Liberando el plexo solar

Una vez a la semana, los martes por la tarde desde la semana pasada, la abuela se hace cargo del Luqui. El Luqui desembarca en casa de los abuelos y pasa allí varias horas entre coches en miniatura, galletas de la abuela y un payaso de treinta centímetros de altura de aspecto terrorífico pero que baila al rimo de una alegre melodía. Tiempo para mí. Tiempo para ti. Tiempo para nosotros.

Ayer tuvo lugar un acontecimiento importante en el Uncrunching, algo así como la liberación del plexo solar. Le pondremos ese nombre.

Muchas cosas en el Big Crunch llevan ahí tanto tiempo que es difícil identificarlas. Si por la mañana nos ponemos la ropa y a los pocos minutos ya dejamos de notarla, imagínate lo que dan 30 años de sí por muy desagradables que puedan ser las sensaciones. Podemos lograr auténticas maravillas del entumecimiento.

En lo alto del pecho, en ese punto en el que se encuentran las cuatro aspas de lo que tal vez intenta representar la cruz cristiana, esa integridad del ser humano, tengo un nudo increíble. En serio; me cuesta creer que eso esté así.

Me gustaría pensar que se trata de un error de percepción, como cuando empecé a recuperar las sensaciones físicas y sentía que mis brazos me salían de las sienes y que mis piernas nacían de mis riñones a 90 grados de mi cuerpo. Tal vez se tratara de algo así. Pero no; cuanto más puedo sentir de todo eso, más se confirman mis percepciones: se trata de un retorcimiento dolorosamente absurdo

A veces he querido sentir eso, pero las sensaciones eran tan abrumadoras y disparatas que rápidamente renunciaba a ello. ¿Para qué sentir un dolor horrible si no puedo hacer nada en este momento? Me conformaba con tener una intuición del asunto e ir penetrando poco a poco el mismo explorando primeramente sus límites. Me resultaba más asequible explorar ese nudo por sus consecuencias, por ese retorcimiento de los brazos que empezaba ya junto a la columna vertebral.

Reconozco que a veces sentía curiosidad por el nudo. Quería saber exactamente cómo eso estaba retorcido. Quería poder contarlo. Pero… ¿qué más me da? ¿Acaso lo necesito saber para recuperarme? No necesariamente. Puedo recuperarme completamente incluso ignorando el estado exacto en el que estaba ese nudo.

Otro punto importante es que ese nudo, y suele suceder en retorcimientos de columna, por lo que profesionales me han explicado, se replica en diferentes puntos de la columna.

La columna vertebral hace dos curvas que la dividen en tres partes diferentes. Si retuerces una parte, las demás se reacomodan para compensar la torsión. Después de todo, la estructura debe seguir sosteniéndose a sí misma. Aunque era consciente de esto, pues últimamente he podido vivirlo una vez más en la parte inferior de la columna a medida que el nudo empezaba a deshacerse, en ocasiones lo he subestimado. En particular, he subestimado el nudo en el plexo solar.

Ignoro si ese es el término anatómico, pero me refiero a ese punto que comúnmente denominamos “la boca del estómago”, ese lugar central del área donde acaban las costillas y empieza el abdomen. Un lugar enormemente sensible y delicado.

Mi columna vertebral estaba retorcida de tal manera que, si miras mi cuerpo de frente, puedes dividirlo en cuatro cuadrantes, dos superiores correspondientes al pecho y dos inferiores correspondientes al abdomen. Cada uno de estos cuadrantes está retorcido de una manera diferente, como si fueran las cuatro aspas de una hélice. El centro de ese cuadrante, representado por el plexo solar, el centro de todas esas tensiones.

Después de 30 años… qué quieres que te diga: eso siempre ha estado así.

Recuerdo cuando empecé a desfilar por médicos. Una de mis primeras descripciones de los síntomas hacía referencia a la sensación de “una mano que me aprieta la boca del estómago”, produciéndome unas ganas de vomitar que ni cesan ni se colman.

Desde que empecé a recuperarme, en la fase que denominé el “Uncrunching”, empecé a tumbarme en el suelo. A menudo mientras me distraía viendo la tele, me balanceaba y tiraba de mi cabeza de maneras precisas en movimientos que repetía una y otra vez, ciertamente muy extraños de ver (preguntar a Daniela) pero que me permitían mover mis huesos de la manera adecuada. Durante un tiempo hacía palanca con la cadera y con la cabeza, y se me llegó a caer el pelo de la parte posterior de la misma. De hecho, el peluquero me explicó que el pelo es muy frágil y se rompe. Hoy, por las noches, cuando termino de recoger la cocina y voy al comedor, Daniela se tumba en el sofá y yo extiendo la esterilla de yoga y me tumbo sobre el suelo. El suelo me ofrece contraste para saber qué presionar, de dónde tirar y cómo moverme para meter mis huesos un poco más en el sitio. Calculo que, a estas alturas del proceso, he pasado más de 20.000 horas en el suelo haciendo lo que Daniela bautizó como mis “komische Bewebungen” (movimientos extraños).

Ayer, cuando Daniela se fue al baño a prepararse para la noche y me quedé solo, aproveché para redoblar la intensidad.

A veces, cuando algo grande se mueve, en ocasiones con un crujido o similar, me mareo ligeramente. Cualquiera que haya ido al quiropráctico conoce la experiencia. De pronto cambia la forma de la estructura ósea y lleva unos minutos asimilarlo y reorientarse. Ayer fue más que eso.

Una gran parte del nudo se soltó. Al hacerlo, liberó gran parte de la tensión del plexo solar. Cuando Daniela regresó y me quise poner de pie, me di cuenta de que no podía.

Además del mareo, sentí una profunda angustia en el plexo solar, como si hubiera recibido un gran golpe. Me produjo tales náuseas que creí que iba a vomitar. Respirar consciente y calmadamente en el plexo solar se convirtió en una experiencia profundamente angustiosa pero necesaria.

Estuve unos quince minutos tumbado concentrándome en respirar. Luego, como pude, fui al cuarto de baño, me cepillé los dientes y me fui a la cama. Desde la angustia y las náuseas me dormí.

Pasé buena noche. Me desperté a las cinco y media y me levanté a las seis. Practiqué una sesión de uncrunching yoga. Me sentía mucho mejor. Mi cuerpo se siente tan liberado de tantas maneras distintas que todavía lo estoy asumiendo. Todavía queda retorcimiento, pero ya queda mucho menos. Y como estoy aprendiendo a hacer, voy a centrarme en disfrutar de los nuevos beneficios.

Al margen de esto, esta mañana mi suegro me ha traído su ordenador portátil.

—No arranca —me ha dicho—. Tú, que eres ingeniero, podrías mirarlo, tal vez medir unas cosas.

—¿Qué quieres que mida?

—No sé, la corriente.

Mi suegro se cree que soy una especie de unicornio de la ingeniería.

Durante los estudios, una vez vi una fresadora de lejos. El resto del tiempo me perdí entre campos vectoriales y ecuaciones diferenciales en derivadas complejas. Doy tres martillazos y me duele la mano.

—Bueno, déjamelo y le echaré un vistazo.

Lo he enchufado. He pulsado el botón de encendido. El cacharro está frito. Podría ser la fuente de alimentación o podría ser el ordenador. ¿Cómo saberlo? Tal vez un vídeo de YouTube me ilumine, pero ni siquiera tengo un multímetro.

Ayer, por fin, como tenía previsto, grabé un vídeo ofreciendo en inglés mis clases de español para la plataforma Preply. Desde ahora soy profesor de español, aunque todavía tienen que aprobar mi solicitud. No veas qué risa grabar el vídeo en inglés explicando por qué tienen que aprender español conmigo.

—No sabes la cantidad de veces que he grabado este vídeo —comienza la toma final—: mi nombre es Javier.

Así que eso ya está encarrilado.

Y es que me he propuesto, antes de que acabe el año, superar la barrera de los mil euros de facturación mensual. ¿Lo conseguiré antes del verano?

Para ponérmelo más fácil, estoy considerando darme de alta en boluda.com y hacer uso de los cursos y, en particular, de la bolsa de trabajo, donde podría hacer páginas web y programar en WordPress. La idea es ganar dinero haciendo las cosas que más disfruto. Vamos, lo de hace ya algunos años, sólo que esta vez, por fin, ya estoy preparado.

Sólo necesitaba cien veces menos angustia.

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