La sonrisa más bonita del mundo

Resopón; momento de escribir una nueva columna. Esta mañana, después de una nochecita toledana, que diría mi madre, Lucas no ha aguantado ni el desayuno. Después, en vano han sido los intentos de conseguir que se durmiera en el fular. La pobre Daniela no ha podido ni desayunar. Al menos ahora está descansando un poco.

Hoy tengo un par de historias que pugnan entre sí, aunque no tienen que pugnar necesariamente. Puede ser como dos corrientes que surgen de las profundidades de la tierra, y ascienden y se mezclan entre sí. Me puedo preguntar qué cuento hoy, para esta columna diaria, y también puedo permitir que ambas historias se unan suavemente. ¿Para qué pelear cuando se puede, por ejemplo, bailar?

En fin, ayer nuevo día de lago. Como la siesta matutina de Luqui se alargó, no llegamos al Starnbergersee hasta pasadas las doce. Ya había cerrado el aparcamiento, que estaba completo aunque era lunes no feriado (aquí los niños siguen en el cole), así que tuvimos que encontrar un lugar para aparcar.

Temperatura muy agradable, día soleado… Una maravilla. Algo de dolor pero me sentí mejor después de una meditación empujando el carrito orilla arriba y abajo y también después de sentarme un rato con las piernas cruzadas.

A veces me siento por las noches a meditar con las piernas cruzadas y se parece muy poco a lo que se presenta como meditar. A veces estoy, debido al dolor, muy inquieto. Estoy moviéndome todo el rato. A veces termino y mi mente no ha estado en calma un solo momento. Esto suele ser habitual en los días de más dolor.

Pero lo que ocurre es que también ordeno las vértebras y las diferentes partes retorcidas de mí, al menos un poquito más. Respirando profundamente, empujando contra esas partes que oponen dolorosa resistencia, recupero un poco más mi forma original, destuerzo algo más ese ligamento, empujo esa parte dolorida que ni siquiera sé todavía lo que le pasa y sólo la percibo como una masa entumecida y asquerosa.

Hoy me he levantado, una vez más, bien jodido. Pero menos jodido que, por ejemplo, hace una semana. Menos jodido que la última vez que lo mencioné, cuando las cajas de cartón.

Noto una punzada muy dolorosa en las vértebras de la parte superior del pecho, en ese lugar en el que hay algo increíblemente retorcido. A veces, durante un momento, atisbo cómo está eso exactamente retorcido, pero no me lo puedo creer. Creerlo implicaría que llevo treinta años viviendo de una manera absurdamente retorcida, y eso es todavía demasiado doloroso. Ojalá pudiera hacer un dibujo, o un croquis, o una descripción detallada del modo exacto en que atisbo ese retorcimiento, pero todavía no puedo y tal vez no pueda nunca. Tampoco es necesario para mi completa recuperación.

Pero bueno, poquito a poco, un poco cada día, un paso cada vez. Siete años y cuatro meses conscientemente y todavía cinco años antes más dando palos en la oscuridad.

La otra historia que surge por el otro lado es una historia de dentistas y vergüenza. Encuentro que los peores sapos del mundo los hacen los dentistas.

Siempre he tenido mucho miedo de ir al dentista. Mi boca es algo muy íntimo y personal. Y la verdad es que siempre me he avergonzado mucho de mi boca. Cuando sonrío, se me ven dos palmos de encía superior. Esto es obviamente una exageración para poder reírme, pero me ha dado siempre mucha vergüenza mi propia sonrisa. Además de eso, mis dientes. A los 28 años me decidí por fin a ponerme un aparato y estuve torturándome a mí mismo durante un lustro para poder tener una de esas dentaduras bonitas según algún tipo de cánon. El cánon de la idiotez, debe de ser.

Mi hijo tiene la misma sonrisa que yo. Como alguien de corazón me dijo una vez: “Una de esas sonrisas de media luna ante las que es imposible no reír también”. Cada vez que le veo sonreír, mi vida se ilumina.

Por las noches, cuando me acuesto, dedico un momento a dar las gracias por el día que estoy despidiendo. Doy las gracias por la oportunidad de haberlo vivido, y me pregunto cuáles han sido los mejores momentos del día. Una noche tras otra, veo a mi hijo sonriendo con su enorme sonrisa desdentada.

La sonrisa más bella del mundo.

El viernes tengo el super-sapo del dentista. De hecho, el primero de una nueva fase después de un par de fases anteriores, pues en los últimos meses he hecho más de media docena de horribles visitas al dentista. Así que, seguramente en la columna de mañana, me meteré en este desagradable tema. Pero oye, tiene mucho potencial.

Y ahora voy a dejarlo aquí y a secarme las lágrimas.

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