Un regalo inesperado

Se acabó el verano. La lluvia cae con fuerza. Las hojas de los árboles se sacuden con intensidad. El cielo está de un color gris uniforme. El ventilador de mi ordenador, a pesar de los últimos ajustes que le hice, sigue bufando. Algo menos, eso sí.

Al parecer tiene tres niveles de activación: suave, medio y “va a explotar”. Ahora debe de estar en medio. He conseguido bajarlo un nivel. Ya no siento que me vaya a explotar la cabeza.

Hace un par de meses, cuando empecé a trabajar desde casa en este nuevo proyecto, entré en todos los ajustes posibles del ordenador y puse las cosas a máximo rendimiento en un intento por extraerle un poco más de vida. Algo toqué que hacía que el procesador estuviera siempre a tope incluso cuando no se le requería tanto al ordenador. Debía de ser algo de la configuración de energía. Desde entonces, el ventilador estaba siempre a tope. Tras estar entre seis y ocho horas diarias junto al ordenador bufando como si fuera el fin del mundo, me estaba volviendo loco. Ayer estuve retocando los ajustes y algo ha mejorado. Eso es muy agradable. Ahora, sigo necesitando un ordenador nuevo.

El ordenador ha debido de leer lo que acabo de escribir porque se ha puesto a bufar otra vez. Debe de ser ansiedad informática.

En fin.

Ayer hablé de nuevo con mi hermana. Dentro de la gravedad, mi padre evoluciona favorablemente. Si le habían bajado el oxígeno de la máquina del 100% al 70% y el resto lo ponía él, ayer se lo bajaron de 70% al 55%. Ignoro cómo funcionan estas cosas, pero las cifras parecen favorables. Hace dos mil años eran los dioses los que tenían que ser favorables; ahora son las cifras. Interesante.

Seguimos a la espera. Hoy me toca hablar de nuevo con mi hermana para el reporte diario, a la espera de que mi padre siga evolucionando como las cifras, favorablemente.

En otro orden de cosas, ayer recibí una grata sorpresa.

Revisé el buzón y me encontré una carta para Daniela y uno de esos papelitos que dejan las empresas de reparto de paquetes cuando no encuentran al destinatario y lo dejan en casa de un vecino, que no sé cómo estará la cosa en España pero aquí eso se estila mucho.

Leí el papelito:

“Querido maestro carpintero,

su paquete está en casa del vecino ___”

El nombre del vecino estaba vacío. Me quedé confuso.

Me acerqué a ver al maestro carpintero.

En el patio interior de nuestro edificio hay una carpintería. Ahí trabajan la madera, como suelen hacer en las carpinterías. Hacen cosas y también las restauran.

Entré en la carpintería con mi mascarilla puesta.

—Hola, me acabo de encontrar esta nota en el buzón, pero no hemos recibido ningún paquete.

Sin mediar palabra en el minuto que duró la interacción, el hombre se acercó a unas cajas de cartón que tenía en un rincón, tomó una de ellas y me la entregó.

Confuso, miré la etiqueta con mi nombre. Era para mí.

—Oh, me lo había imaginado al revés —le expliqué.

El hombre medio sonrió. Me despedí dándole las gracias.

Una caja para mí. ¿Qué podía ser? No esperaba nada. Era el primer paquete que recibía en los dos años y medio de vivir en Múnich. Tal vez se tratara de algún lector agradecido, pero ¿dónde iba a sacar la dirección?

Saliendo de mis ensoñaciones, subí a casa y, practicando la paciencia y la templanza, dejé la caja sobre una silla y saqué la colada de la lavadora. Pasé los siguientes diez minutos tendiendo camisetas y calcetines. Cuando hube terminado, saqué el tendedero a la terraza y me dirigí a la caja.

La abrí cuidadosamente. No encontré remitente por ninguna parte.

En su interior había una especie de fuelle acolchado que debía de servir para proteger el contenido. El plástico estaba frío. Lo abrí con cuidado.

Había cosas de M&M’s. Intuí de qué se trataba. Pero…

Había una tarjeta, una caja, y lo que parecía otra caja transparente rellena de lentejas de chocolate, blancas y azules.

Leí la tarjeta:

“Querido Javier, el equipo de Semco te quiere dar de nuevo las gracias. No solamente por tu trabajo, sino por tu alegría, tus historias y tu sonrisa. Esperamos verte pronto de nuevo”.

¿Mis historias?

—Claro, siempre estás contando historias —dijo Daniela.

En la caja había una taza roja convenientemente ilustrada con dibujos de la marca. En la otra caja, a través del plástico transparente, se podían ver las lentejas de chocolate en los colores blancos y azul de la empresa. En unas ponía “Semco-Team”, en otras “Gracias Javier”, en otras “Alles Gute” y, en las últimas, estaba estampada mi cara. Con la curvatura de las lentejas y la dificultad de imprimir sobre las mismas, parecía más Michael Schumacher que yo; pero me alegré muchísimo.

Salí de allí en circunstancias muy difíciles: en pleno coronavirus y después de un año y medio extremadamente difícil en el que pronto se me hizo obvio que el dolor era todavía tal que me impedía concentrarme en mis tareas cotidianas, y que el ritmo al que trabajaban era tal que yo estaba sencillamente desbordado un día tras otro. Durante meses fui al trabajo aguantándome las lágrimas. A pesar de las oportunidades que me dieron, la primera para embarcarme y la segunda para intentar ponerme al ritmo de la empresa, fracasé. Fue muy difícil para mí aceptarlo.

Me alegró mucho recibir aquello, aquel regalo personalizado, hecho con cariño y apreciación. De verdad que lo di todo mientras estuve allí y, aunque no salió bien, me hizo darme cuenta de que es importante saber renunciar a algo para hacer sitio a algo más.

Les deseo lo mejor en su camino.

Comentarios

2 respuestas a «Un regalo inesperado»

  1. Avatar de Dani
    Dani

    Impresionante estos alemanes!!

    jajajaja

    Lo que no sé es cómo pudiste aguantar a abrir el paquete e ir a tender la colada….???

    1. Avatar de Javier

      Jejejeje 🙂

      Buf, soy muy disciplinado y metódico. Si no no habría llegado hasta aquí…

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