Maratón de escritura

Lo que estoy haciendo es una maratón de escritura. Llevo dos meses escribiendo cada mañana, mil palabras. Diría que nunca he hecho algo así, pero sí que lo he hecho antes: hace unos años, durante algo así como nueve meses, estuve escribiendo cada mañana las llamadas Páginas Matutinas, esas páginas en las que escribía todo lo que me pasaba por la cabeza.

Hice, más o menos, lo que estoy haciendo aquí. A veces no eran matutinas sino que eran vespertinas, pero eran. Tal vez algún día, por causa de fuerza mayor, no eran; pero entonces eran al día siguiente. No es tan importante cumplir cada día sino, cuando no se puede, volver a cumplir al día siguiente. Si el vagón descarrila, más bien una de esas vagonetas en las que va uno sentado dándole arriba y abajo a un balancín, pues se coge y se vuelve a subir a las vías y se sigue haciendo kilómetros. Y ya está.

Y lo más importante no es ir tan rápido como se pueda. Lo más importante es encontrar ese ritmo cómodo, ese ritmo que da gusto.

Voy a contar una historia, una historia de entrada algo absurda. Es una historia que viví jugando, pilotando, en un simulador de conducción. ¿Qué se puede aprender acerca de la vida jugando a un videojuego? La de cosas que he aprendido acerca de la vida jugando a videojuegos…

Lo recuerdo con gusto y agrado.

Era una carrera del Sim Racing System. Los simuladores de conducción suelen tener una parte online en la que uno se conecta a un servidor y puede competir con otros jugadores, con otros pilotos de simulación. Yo me lo tomaba muy en serio: me sentaba en la silla, me ponía los guantes, entraba en un trance profundo y me creía que estaba dentro de un coche de verdad en un circuito de verdad.

En general, las carreras online suelen ser una porquería. La gente no se lo toma suficientemente en serio. No hay compromiso. Puedes estar saliendo de la parabólica en Monza, subiendo marchas mientras enfocas la recta de meta, y de pronto te encuentras un tipo que circula en dirección contraria. Embista tu coche o no, eso rompe todo el encanto. Yo buscaba otro tipo de experiencia.

Así fue como llegué al Sim Racing System.

Un programador italiano se había pegado el currazo de montar todo un sistema alrededor de varios simuladores, en particular uno al que jugaba yo: Assetto Corsa. Tenía sus páginas con sus campeonatos y sus tablas de clasificación y sus salas de espera y tomaba a todos los jugadores apuntados en una carrera y los metía a todos en el mismo circuito. Al acabar la carrera, tomaba la información que le proporcionaba el simulador y la reintroducía en el sistema y sacaba estadísticas e incidentes y organizaba las clasificaciones. Allí nos tomábamos estas cosas en serio. Encontrar aquello fue un soplo de aire fresco en mi diversión. Pero aquello era mucho más que mi diversión.

Yo llevaba ya un par de años jugando cada vez más. Era una de las pocas cosas que me podía permitir hacer en mi día a día más allá de ver la tele tumbado sobre el suelo. Me permitía mover los brazos y entretenerme. Era una motivación para salir de la cama por las mañanas. Además, se me daba muy bien. Poco a poco fui ascendiendo en el ranking español y me puse primero de entre varios miles de pilotos virtuales.

Recuerdo aquella carrera.

Era una carrera de una hora de duración en el circuito de Barcelona con un BMW serie tres de esos antiguos de finales de los ochenta. Clasifiqué entre los diez primeros y elegí una estrategia conservadora para los neumáticos.

Que la gente se lo tomara en serio no quería decir que, incluso así, a menudo la primera curva no fuera una carnicería, con coches chocando entre sí y saliéndose del circuito. Afortunadamente, en Barcelona, la primera curva perdona los deslices. Pero yo salí bien parado.

En una carrera a una hora no sabes cómo va cada uno. Puede haber diferentes estrategias. Los hay que van a ir más rápido al principio y los hay que van a ir más rápido al final. Yo había empezado con las ruedas más duras y mucha gasolina para hacer una primera parte larga y lenta y después, tras la entrada en boxes, poner los neumáticos más blandos y poca gasolina y hacer una segunda parte al sprint. Así que, en los primeros compases, empezaron a pasarme algunos coches.

Venían muy rápido. Los veía acercarse en la tabla de tiempos en vivo y después los veía por el retrovisor. Algunos venían más rápido por ir más ligeros y con ruedas más blandas y otros venían más rápido, simplemente, por ir por encima de sus posibilidades. Y no es fácil, comprender eso y dejarlos pasar.

Estás compitiendo, y quieres quedar tan delante como puedas, pero has de saber dónde está tu límite y quedarte sistemáticamente por debajo, da igual lo complicadas que se pongan las cosas. Simplemente conducir, y disfrutar de hacerlo.

Yo disfrutaba. Disfrutaba mucho. Especialmente de esas carreras de una hora cuando, después de los primeros veinte minutos, entraba en ese estado en el que cada vuelta era igual que la anterior y la diversión radicaba en aprender a hacer distinciones cada vez más finas en cada giro. Las ruedas se desgastan, la gasolina se consume: el equilibrio del coche cambia cada vez que pasas por la misma curva. Muy ligeramente, pero es diferente, y todo lo que tienes son tus sentidos para distinguir entre toda esa información.

Miro por el retrovisor. El coche que llevo detrás está muy lejos, pero llegamos a la curva y se tira igualmente por el interior.

Lo veo frenar. Lo veo frenar tarde. Lo veo pasar el vértice de la curva. Se va largo, y yo voy por el exterior.

Tengo que abrir mi trazada para evitar que impacte contra mí.

Pasa. Se aleja en la distancia mientras le veo cometer algunos fallos. Dos vueltas más tarde me lo encuentro rodando sobre el césped.

Me pasan dos en lucha encarnizada. Se alejan pasándose una y otra vez. Al final de la recta de atrás, en la frenada más fuerte del circuito, chocan y quedan rotados en dirección contraria. Paso entre los dos.

Algunos coches que iban delante de mí simplemente desaparecen de la tabla de clasificación. Por algún motivo que desconozco se han retirado.

Yo la voy gozando. Voy a mi ritmo, a mi marcha. Quedan muchas vueltas por delante y voy disfrutando de estar ahí, sentado en el BMW, dando vueltas al circuito de Barcelona en ese bonito día soleado, escuchando el sonido de las ruedas subiendo por encima de los pianos, escuchando el sonido del motor y sintiendo la elasticidad del coche, de los neumáticos, de las suspensiones. Estoy en un muy agradable estado zen. Más allá del circuito virtual que convertí en real, el mundo entero se disuelve, y mi dolor con él.

Yo también choqué en la primera curva muchas veces antes. Las suficientes.

Yo también corrí mucho más de lo que podía. Muchas veces. Las suficientes.

Yo también me involucré en batallas estériles contra rivales sin respeto por lo que hacían. Muchas veces. Las suficientes.

Las suficientes para aprender.

Una hora después de la salida, con fases más o menos interesantes, la carrera llega a su fin. Termino cuarto. Lo he pasado genial. De hecho, lo he gozado.

Y no se trata tanto de ir rápido o de ir lento, sino de ir a ese ritmo en particular que permite seguir avanzando de una pieza hasta la meta.

Y eso lo puede enseñar cualquiera, incluso cualquier cosa.

Incluso un simulador de conducción.

Hoy tenía que poner una foto del Assetto Corsa. No es Barcelona (parece Nürburgring) pero sí es el BMW que menciono: BMW E30 M3.
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