Cuando se va la resaca

Este es un título bastante explícito, mucho más explícito de lo que me gustaría. Me siento incómodo con este título. Encuentro que da una imagen de que voy pedo todo el día poco menos. Así me gusta a mí exagerar las cosas. Pero es cierto, ayer estuve resacoso. Hoy, gracias a Dios, se fue la resaca y vuelvo a sentirme mucho mejor. Y es cierto, me pasé. Y tal vez esta pequeña humillación pública me venga bien. Vamos a ello.

Estoy aprendiendo a dejarme hacer cuando vengo aquí. Gran parte del valor de esto consiste en ese escribir sin pelos en la lengua; sin pelos en las yemas de los dedos que pulsan las teclas, que esto de escribir ya no es lo que era. Ya no hay que mojar la pluma de ganso en el tintero de negra tinta china: ahora basta con pulsar teclas en un teclado.

Pero básicamente, gran parte de esto va de sentarme y dejarme hacer, y en cierto modo presenciarme a mí mismo mientras escribo esto y, simplemente, acompañarme en el proceso. Supervisar que todo vaya bien, pero dejándome fluir. Y a veces me sorprendo: viene el momento de escribir el título y me encuentro mencionando, en enormes letras negras, el momento vergonzoso del día de ayer. Ahí, en el titular, para mi propio escarnio. E, igualmente, me tengo que dejar hacer. Así es el proceso creativo. Lo podría titular “Fluye y calla”.

Escucho un podcast de ventas desde hace un par de años que se titula “Cállate y vende”. Pues esto es algo similar. Si tuviera que hacer un podcast de creatividad, tal vez le pusiera ese nombre: “Fluye y calla”. Os cedo la idea.

Os cedo la idea, digo; como si las ideas tuvieran dueño. Es bastante difícil ponerle puertas al campo. Es bastante más fácil hacer nuevas y mejores ideas.

En fin, al bollo: pasó la resaca. Qué bien.

Así funcionan las adicciones: en el momento de tomar la decisión de hacerlo una vez más pensamos en el beneficio de la decisión. No pensamos en lo que pasará cuando venga el bajón.

No estoy hablando de darme un chute de heroína, eso está claro. Estoy hablando de tomarme una cerveza de más. Pongamos esto en contexto.

Es muy raro ya que me coja una merluza de las que me cogía hace quince años, de esas en las que volvía a casa de madrugada luchando para mantenerme de pie, con el horizonte empeñándose una y otra vez en darse la vuelta sobre sí mismo, muerto de vergüenza y rezando para que no me viera nadie, mientras los pájaros comenzaban a trinarle al alba. Luego llegar a casa y a trabajar por estabilizar la cama. El día siguiente, tirado a la basura, toda la jornada como un zombie intentando no echar la papilla. Joder, si eso no es triste, que baje Dios y lo vea. Eso era triste, y me llevó años darme cuenta.

Afortunadamente, ya dejé atrás esas cosas. Ahora, cuando me voy a tomar la segunda copa, pienso en esa jornada como un zombie. Ya no pienso en el subidón; pienso en el bajón. Y digo: “No, gracias”.

Bien puedo repetir esa estrategia. La próxima vez que me quiera tomar una tercera Weissbier, bien puedo pensar en el día que pasé ayer y decir: “No, gracias”. Dos Weissbier son suficientes.

Que yo me entiendo: que estoy ahí tan ricamente y me tomo un sorbo y me siento mejor, y luego me tomo otro y me siento mejor todavía, y tomo uno más y me siento todavía mejor. El problema es que, para el momento en el que me siento peor, ya es demasiado tarde. Dos Weissbier son suficientes.

No se trata de dejar el alcohol para siempre de raíz y de un día para otro; se trata de renegociar el contrato, de volver a considerar ese equilibrio interno en el que estoy.

Me estoy moviendo hacia un objetivo, estoy avanzando a lo largo de un camino, y a medida que cambia el paisaje tengo que cambiar yo también si quiero continuar avanzando. Si llega el barranco, tengo que descender. Si llegue la montaña, tengo que subir. Si hace frío me tengo que abrigar y si hace calor me tengo que quitar ropa. Tengo que hacer ajustes para seguir igual y, como estoy comprometido con mi camino, con esa meta que he elegido, lo hago.

En fin, increíble cómo me enrollo. Me siento un momento y, en cuanto miro el contador de palabras, estoy rozando las 800. Esto es mucho más fácil que hace un par de meses. Y cuando me doy permiso para hablar de mis propias debilidades, entonces de pronto tengo mucho más de lo que escribir y mucha más libertad para hacerlo.

Así, hoy estoy mucho más enfocado, más despierto y me siento mejor. Y es muy agradable. Me hace valorar más el bienestar que he logrado construir.

Al margen de eso, mencionar que he desconectado el plugin de WordPress “Stop spammers”. Es un plugin que he venido usando y que me ha funcionado muy bien, para reducir el spam tanto como a cero, especialmente el de registro de nuevos usuarios. La desventaja es que me he venido encontrando que, demasiado a menudo, os ha venido bloqueando a la hora de dejar un comentario. Esto es inaceptable porque os lo quiero poner fácil porque quiero vuestro feedback y quiero leer vuestros comentarios, así que he desactivado el plugin y voy a buscar alguna alternativa funcional. Sin embargo, con desagrado he comprobado que, esta mañana, ya se ha vuelto a registrar un usuario que es, simplemente, un usuario spam. Argh.

Para cerrar la columna, añadir que estamos mediando, en mi dimensión temporal, la última semana de Julio y que, en unos días más, viajaremos a Valencia si el Covid lo permite. Espero estéis todos muy bien, así como vuestros familiares. Besos y abrazos.

Foto de uno de mis lugares favoritos de Múnich: el Friedensengel.
Fuente: Javier

PD: Si no habéis visto mi vídeo de dron del Friedensengel, os invito a hacerlo. Es mi favorito. Os lo dejo aquí:

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