Una historia gráfica

Usé ordenadores durante muchos años antes de llegar un cierto punto en el que, por fin, me animé a programar algo. Siempre había creído que programar era algo demasiado difícil para mí. Había que ser muy inteligente o algo así para programar, muy listo… ¡Yo qué sé! Se aprendía a programar en la universidad. Después de haber pasado un montón de años allí, tenía muy pocas ganas de volver. Así, tristemente, nunca aprendería a programar.

Empecé a hacer algunas cosas pequeñas. Un pequeño programita que hacía esto, otro que hacía esto otro. Lo más difícil era encontrar un pequeño proyecto que se ajustara a mi nivel y que me pudiera resultar de utilidad. Hice alguna cosilla aquí, otra allá. Poco a poco, fui aprendiendo. Poca cosa, pero ya era algo. Y era increíblemente satisfactorio para mí. ¡Estaba domando la máquina!

Durante años hice cosas en el terminal. Ejecutaba el programa y daba un resultado. Metía texto y salía texto. Molaba mucho.

Pero un día empecé a suspirar por crear una ventana. Imagínate: hacer un programa normal, un programa de mayores. Algo que se ejecutara en una ventana, como un programa más del sistema operativo. Como el Notepad, o el Office, o el Outlook, o como cualquier otro programa, con su ventana y sus botones. ¡Qué pasada!

Pero tenía que ser superdifícil.

Ahora que lo pienso, no sé por qué lo concebía así. Simplemente lo hacía.

Nunca me había puesto a investigar cómo crear una ventana.

Hace un par de años largos, cuando llegué a Múnich, conseguí un trabajo conduciendo coches en un concesionario de BMW.

Bajaba los coches del taller al aparcamiento subterráneo, y después los subía desde allí a la puerta principal. Caminaba una media de 15 kilómetros diarios entre coche y coche, conduciendo BMWs todo el día, uno detrás de otro. Era un trabajo muy duro pero que tenía una satisfacción muy grande: la de conducir una enorme variedad de coches muy molones, aunque fuera solamente por las dependencias de un gran concesionario muniqués.

Para cada coche que bajábamos al aparcamiento, teníamos que apuntar la plaza en la que lo dejábamos.

B15, B-04, C-18.

En el taller teníamos un ordenador. En el ordenador corría Excel, y en Excel teníamos una hoja de cálculo.

En una columna teníamos que apuntar el código de cuatro cifras identificador del coche y, en la columna de al lado, la plaza de aparcamiento.

Era una simple hoja de cálculo. Lo más complejo era un botón en la parte superior. Al pulsarlo, se copiaba la hoja de cálculo en una unidad de red para que pudieran verla actualizada en el taller principal, un par de pisos por encima. Eso era todo.

Después de un par de meses trabajando allí, me di cuenta de que había algo que sucedía con regularidad más o menos semanal: la hoja de cálculo desaparecía. O aparecía en blanco.

Para mí, era un misterio. ¿Cómo sucedía aquello? Sólo había que pinchar en la celda, introducir el número y después pinchar en la celda contigua e introducir la plaza de aparcamiento. De alguna manera, entre aquellas dos acciones y la de pulsar el botón de vez en cuando, la hoja de cálculo se autodestruía.

Prestando atención, me di cuenta de que algunos de mis compañeros eran ya cincuentañeros o más. Algunos no habían usado un ordenador en su vida, poco más o menos. Cogían el ratón como si fuera un martillo. Pulsaban las teclas como si estuvieran poniendo en marcha un reactor nuclear. Por más que investigué, seguí sin descubrir cómo conseguían volatilizar la hoja de cálculo, pero sí que me hice una idea.

Así, un día, resolví hacer un programa a prueba de torpes.

Lo haría en mis ratos libres al llegar a casa. Lo escribiría en python y tendría una interfaz gráfica.

A la izquierda habría dos campos de texto para meter los datos, y a la derecha se iría mostrando la lista actualizada con los coches y sus plazas de aparcamiento. Con cada entrada, la lista se reordenaría automáticamente para que fuera más fácil después encontrar los coches. Cada vez que se introdujeran los datos de un nuevo coche, se actualizaría la copia en red y se actualizaría un fichero html conteniendo toda esta información que, desde el taller principal, podrían consultar cómodamente desde el navegador, dejándose de abrir el Excel. ¿Para qué matar moscas con cañonazos?

Además de eso, en la parte izquierda inferior, habría un par de botones más. El primero lanzaría una herramienta web que usábamos de vez en cuando, como último recurso, cuando le perdíamos la pista a un coche. Había un segundo botón, pero ya he olvidado lo que hacía.

Cada día, por la mañana, al lanzar el programa por primera vez, se archivarían los datos del día anterior y se crearía un fichero nuevo con la fecha actual.

En fin, mi programa haría lo mismo que la hoja excel y más, y además lo haría mejor. Lo haría más sencillo, más cómodo y más automático. Cometer errores sería mucho más difícil.

Durante varias semanas, cada tarde, al llegar a casa, me sentaba un par de horas.

Escribí el programa en python usando la librería gráfica Kivy. Era la primera vez que hacía un programa que corriera en una ventana, y era relativamente complicado.

Me llevó varias semanas tenerlo a punto, pero conseguí que funcionara exactamente como quería. La última tarde, me senté y escribí un par de hojas describiendo el proyecto, el por qué, los beneficios que aportaba y su sencillo funcionamiento.

Hablé con mi jefe. Le expliqué lo que había hecho y le pregunté si lo podía probar.

—No, imposible —me dijo—. Todo lo relacionado con los ordenadores tiene que pasar por el departamento de IT de la empresa. Es más: si metemos mano a ese ordenador, nos podemos meter en un buen lío.

Con tristeza, me quedé con las ganas de instalar y probar aquel programa que, con tanto cariño, había escrito. Hasta su .exe había conseguido generar.

Pero quedé enormemente satisfecho con el resultado, y fue algo que, más tarde, me animó a aceptar mi primer trabajo como programador.

Y, por supuesto, lo más importante: aprendí muchísimo y lo disfruté.

A caballo entre el otoño y el invierno

Comentarios

2 respuestas a «Una historia gráfica»

  1. Avatar de Dani
    Dani

    Recuerdo esto porque lo comentaste en Patreon y no comprendo como estas situaciones siguen siendo posibles. Alguien dedica su valioso tiempo a mejorar algo en la empresa (gratis) y no se tiene en cuenta… Al menos me alegra saber que no solo pasa en España…

    1. Avatar de Javier

      Ni las gracias me dio. Pero bueno, yo ya sabía a lo que me arriesgaba. Me podía haber informado primero, pero entonces no habría tenido una razón para hacerlo.

      En cuanto a lo de valorar mi tiempo y mi trabajo… Bueno, todavía estoy aprendiendo…

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