En esta ocasión voy a contar una anécdota que me ocurrió hace algunas semanas pero que hasta ahora, con tanto Uncrunching, no había tenido la oportunidad de relatar.
El caso es que se estaba terminando la gasolina del Modus y, dado que venía del OBI de comprar algún artilugio para el bricolaje casero, seguramente algo para colgar el armario del baño o tal vez de algún trabajo incluso anterior, aproveché para detenerme en la gasolinera y repostar.
Esta es, de entrada, una pequeña tarea: vas a la gasolinera y repostas. Está como casi ya hecho. Como que casi se hace solo, ¿no?
Bueno.
Yo vengo de tener que sentarme en una silla, cerrar los ojos y aplicarme técnicas de PNL para juntar la motivación suficiente para vaciar una lavadora y tender la ropa o para ir al supermercado. De hecho, ir al supermercado ha sido para, hasta hace poco, como protagonizar una película de Jason Bourne; una de esas películas vibrantes desde el primer minuto hasta el último, con una música angustiante sonando de fondo para acompañar una acción frenética en la que la cámara se mueve todo el tiempo y el protagonista está a punto de recibir un disparo al volver cada esquina.
Durante años, mi vida ha sido una película de Jason Bourne.
Ahora, bueno; la cosa ha cambiado mucho, gracias a Dios y al enorme trabajo que he hecho a lo largo de los años, pero pequeñas cosas todavía son estresantes para mí. Poner gasolina es una de estas pequeñas cosas.
Date cuenta de que aprovecho ese momento y ese trayecto para poner gasolina. Volviendo del OBI, la gasolinera queda a mano derecha: sólo tengo que girar y entrar. Viniendo del otro lado tengo que cruzar el carril opuesto: demasiadas emociones. Además, es un día entre semana a la hora de comer: en la gasolinera encontraré tal vez uno o dos coches.
Estaba solo cuando entré en la gasolinera. De hecho, el último coche antes de mí se detenía en la caja para pagar.
Me encanta que los planes salgan bien.
Bajé del coche, tomé la manguera que decía “Super” y metí el extremo en el orificio de entrada al depósito. Con los dedos de la mano derecha, apreté con fuerza la palanca y la gasolina comenzó a fluir.
Terminé la operación. Siendo que estaba todavía solo, me dije que era el momento perfecto para comprobar la presión de los neumáticos.
Cuando se cambian las ruedas de verano por las de invierno, la prudencia aconseja revisar presiones. Nuestras ruedas tenían buen aspecto, buen aspecto en el sentido de la cantidad de aire que parecían contener, y una revisión con nuestro bombín de las bicicletas apuntó que, más o menos, grosso modo, como suelo hacer las cosas, así a ojaldre, la presión era, aproximadamente, la apropiada. Pero tenía pendiente la revisión oficial. Había llegado el día D y la hora H. Yo no hubiera invadido Francia por pura pereza.
Le pregunté a la cajera:
—¿Puedo meter marcha atrás y recular y comprobar la presión de las ruedas?
—Sí, claro —respondió.
Coloqué el coche en su sitio y bajé para proceder.
Allí había una especie de extraña instalación de hinchar las ruedas. Salía una goma de cosa de un metro de largo y un cartel en la pared decía:
“Pida en caja las partes faltantes del sistema”
Entendí que era como cuando dicen:
“Pida en caja la llave del cuarto de baño”
Así que me acerqué a la caja.
—Necesito las partes que faltan para hinchar las ruedas.
La mujer me miró con cara extrañada.
—No falta nada —dijo—. Sólo tiene que hinchar las ruedas.
Ahora el extrañado era yo.
La mujer tenía aspecto de extranjera, así que caminé hacia la bomba diciéndome que estos extranjeros, que seguro que no me había entendido y que así cómo iba a salir el país adelante, poco menos.
Revisé el cacharro. La goma que salía de allí tenía cosa de un metro. ¿Cómo iba a poder hinchar las cuatro ruedas así? ¡Era imposible!
Caminé de nuevo hasta la caja.
Me pregunté cómo se decía goma, la manguera de goma.
Quería decirle que la manguera de goma sólo tenía un metro de largo, y que así no podía hacer nada.
Tal vez fue por los nervios, pero me trabuqué y sólo pude pensar en la palabra en inglés: “hose”.
Sin embargo, debe de tratarse de lo que llaman, en el contexto del aprendizaje lingüístico, un “falso amigo”. “Hose”, en alemán, significa pantalón.
Pero convencido, convencido como en esas ocasiones en las que estamos muy equivocados y a la vez muy convencidos de algo, me acerqué y le dije:
—No puedo hinchar las ruedas así; ¡el pantalón es demasiado corto!
La mujer me miró con cara de “Pero qué diantres dice este hombre”.
—¡El pantalón sólo tiene un metro! —gritaba yo desde el otro lado del paraván de plástico anti-covids.
Aún en su asombro, la mujer acertó a decir:
—¡Tiene que descolgar el cacharro!
¿El cacharro? ¿Qué cacharro? Y algo hizo click en mi cabeza.
Me recordé en gasolineras en Regensperry. Vi a mi amigo Gorrino con el cacharro en cuestión mientras me contaba acerca de sus bondades.
Caminé hasta el cacharro en cuestión.
El aire llega a través de una tubería que, en última instancia, hace un codo y queda en vertical. Sobre ese apoyo se deja caer una especie de tetera metálica. El aire entra en la tetera en el punto del apoyo y, mientras la tetera está en su sitio, su depósito integrado se carga. Luego se coge la tetera y se lleva de rueda en rueda. Mediante ese artilugio, un pantalón de un metro es más que suficiente en cualquier caso.
Joder, qué vergüenza y qué risa cuando más tarde, en casa, le conté la historia a Daniela y me di cuenta de lo que había sucedido.
Este es un ejemplo de lo que significa vivir en un país extranjero, aprender el idioma local y verse expuesto a todo tipo de situaciones rocambolescas.
¿Tenéis anécdotas similares?
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.