La columna del domingo

Seguramente estés leyendo esto en sábado, pero tengo que destacar que es domingo cuando estoy escribiendo esto. Seguramente, si sigo escribiendo diariamente, consiguiendo hacerlo cada día, mientras estoy escribiendo esto estoy en el sábado anterior. Esto es: te escribo desde el sábado pasado. Es un poco raro. Es como una máquina del tiempo.

La gente dice que no se puede viajar en el tiempo. Sí que se puede. Yo pasé 2016 en 1990. Sé que se puede. Eso sí, es muy diferente de lo que nos imaginamos.

Es muy diferente a viajar en un Delorean a través del tiempo. Es muy diferente a meterse en una caja llena de cables o sentarse en un extraño artilugio rodeado de ruedas que dan vueltas. Es tan diferente que hace falta un paradigma nuevo, una nueva manera de pensar.

En la física convencional, las cosas son sólidas y tangibles. Todo está claramente definido. Ese proyectil que sale del cañón trazará esta parábola. Las ecuaciones no engañan; funcionan como un reloj. Las excepciones confirman cómodamente la regla: tal vez se trataba de parámetros que no tuvimos en cuenta. En fin, una ecuación matemática que da los resultados esperados en el 99.99% de las ocasiones es algo muy sólido a lo que aferrarse. Es algo de utilidad mayúscula. Yo lo comprendo, y lo respeto. No en vano estudié una carrera de ingeniería.

Aprendía física con fruición. El poder explicarlo todo con números y ecuaciones era algo ciertamente gratificante y, especialmente, tranquilizador: todo tenía una razón. Todo tenía sentido. Todo era predecible.

Luego vino la física cuántica. Esto tiene ya, de largo, más de medio siglo. No es algo nuevo. No es magia; es ciencia tangible. Empezamos a dividir las cosas y resultó que llegamos al incómodo límite entre lo que es y lo que lo percibe. Si cae un árbol en las profundidades un bosque y nadie lo oye, ¿hace ruido? Esa es una pregunta legítima.

El ruido es inseparable del oído que lo escucha. Para oír un ruido hace falta oír, y para oír hace falta alguien que oiga. No se puede separar el fenómeno percibido de aquel que lo percibe: ambos están inseparablemente entrelazados. Entrelazamiento cuántico. ¿Brujería? ¿Magia? Sencillamente el reconocimiento de una incómoda verdad: todo es relativo.

Cuando penetramos en la materia, encontramos los átomos. La idea de los átomos está basada en el modelo atómico. Un modelo es una representación útil acerca de cómo funciona algo. Si tomamos un átomo de hidrógeno, tenemos un núcleo central y un electrón que da vueltas a su alrededor. Piensa en la tierra y en la luna, por ejemplo. La mayor parte del átomo está, simplemente, vacía. Si el núcleo fuera del tamaño de una pelota de tenis, el electrón estaría dando vueltas a un kilómetro de distancia. Eso es mucho vacío. La mayor parte de todo está hecha de nada. Eso es sorprendente.

¿Cómo predecir dónde estará el electrón exactamente en un momento dado? No se puede. Si intentamos percibir el electrón para conocer su posición, alteraremos su velocidad. Se puede conocer una cosa o la otra, pero no ambas simultáneamente. Esto viene representado por la ecuación de incertidumbre de Heisenberg. En el mundo cuántico, las cosas viven en estados de probabilidades. Probablemente el electrón estará aquí con una cierta probabilidad. Si estará o no, eso depende de quién haga la medición. Puesto de otra manera, el Universo está infinitamente personalizado. Puesto de otro modo: hay un Universo para cada perceptor. Eso resulta inquietante: nos adentramos en el territorio de la ignorancia infinita, ese inquietante lugar en el que todos tenemos razón y a la vez tenemos que aprender a convivir en este planeta. En el encuentro de estos dos conjuntos es donde habitamos y aprendemos.

¿Y cómo reconciliar el mundo cuántico con el mundo “real”? ¿Por qué en el mundo cuántico las cosas son nubes de probabilidades y en el mundo “real” tenemos cosas sólidas y estables? Bueno, hay al menos diferentes explicaciones para eso. Probemos una.

Yo no soy físico, ni físico clásico ni físico cuántico. Yo soy más bien un filósofo. Me gusta hacerme preguntas profundas acerca de la realidad última de las cosas. Durante 30 años me ayudó a evadirme del dolor. Sospecho que Hawkings hacía lo mismo. Yo también orbitaba el agujero negro en el centro de la galaxia, pues es el que más cerca pilla. Alguna vez nos encontramos por allí. Allí el dolor queda tan lejos que ni siquiera se siente.

También sospecho, que la realidad “real” es simplemente un estado estable, en el que la probabilidad de que las cosas sean como son y sigan estables es infinitamente alto. Se trata simplemente de un estado de la realidad sumamente estable. Pero para mí, el tiempo y el espacio están entretejidos con lo que somos y por tanto los viajes en el tiempo son algo cotidiano, tan cotidiano que resulta aburrido e irrelevante, tan cotidiano que nos pasa desapercibido. En circunstancias extremas, por ejemplo en experiencias próximas a la muerte, esto se hace más obvio. Cuando te despiertas cada mañana de 2016 en 1990, es muy fácil darte cuenta. Los viajes en el tiempo se hacen muy presentes y tangibles.

No somos seres tridimensionales; somos al menos tetradimensionales, como todo lo demás. Existimos a lo largo del tiempo. Si pudiéramos representarlo en nuestras mentes, nos daríamos cuenta de que nuestras dimensiones se extienden a lo largo del tiempo. Somos hoy, pero también fuimos hace treinta años y seremos en el futuro; y todo eso forma parte del mismo ser.

¿Alguna vez has estado con alguien ausente? ¿Alguna vez has visto a alguien mientras ve la televisión? Está ahí pero no está ahí. El cambio de paradigma consiste en considerar que alguien puede estar ahí y no estar ahí a la vez. Puedes sentarte en una silla y cerrar los ojos. Pronto estarás en otro lugar, en otro momento, haciendo otra cosa. Puedes tranquilizarte diciendo que es solamente en tu cabeza, pero se siente diferente. Una parte de ti se va a otro lugar y a otro sitio y el resto se queda aquí y ahora. Es tan común que ni le prestamos atención. Pero es.

Se puede estar más consciente y menos consciente, se puede estar más y se puede estar menos. Expresándolo en porcentajes, tal vez un uno por ciento de la persona se marcha a otro lugar y a otro tiempo y el resto permanece en el presente. ¿Cómo sería si esa persona se fuera completamente a otro lugar y a otro tiempo? Fuera de la realidad “real” el tiempo y el espacio carecen de sentido; simplemente forman parte del mismo todo.

En eso consiste meditar: en recuperar esas partes de nosotros, esos porcentajes de nosotros que vagan angustiados por el pasado y por el futuro para traerlos al presente, el momento en el que más fuerza podemos aplicar.

Y bueno, ya está bien de divagar en esta mañana de domingo. Pero lo tenía que compartir: estas cosas me encantan.

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