Salgo de la ducha. Daniela está en la terraza con Lucas colgando de esa toalla que sirve para llevarlo un rato largo sin dejarse los brazos en el intento. Aprovecho para meditar. Tras quince minutos, termino. Daniela sigue hablando al teléfono al sol del mediodía de finales de febrero. Me pregunto lo que durará y si me dará tiempo a completar una columna relámpago.
En lugar de invertir unos minutos en responder a Juanda en su comentario, lo incorporo aquí. Gracias, Juanda, por tu respuesta. Me haces sentir más acompañado. Que alguien reconozca en el llanto de un bebé el “sonido de alien alcanzado por un lanzallamas” es una de las gozadas de este blog.
Daniela entra, pero parece sonriente. Tal vez me permita hasta terminar la columna.
Echo de menos vuestros comentarios. Dejad comentarios, por favor. Son una de las cosas que más me animan a escribir aquí.
Daniela me habla. Le miro. ¡Estoy escribiendo! Cuando estoy escribiendo necesito tranquilidad. Entro en un estado del que no quiero salir, y es un estado en el que no puedo hacer otra cosa más que escribir.
Me habla de la vuelta a la nueva estrategia de biberones.
Hemos alcanzado un cierto punto de equilibrio en al parecer delicadísimo asunto de dar de mamar: Daniela da de mamar al bebé y el bebé recibe tras cada toma, además, un pequeño complemento en forma de biberón de 35ml. De esta manera, ambos alcanzan la paz. De este modo, me resulta a mí también más fácil alcanzar la paz.
Ayer nos saltamos la botella (aquí se le llama al biberón la “botella de leche”) de la mañana y el asunto se descabalgó durante el resto del día, lo que resultó en una crisis lechera que terminó en lágrimas. Hoy, de buena mañana, hemos vuelto a la rutina funcional y los ánimos están más altos, incluso a pesar de que he dormido unas cinco horas y Daniela alguna menos. “Es duro ser un bebé”, decía la canción francesa. Ser padres… bueno, tampoco le va a la zaga.
Hoy viene, en un rato, la matrona. Sí, tenemos matrona a domicilio.
Es una más de las prestaciones de este frío y de cuestionable gusto culinario país: durante los primeros meses viene, de vez en cuando, una matrona a casa para orientarnos en el asunto de hacer crecer un bebé sano, fuerte y flexible.
El otro de los eventos de hoy es que retomo las sesiones de coaching que se interrumpieron con la burocracia de prolongar dos meses más el curso, y sus prestaciones, de orientación laboral que estoy haciendo. Le envié dos emails a mi coach para decirle que me habían ampliado la prestación y, hasta la semana pasada un mes después, no he recibido respuesta por su parte. Ahora todo son prisas y tenemos que hacer sesiones dobles. ¿Por qué no me contactó hace un mes? Lo ignoro. ¿Por qué no le insistí yo más hace un mes? Esa me la sé: porque estaba desbordado siendo padre. Pero… ¿cuántos emails tengo que mandarle antes de que me responda? En fin, centrémonos en orientarme laboralmente, que para eso estamos aquí.
Y una reflexión para cerrar esta columna.
Echo de menos escribir. Y también me he dado cuenta de que escribir fue lo que volví a hacer cuando me despidieron el año pasado y que, en general, cuando las cosas se revuelven en mi vida, es a la escritura a lo que vuelvo una y otra vez. Eso tiene que significar algo.
¿Acaso soy un escritor? Pero si apenas tengo un par de libros recopilación de columnas publicadas. Eso sí, tengo una novela y hasta un agente literario. Pero, de ahí a ganarme la vida escribiendo… A ganar dinero, que la vida ya la tengo ganada. ¿Qué sitio tiene un escritor español en una empresa alemana? ¿Qué sentido tiene algo así? Escritor e hipnotista busca trabajo en Augsburgo. Suena a chiste.
¿Opiniones? ¿Pensamientos sueltos e inconexos? ¿Reflexiones delirantes o no? ¿Tenéis algo para mí?
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