Me siento una vez más con vistas al jardín ante el teclado del viejo portátil. Es la última mañana en la casa del bosque. Me he levantado a las siete, he salido a correr, he practicado una meditación y ahora, mientras el sol sale de entre las nubes y la mañana se aclara, me siento aquí a escribir una vez más.
Doy un sorbo al café con leche que hoy me he preparado.
Ayer me salté la columna del día. Me levanté ya regular. Tocaba esa parte del proceso de recuperación en la que purgo la tristeza, esa parte en la que los huesos entran por fin algo más en su sitio y los tendones y los músculos se relajan un poco más después de treinta años de delirante tensión y entro en contacto con una masa de angustia entumecida, de profunda tristeza. Antes o después, si tengo suerte antes, me echaré a llorar. La pregunta es cómo combino eso adecuadamente con los planes del día.
Ayer me salté la columna de ESDLV. De algún modo, carecía de sentido. ¿Qué hago haciendo esta chorrada del blog? ¿Acaso me he vuelto a equivocar? ¿Acaso tampoco quiero hacer esto? De dónde vengo ya lo sé, pero ¿adónde voy?
Incluso así, me levanté y leí los comentarios del día anterior. Gracias a Ed por su sugerencia del precio para El Diario Teutón.
Había un comentario de una tal Julia, nueva por aquí. Gracias por tu primer comentario. Preguntaba: ¿Quién es Daniela?
La pregunta, especialmente en el día de ayer, me hizo saltar algunas alarmas.
Entiéndeme bien: yo comparto aquí alegremente mis intimidades. Lo hago, básicamente, por ignorancia e inconsciencia. Si supiera lo que estoy haciendo, probablemente me abstendría de ello. O tal vez no. Pero para mí se siente natural. Es lo que me toca hacer. Se siente congruente y por tanto me entrego a ello. No me tengo que convencer acerca de escribir; solamente me siento y escribo. Y se siente bien.
Olvidé el valor de esto. Olvidé el atrevimiento, la valentía; el valor de sentarme aquí y compartir partes profundas de mí. Olvidé la generosidad y el amor que esto implica. Solamente me siento y escribo.
Pero no sé si es lo mismo para otros, y no sé si es lo mismo para Daniela. Por eso le pregunté:
—Hoy había un comentario preguntando quién es Daniela. ¿Está bien si escribo una columna acerca de ti? —le pregunté cuando salimos a pasear.
—Pero yo no quiero salir en el blog. ¿Qué le importa a la gente de mí?
Esa es una buena pregunta. ¿Qué le importa a la gente de mí?
¿Quién es Julia?
Pero finalmente me dio permiso.
—Pero escribe algo bonito.
Claro que escribiré algo bonito.
Conocí a Daniela hace unos seis años, como unos seis meses después de, en las brumas de un trance hipnótico auto-inducido, haberme revelado a mí mismo el Big Crunch. Ella vino a Valencia a hacer un curso de Español y yo pasaba mis días tumbado en el suelo, mirando el techo, vegetando; fumando marihuana para soportar el dolor que apenas había empezado a desenterrar. No es el mejor momento para conocer a alguien, pero la vida hay que vivirla porque nunca se sabe.
Mi amigo Pablo, de Regensburg, conocido como Paquito, se casó con una alemana. Daniela era amiga de esta mujer. Cuando se enteró de que iba a ir a Valencia, le sugirió que se pusiera en contacto conmigo. Lo hizo. Así fue cómo nos conocimos.
Daniela era mona y divertida. Lo sigue siendo. Nos vimos varias veces aquella semana. Al despedirnos, nos dimos los teléfonos y quedamos en contacto. Luego, poco a poco, nos empezamos a llamar. Primero poco, y luego cada vez más.
Haciendo de tripas corazón, en el estado en el que estaba, organicé un viaje a Regensburg pasando por Múnich. Así podía visitar a mis amigos y también ver a Daniela. Luego vino ella a verme. Empezamos a hablar por teléfono cada día.
Por entonces yo salía a caminar por las noches como parte de mi recuperación. Me venía bien hacer algo de ejercicio y también mover los brazos, así que cada noche, después de cenar, salía a caminar durante una hora. Entonces solía llamar a Daniela.
Ella dice que no, pero a mí me costaba hablar. Apretaba los dientes y los labios continuamente en una mueca para soportar el dolor. Hablar requería invertir ese proceso, hacer fuerza en la dirección contraria a esa tensión continua e inconsciente. Cada noche hacía algo de eso.
Me encantaba oír su voz. Tenía una voz suave, cálida, melodiosa. Era divertido hablar con ella. A menudo nuestras charlas eran la mejor parte de la jornada.
En algún momento, fui a verla sin pasar por Regensburg. Ella venía a verme incluso cuando empecé a vivir con mi padre. En algún momento más, tener que separarnos cada vez dejó de tener sentido y se hizo más doloroso que permanecer juntos, así que decidimos que me mudaría a su casa en Múnich.
Para mí era una oportunidad enorme: salir por fin de casa de mi padre para empezar a construir una nueva vida con ella más allá del Big Crunch. Quedaba todavía mucho dolor y tuve que empujarme a dejar el abrigo de la, por entonces, mi casa.
Las pasé canutas. Empezar a vivir con Daniela fue el principio de una sucesión de retos que me llevaron una y otra vez a mi límite. Tuve que aprender a convivir con ella. Tuve que encontrar un trabajo. Tuve que hacer ese trabajo. Luego, cuando quisimos mudarnos a una casa más grande, tuve que encontrar un trabajo mejor con cuyo sueldo poder pagarlo. Todo esto con cantidades abrumadoras de dolor y angustia. En algún momento, empujado por Daniela, fui a terapia del dolor. Luego empecé a hacer terapia. Luego me apunté al grupo de estabilización. Vivir con ella ha sido un reto constante desde el primer día, y sin su impulso estaría mucho más atrás en mi recuperación.
Daniela es una mujer fuerte; pequeña pero grande. Sabe lo que quiere y está dispuesta a conseguirlo. Tiene una abrumadora cantidad de recursos y me ha hecho llorar más de una vez, a menudo incluso sin quererlo. Cuando me paso de la raya, que ocurre a menudo, me pone claramente en mi sitio. Si tiene que gritar, grita. Si nos tienen que oír los vecinos, nos oyen los vecinos.
Pero también es una mujer compasiva. Se pone en el lugar de la gente y siente su dolor mientras yo me quedo en cualquier superficialidad irrelevante. Aprendo cada día de ella, y cada día doy las gracias por ello.
Daniela es esa mujer que ayer me ve sentado con la cabeza gacha y la mirada perdida, hundido en la misera, la angustia y el dolor, y se acerca en silencio. Toma mi cabeza suavemente y la apoya contra su abdomen. Comienza a acariciar esa masa todavía amorfa y dolorida entre mis hombros. Desbordado por su cariño, empiezo a llorar.

Fuente: Javier
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.