Del alemán: sich bewerben. Verbo reflexivo. Tal vez… ¿presentar una solicitud de trabajo? Ayer estuve revisando con Daniela mis solicitudes de trabajo; en particular esa parte que llaman el “Anschreiben”. Se trata de esa carta de presentación que acompaña al currículum. La cosa acabó… Bueno, lo voy a compartir a continuación.
Esto de buscar trabajo otra vez me está dejando hecho polvo. Ya lo fue hace un par de años, al poco de llegar a Múnich. Había algo horrible en entrar de nuevo en mi currículum, de retocarlo, de completarlo. Era 2018 y yo entendía muy bien por qué.
La siguiente vez que tuve que encontrar trabajo fue mucho más fácil. Prácticamente surgió sola la oportunidad a través del amigo de Daniela que a la postre terminaría convirtiéndose en mi jefe. Gracias por eso.
Ahora, buf. De nuevo ese horror.
Me preguntaba por qué. ¿A qué se debe ese horror cada vez que tengo que revisar y completar mi currículum? No tuve que pensar mucho antes de que se me hiciera obvio.
Mi curriculum vitae representa mi vida laboral: la sucesión de trabajos que he realizado a lo largo de mi vida. No puedo encontrar ni un solo trabajo que disfrutara de hacer. No porque los trabajos fueran necesariamente desagradables, que muchos hubo, sino por el estado en el que estuve mientras los hice. Incluso en uno de los mejores, el de desarrollar funciones para coches y luego ir al coche y probar lo que había desarrollado… Cada mañana, al sonar el despertador, abría los ojos, me quedaba mirando al techo y me preguntaba:
¿Cómo lo voy a hacer hoy?
¿Cómo hago hoy para levantarme de la cama, ir al trabajo e ir a través de cada una de las horas del mismo?
Las horas eran interminables. Se estiraban y estiraban en una agonía indescriptible. En cuanto mi jefe se despistaba, yo abría un navegador y entraba en El Sentido de la Vida para leer los comentarios. A veces hasta los respondía, con el estómago hecho un nudo porque mi jefe podría darse cuenta de que estaba haciendo otra cosa en cualquier momento. El Sentido de la Vida se convirtió, literalmente, en el sentido de mi vida.
Y así cada mañana arrastrándome desde la cama al trabajo, cada día más pesado, cada día con menos sentido. Incluso con mi amigo Fernando en la mesa de delante y mi amigo Sergio dos mesas más allá, en una rocambolesca casualidad en una ciudad de casi doscientos mil habitantes y en una empresa con miles de puestos de trabajo repartidos en varios edificios en varias plantas. La agonía se fue tornando lentamente en una pesadilla, una pesadilla de locura y delirio.
Pero la cosa ya empezó torcida, y ahora sé que literalmente.
Mis primeras prácticas, al salir de la universidad, fueron leyendo patentes. Pasaba ocho horas cada día leyendo patentes en inglés. Los productos textiles se encontraban entre las cosas más increíblemente aburridas de mi mundo.
Abría un terminal en Windows y me conectaba por ssh a mi propio servidor Linux en casa. Desde allí abría un cliente de irc y me conectaba al servidor IRC de escomposlinux, donde me pasaba la jornada laboral chateando mientras temía que alguien me pillara o que mi divida atención se reflejara en el rendimiento de mi trabajo.
Esto son dos ejemplos. Mi historia laboral está llena de escaqueo, temor a ser descubierto, angustia, horas increíblemente aburridas y sin sentido, tensión, paranoia… Cuando pienso en un nuevo trabajo, es en volver a eso en lo que pienso. Y me resisto como ese gato al que se le intenta meter en la bañera.
Pero mira, es cierto que la cosa va a mejor. Es cierto que soy el español de las estadísticas, pero al menos lo reconozco y me avergüenzo de ello. Ser ese español es, de hecho, todo un logro. He tenido que recorrer un largo camino para llegar a ese estado. Ahora sigo trabajando cada día para cambiar y mejorar, y que hacer que aquello sirva de un mal ejemplo del que aprendí. Todos tenemos derecho a ser perdonados y a cambiar.
Y quiero cambiar, y quiero hacerlo desde el principio, desde la base, desde la carta de presentación. Quiero que, si no voy a encajar en un sitio tal y como soy, me rechacen tan pronto como sea posible.
Gran parte de lo que ha hecho horrible el escribir cartas de presentación y preparar mi currículum ha sido esa actitud de:
¿Cómo tengo que mentir a estas personas para que crean que soy el apropiado para este trabajo que no quiero hacer?
Desgraciadamente, eso implica al menos dos cosas: no soy el apropiado para el trabajo y no quiero hacerlo. Afortunadamente, me doy cuenta de esto.
Así que antes tenía que mentir para escribir una carta de presentación. Tenía que componer el escrito como si fuera una fórmula magistral. No podía simplemente sentarme y escribir honesta y sinceramente; tenía que pensar en las diferentes maneras en que iba a falsificar mi presentación y presentarme como alguien que no era, y por tanto discutir conmigo mismo a cada recodo del texto, en cada mentira, encontrando maneras de acallar a la parte de mí que necesitaba decir la verdad.
Pero esta vez me senté con otra actitud. Por ejemplo, hay una empresa que me interesa. Es una agencia que se dedica a hacer sitios web. Una de las cosas que más me interesa es que tienen sedes en Valencia y en Múnich, y que tal vez puedan usar a alguien que vuele regularmente entre ambas ciudades. Si esto no fuera así, entonces sinceramente me interesa mucho menos.
Y escribí la carta y así lo expliqué. Si me tienen que rechazar, quiero que sea rápido; mucho antes de meterme en un túnel chungo del que no sé cómo salir.
Fue fácil escribir la carta de presentación. La redacté con naturalidad a lo largo de página y media. Nunca hacer esto me había resultado tan fácil. Era una carta clara, sincera, honesta.
Cuando fui a enviarla me di cuenta de que la única dirección de correo que aceptaba solicitudes de empleo era alemana. Resolví hacer una versión en alemán de la misma. La pasé por el traductor de Google, la releí, hice los ajustes pertinentes y se la enseñé a Daniela.
Se quedó horrorizada.
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