Hoy venía con la idea de escribir una interesante columna acerca del ego, los seres humanos y los winmodems. Esto es algo así como las churras y las merinas pero tiene sentido, y cuando me ponga a escribirla os daréis cuenta de cómo y por qué, pero después de pelear con el ordenador durante más de hora y media para conseguir conectarlo a la red wifi a la que lleva un año conectado sin ninguna novedad, pues como que se me han ido las ganas. Ahora sólo quiero escribirme algo rapidito y quitarme esto de en medio y poder grabar el podcast, que ayer no lo conseguí grabar y eso me enfada.
Voy a llamar a esto “La columna enfadada”, por llamarlo de alguna manera.
Menudo cabreo. Nada me cabrea como cuando un aparato no funciona. El cabreo es máximo cuando ayer funcionaba y hoy, por lo que sea, ya no lo hace. Cuando se trata de Windows, entonces me cabreo especialmente.
¿Ayer funcionaba y hoy no? ¿En serio?
Me tengo que reír.
Llevo ya algunos meses, algunos años incluso, dependiendo de cómo enfoquemos esto, descubriendo una ira uniforme y permanente en mi interior. Yo lo asocio a esa parte central de mí, bloqueada y congelada en un bucle de unos segundos que tuvieron lugar en el Big Crunch en 1990. Ya pasó, pero esta parte de mí, profunda y aislada, todavía está por enterarse de la noticia. Mientras tanto, con furia animal, sigue luchando por su vida. Interesantes estos bucles temporales. Las cosas no son de una manera o de otra; muy a menudo son mezclas de unas maneras y de otras, lo que hacen que escapen a nuestro digital entendimiento. Tal vez la era cuántica nos abra un poco más la mente a la verdadera naturaleza del Universo. Y tal vez entonces los ordenadores pueden mantenerse conectados a las redes wifi de un día para otro.
El caso es que a veces me encuentro en situaciones en las que, básicamente, cuento con dos opciones:
- Exploto: rompo cosas, pego a la gente. Todo sucede en mi imaginación, pero siento que si verdaderamente diera rienda suelta a la ira en mi interior, tiraría cosas contra las paredes y me liaría a puñetazos con la gente. Hoy, por ejemplo, hubiera abierto la puerta de la terraza y habría tirado el ordenador por encima de la barandilla. No, de hecho, lo hubiera reventado contra el suelo desde el segundo piso. Eso sí: luego menuda pereza bajar y recogerlo todo, especialmente hoy que hace frío y llueve.
- Me echo a llorar. Esa es la otra opción. Como no me puedo permitir liarme a mamporros o coger una mesilla y reventarla contra la pared, me echo a llorar. Generalmente esta es la opción por la que suelo optar. Llorar me termina aliviando mucho.
Son pocas opciones. Esto no es mucha libertad de elección. Lo que tengo en esas situaciones es, básicamente, un dilema. Aunque es mejor que ir obligado a una única opción, y por ello me doy las gracias, sería todavía mejor tener una opción más, o dos, o tres… o ya que nos ponemos, diez. Yo no sé cómo hacer eso, pero mi inconsciente sí. Así que, querido inconsciente: ¿serías tan amable de crear diez nuevas opciones a las que pueda recurrir en esos momentos en el futuro? Por favor, asegúrate de que estas opciones son tan eficaces, disponibles y accesibles como las anteriores, especialmente como la opción número dos. Ahora, ¿qué menos que dar las gracias a mi inconsciente?
Esto es una pequeña parte del “Reencuadre en seis pasos de la PNL”, magnífica herramienta; algo así como la navaja suiza del cambio rápido.
En particular, y profundizando un poco en el análisis de este proceso que describo, esto suele empezar cuando alguien se enfada en mi presencia. Entonces esa otra parte de mí es como si dijera “¿Me estás diciendo que te vas a enfadar por esa tontería?”. Y mientras la otra persona se enfada yo emprendo la dirección contraria, la de mantener la calma, la que mejor se me da y que tanto he tenido que cultivar para, en los últimos treinta años y en particular en los últimos doce, no matar a nadie.
Es interesante mencionar que, a partir del análisis de las últimas veces en que me ha ocurrido esto (inconscientemente he hecho esto), me vengo dando cuenta de que, si me enfadara desde el principio y acompasara a la otra persona rápidamente en su enfado, la situación discurriría rápidamente por otro derrotero. De hecho, una manera en que tiendo a mantener la calma es relativizando la situación mediante el humor, lo que a menudo hace que la otra persona sienta que me río de su enfado y que no tengo en cuenta su malestar. El que estas situaciones suelan discurrir en alemán no ayuda, especialmente porque mi repertorio de insultos en alemán es muy limitado.
En fin, voy a ir cerrando esto aquí, ¡mecagüenlaputahostia!
Ya está; ya lo he dicho.
¡Soluciones quiero!
PD: ¡Menuda mierda de columna, Javier!
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