La urgencia de comprar lechuga

Lunes por la mañana. Número de sapos en la recámara: uno. Descripción: llamar a la empresa de mudanzas para confirmar la fecha. Estado del sapo al comienzo de escribir la columna: liquidado, naturalmente.

¿Cuántos meses llevo comiendo sapos? Lo que es seguro es que cada vez lo hago mejor. Hasta lo he disfrutado.

La mujer me ha dicho que me llamará el jefe para ir a través de los detalles. Fenomenal. Cuatro de agosto, ya tenemos plan. ¿Cómo hacer para que todo fluya suave, fácil y agradablemente? Este es el tipo de preguntas que me gustan. Esto sí que es pensar.

Utilizar el cerebro para cosas útiles. Por ejemplo, ¿cómo puedo ganar más dinero? ¿Cómo hago para sentirme mejor? ¿Cómo mejoro mis relaciones? ¿Cómo hago para disfrutar más de mi vida?

Ayer estuvimos en casa de mis suegros. Campo, sol. Caray, difícil de creer que sea el mismo país que hace seis meses, con la nieve y el frío y la lluvia. En Valencia el clima es más estable. Aquí, en invierno hace mucho frío y en verano… pues hace bastante calor. Hoy llegaremos a los 27 grados. No es Sevilla, pero después de varios años aquí… caray, se siente caluroso.

Se siente tan caluroso que, a veces, eso de quedarse delante del ordenador frustrado ante una base de datos que no funciona… como que no tiene mucho sentido. Y la verdad: me alegra que así sea.

El otro día ocurrió algo verdaderamente inusual. De pronto, sentí un arrebato de salir a comprar lechuga. Para entender la verdadera dimensión de este hecho hay que remontarse mucho en mi pasado.

Crecí comiendo cereales y Nocilla, grosso modo. También filetes con patatas. Cosas básicas y no necesariamente saludables. O sí, depende de a quién le preguntemos. Pero vamos, que me pones delante un Snickers y un brócoli y me decanto por el primero con indignación ante la pregunta.

No empecé a comer ensalada asiduamente hasta hace unos años, cuando comencé a vivir con Daniela. Ya había superado la cuarentena tranquilamente, cuando hablar de la cuarentena podía hacer referencia a la edad fácilmente.

Y el otro día, así con calor, me pregunté qué cenaríamos esa noche, y al encontrarme sin ensalada, me dije con una voz profunda dentro de mí: “Tengo que comprar lechuga”.

Tampoco me gusta salir de casa. Si puedo quedarme delante del ordenador haciendo lo que sea con unos y ceros, prefiero quedarme a la sombra.

Y salí. Me cambié, cogí la cartera y una bolsa de tela y bajé a la calle. Bajé a la calle para comprar lechuga.

Es que es algo asombroso. Así, de repente.

Necesito lechuga urgentemente.

Hace ya doce o trece años, cuando vivía en Regensperry y me acercaba al momento de tocar fondo en mi larga agonía y empezaba a interesarme por el desarrollo personal y por lo que fuera que pudiera ayudarme a salir del pozo, encontré una frase en un libro que vete a saber de qué iba exactamente. Venía a decir: “A medida que la conciencia se desarrolla y aprende a hacer decisiones más sutiles, se elige mejor lo que se introduce dentro de uno”. Me estoy inventando la frase, simplemente captando burdamente el espíritu de la misma. Y esto ha sido verdad para mí en los últimos años, y esto de la urgencia de salir a comprar lechuga ha sido como un paso adelante tan súbito que me ha resultado casi absurdo.

Pero sí. Antojos de lechuga. ¿Qué será lo siguiente?

Comentarios

2 respuestas a «La urgencia de comprar lechuga»

  1. Avatar de Manuel
    Manuel

    Yo ya hace años que cambié completamente de hábitos. Anteriormente no tenía una mala alimentación pero si muy limitada en diversidad. Ahora intento añadir más elementos a la dieta y el mundo de las “lechugas” es algo que estoy descubriendo… hoja de roble, romana, iceberg… todo un mundo, y que decir de los toppings (qué decir de las semillas). En fin yo creo que es algo que viene con la edad.

    1. Avatar de Javier

      Sí, yo también estoy descubriendo los diferentes tipos. Y las semillas, están buenísimas. Es de lo mejor de la ensalada.

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