Hoy es uno de esos días en los que me siento aquí y me pongo a escribir sin saber muy bien qué escribiré. Tengo una historia que me ronda la cabeza desde hace un par de días pero… ¿terminaré escribiendo acerca de eso? La verdad es que este suspense, este… “”ni siquiera yo sé acerca de qué voy a escribir””, lo hace mucho más emocionante para mí también. Benditos sean los blogs.
Sigo tocado de las lumbares.
Me alegró reencontrarme con aquellas antiguas columnas relacionadas con el dolor de espalda que escribí ya hace quince años. Hay un par más por ahí, por ejemplo “Las palabras más bonitas del mundo”, que también van sobre el tema, pero lo dejé en dos porque ya era suficiente.
Hoy estoy mejor, pero sigo tocado. Tampoco he salido a correr por pura profilaxis. Este es un estado en el que cada movimiento debe ser medido, y las respiraciones se hacen también con cuidado. Una de las cosas más molestas es no poder levantar a Luqui o jugar con él en condiciones. El pobre no entiende que su padre está pachucho. Por lo menos puedo tirar del cordel del camión con cuidado y pasearlo por toda la casa mientras el Luqui trota alegremente a la zaga.
El día diez cumple Daniela años, así que he hecho un esfuerzo, para mí descomunal, y he preparado un par de cosas para la ocasión.
Hoy cumplen años mi padre y mi tío, aunque, técnicamente, sólo mi tío cumple ya años. También una historia triste. Buf, hoy, volviendo del supermercado, ha habido un par de momentos en los que me podría haber echado a llorar. De puro agotamiento.
Sigue rotando todo ese paquete de músculos y tendones que va entre la columna vertebral y cada uno de los hombros. Es increíble. Tumbado en la cama, haciendo girar eso, notando cómo se mueve, sencillamente no me lo puedo creer; no me puedo creer que esté así y, especialmente, no me puedo creer que haya vivido treinta años así. Tal vez no me lo quiero creer.
Al margen de eso, que ya entraré en profundidad en esta nueva fase de terapia que estoy construyendo, mencionar que estoy teniendo problemas con los lectores dactilares del teléfono y del ordenador. La razón es que la piel de mis manos está tan seca, por el frío, que los aparatos no reconocen las huellas. Cada noche, al irme a la cama, me doy un poco de crema de manos, pero no parece ser suficiente. El otro día no podía entrar en la aplicación del banco y me llevó tres intentos, de cuatro permitidos, antes de dar con la contraseña correcta. ¿Al alguien más le pasa lo mismo?
Ni un comentario ayer. La verdad es que me sentí solo con este marrón. Tened en cuenta que yo sólo sé que estáis ahí cuando leo un comentario. Es la única manera en que os percibo, al margen de las frías estadísticas del sitio. Me puedo decir que tenéis muchas cosas que hacer y no pasa nada porque no dejéis comentarios, pero una cosa es lo que pienso y otra lo que siento, y ya que estoy aprendiendo a hacer la distinción y a darme cuenta de lo que siento, pues vale la pena mencionarlo.
Esta mañana al súper, y esta tarde a Aihach (?), a media hora de aquí, a recoger unas sillas para el comedor que hemos comprado en eBay Pequeños Anuncios, lo que viene a ser el Wallapop alemán. Buf, a ver cómo lo hago. Menos mal que me gusta conducir, porque es el único aliciente que le veo a la expedición.
Y lo voy a dejar aquí, que las salchichas blancas ya deben de estar en su punto. Hoy tocaba sopa de calabaza que sobró de ayer, pero su consumo, para Daniela con Lucas colgando del fular, es dificultoso, así que hemos hecho un cambio de planes rápido.
Que los reyes os traigan… ¿carbón, cabrones? No, me voy a decidir por que os traigan cosas buenas.
Un abrazo.
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