas.

Con suerte, mañana dormimos en la casa nueva.

Comentarios

2 respuestas a «Montando la casa»

  1. Avatar de Dani
    Dani

    Qué risa Javier!!! Qué bien escribes….!!

    1. Avatar de Javier

      Gracias Dani 🙂

      Yo ya ni me planteo si escribo bien o mal; sólo escribo.

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