Las crisis del Uncrunching

De vez en cuando sufro lo que llamo “Las crisis del Uncrunching”. Son momentos, normalmente días, en los que las vértebras entran un poco más en el sitio y se libera como una capa de componentes de mí mismo. Tendones, músculos, articulaciones, incluso huesos… se sueltan un poco más después de treinta años bloqueados, prisioneros y congelados. Es en esos días cuando me toca lidiar con la parte liberada, con esa nueva capa que recupero para mí. Dicen que Walt Disney está congelado. Pues bueno, es como descongelarlo y recibirle:

—Muy buenas. Que han pasado treinta años. ¿Cómo está usted?

—Glglglglgl…

—Ya veo. No pasa nada, en seguida se hará usted con esto. Como le digo, han pasado treinta años, y aquí tenemos una mujer, aquí un bebé y este es el aspecto que tenemos. Sí, han pasado treinta años. Ah, y ahora vivimos en Alemania y hablamos alemán, jejeje.

Más o menos así va la cosa, recibiendo a esa parte de mí en shock, desolada y devastada. Y con un bebesito en danza.

—De hecho, ahí vienen su bebesito y su mujer. Ya sé que lleva usted 30 años durmiendo, pero ahora toca esto.

[Cinco horas después]

Ayer… Anteayer fue mi cumpleaños. Fue un día duro, emocionalmente duro. Lloré por la mañana y lloré dos veces más por la tarde noche. Con esa idea de que los cumpleaños tienen que ser días felices, fue un día realmente extraño.

Pero ya pasó. Ayer la visita de unos amigos con sus tres hijos. Hoy la visita de otros con dos. Esta mañana, test de coronavirus. El plan era hacerlo a las 8:55 de la mañana… Bien, la realidad llamó a la puerta.

Sigo saliendo a correr. Hoy caía aguanieve. A las ocho a la ducha.

Tendría ganas de que se acabara el año si, de alguna manera, el siguiente fuera a ser diferente en lugar de una continuación de este. Así que, en estas condiciones, me da igual lo que quiera hacer el año. Pero sí, oficialmente, mañana acaba el año.

Ayer me dejé otra columna por el camino. La eché de menos, pero… ¿qué más da? La de hoy conseguí escribirla a saltos. ¿Y qué más puedo contar?

Gracias Manuel por el enlace a los ganchos para bajar el armario del baño. Podrían funcionar. De momento he descubierto, en las instrucciones que encontré al abrir el armario, que los herrajes pueden ajustarse en profundidad y en altura. En profundidad será útil para equilibrar el artilugio sobre las baldosas en la parte inferior; en altura… está por ver si pueden bajar lo suficiente para que a Daniela le entre la barbilla en el espejo. Pero primero hay que volver a bajar el armario.

—Eh, hola. Qué bien que te pasas por aquí. ¿Me ayudas a bajar el armario del baño? Pesa un quintal. ¿Pedimos unas pizzas? ¿Qué tal la espalda?

En fin, estoy sumamente descontento con cómo está quedando la columna de hoy, pero yo soy el autor, así que, necesariamente, me tengo que abstener de juzgarla. Mi papel es solamente el creativo. Mi tarea es escribirla y publicarla. Y dado que en cualquier momento pueden regresar mi mujer y mi hijo del paseo por el que doy las gracias, la termino aquí y me dispongo a releerla y a publicarla.

Mañana cerramos el año.

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