Lágrimas telefónicas

Ahí va ese título. Pero antes: resopón. ¡Qué cosa más buena! No sé cuándo ni cómo esto se convirtió en un hábito, pero es una maravilla. Daniela y Lucas se retiran tras el desayuno a echar la siesta del borrego y yo que medo otra vez solo. Me cepillo los dientes, meto los cacharros en el lavaplatos y me siento a escribir la columna matutina. Las piezas van encajando entre sí.

Ayer, a las 10:45, tenía programada una llamada del INEM alemán. Querían explicarme cómo podían seguir ayudándome ahora que había terminado la prestación por desempleo. Sonaba bien, pero qué sé yo que se podía ocultar tras sus amables palabras.

Sinceramente, tengo miedo del INEM alemán. Suena mucho peor puesto como Bundesagentur für Arbeit. “El trabajo os hará libres”, me parece que me están diciendo. Veo las chimeneas humeantes en la distancia.

Tengo miedo del INEM alemán, pero también tengo miedo de otras instituciones públicas alemanas. También tengo miedo de las privadas, por ejemplo, de la Krankenkasse. En general, tengo miedo de cualquier persona al otro lado de un teléfono, en Alemania o donde sea, y todavía más en general, tengo miedo de cualquier persona. Sí, es duro reconocerlo públicamente, pero es necesario.

En 2007, un año antes de que considerara detenidamente el suicidio, quemé uno de mis últimos cartuchos: en compañía de mi familia, fui a un centro psiquiátrico a que me dijeran qué me pasaba. Me veía con una camisa de fuerza en una habitación acolchada.

El pisquiatra me explicó que tenía trastorno de ansiedad generalizado. Eso significa ansiedad en todas partes, en todos los contextos. Eso me encajaba, pero me quedé con las ganas de saber de dónde venía toda esa ansiedad.

Me explicó que la ansiedad venía de un desequilibrio en unas moléculas en mi cerebro. A mí eso se me hacía muy raro.

Lo podemos resumir así: “Para un martillo todo son clavos”. Para un psiquiatra, todo son desequilibrios moleculares en el cerebro. Hubiera bastado quitarme la camiseta y echarme un vistazo para ver “Oh, este chico está retorcido como un tronco seco”, pero cada especialista tiene sus cosas en las que fijarse y a veces se especializan tanto que pierden el sentido común.

En fin, ansiedad. Ansiedad generalizada. Lo podemos llamar terror continuo, como vivir una pesadilla de la que no nos podemos despertar.

Pero, ¿para qué? Eso no lo he encontrado explicado en ninguna parte, de ahí parte del valor de este blog.

Bueno, el terror puede ser muy útil. Nos pone en un estado en el que el dolor se hace muy relativo. En otras palabras: el terror ayuda a gestionar el dolor.

Y aunque han pasado muchos años y he avanzado mucho y el terror “pesadillesco” se ha ido reduciendo lo suficiente como para ser un cierto miedo, sigue siendo miedo. Así que ayer, cuando descolgué el teléfono, pues tenía todavía algo de miedo.

¿Qué podía pasar? Y yo qué sé. Lo mejor del miedo es esa penumbra y esa ausencia de claridad. Si lo disipara me quedaría solamente con el dolor, lo que me impediría funcionar como un adulto y tirar las cajas de cartón del sótano. El miedo es útil. Todo lo que hacemos es valioso, de una manera o de otra.

Resultó que al otro lado de la línea había una mujer encantadora, que me trató con habilidad y amabilidad, que se puso en mi lugar y se hizo cargo de mi situación, y terminamos hablando de bebés y de cuánto duermen y de los retos que supone criarlos. Cuando colgué, me sentí tan profunda y suavemente tocado, que me eché a llorar.

Ya venía con ganas de llorar, como expliqué en la columna de ayer. La amabilidad de esta mujer fue el catalizador.

A veces me pregunto qué super-poderes voy a obtener de todo este proceso. Uno de los más importantes, sin duda, es el super-poder de llorar.

Esto mismo me ocurrió meses antes con otra llamada a la Krankenkasse.

Estoy en el paro. No encuentro trabajo. Es una situación jodida. Se termina el paro. Me siento jodido y vulnerable.

La mujer me trató con una amabilidad exquisita. Me emocioné tanto durante la llamada que tuve que contener las lágrimas. Cuando colgué, finalmente, me eché a llorar.

La primera vez en que me di cuenta de todo esto fue en Toulouse, hace muchos años, en una visita a mi hermana, cuando mis sensaciones físicas se salían de mi cuerpo y se extendían y se retorcían a mi alrededor y me sentía como un monstruo inhumano. Caminando entre los puestos de un mercado, una mujer mayor y regordeta me miró y me sonrió. Por un momento, me sentí reconocido y apreciado como ser humano. Me saltó una lágrima. “¿Qué pasa aquí?”, me dije.

Es difícil explicar estas experiencias, pero al menos intentarlo vale la pena. Difícil comprender esto para quien no haya vivido alguien similar.

Y bueno, llorado ayer, aliviado un tanto más, hoy los cartones de mudanza parecen mucho más pequeños.

Comentarios

4 respuestas a «Lágrimas telefónicas»

    1. Avatar de Javier

      Gracias Dani. ¡Y cuánto tiempo sin leer un comentario tuyo! Espero todo vaya bien 🙂

  1. Avatar de Ramón
    Ramón

    Te leo desde hace muchos años, y me gusta ver cómo te estás superando y que lo compartas con nosotros. No puedo enviarte una sonrisa, pero si un abrazo.

    1. Avatar de Javier

      Muchísimas gracias por el comentario, Ramón, y gracias por el abrazo. Otro de vuelta.

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