Un día de mierda

Diez de la noche. Me siento a escribir y me dejo llevar. “Un día de mierda” es el título que me sale. Pues empezamos bien. Pero en fin, tampoco ha sido un día de mierda. ¿Qué puedo salvar del día de hoy?

La verdad es que me siento molido. Maltrecho. Apaleado. Hoy he llorado un par de veces más, y creo que ya van cuatro desde que estamos en la casa nueva. Lloro y me alivio, libero contracturas y meto las vértebras un poco más en el sitio. Siento dolor.

Ya no es dolor entumecido, o alguna variedad extraña de dolor, o angustia. Es simplemente dolor; puro y llano dolor. Y eso es, a estas alturas, hasta una buena noticia.

¿Y por qué no te tomas una aspirina o un ibuprofeno?

Lo podría explicar de muchas maneras, pero lo puedo resumir en una: porque no estoy entumeciendo; estoy haciendo precisamente lo contrario: desentumeciendo.

Con los años y con la experiencia, y también con la reflexión, qué caray, he llegado a apreciar el dolor. El dolor es bueno, el dolor es útil. El dolor está ahí para hacer saber que el daño está ahí. Gracias dolor, por tu incansable e ingrata tarea. Eres ese mensajero imprescindible al que querríamos matar. Traes malas noticias, pero qué importante es que lo hagas.

Hoy puedo salvar, por ejemplo, el paseo matutino empujando a Luqui por las calles de Stadtbergen hasta salir a las lindes del campo de golf. El camino, con sus vistas, con los árboles ya otoñales por aquí. El rato en el que ha salido el sol y Luqui se ha dormido. Con la angustia y con el dolor, pero qué carajo: muy bonito. Y aunque vaya pasando por muchas fases y siga llorando todavía mucho, sigo yendo hacia arriba. “This way up”, así se titularía el libro. Quizá me ponga alguna vez con él, pero cuando esté preparado.

Y hoy, sinceramente, no tenía ganas de pasar por aquí. Me quería ir directamente a la cama sin pasar por la casilla de salida, o pasando solamente por la meditación, que últimamente la estoy haciendo por las noches, cuando Daniela y Luqui ya se han acostado.

Pero, precisamente a veces, cuando las cosas se tuercen, es cuando más falta me hace el sentarme y escribir. Lo podría escribir para mí solo, pero eso tendría incluso menos sentido que publicarlo y compartirlo.

Y bueno, con esto, por lo menos, ya he cumplido con este compromiso, con esta disciplina, con esta práctica. A veces es como si escribir fuera la única cosa que supiera hacer, la única en la que, verdaderamente, me sintiera seguro. Así que bueno, buena práctica es la de sentarme aquí un rato cada día, o cada noche, para compartir lo que sea que toque en esa ocasión, aunque sea, como hoy, un día de mierda.

Pero no sólo practico escribir aquí, sino que también practico prosperar y, como mínimo, antes de acabar hoy, voy a dedicar un momento a encontrar un par de buenos momentos que apreciar del día de hoy. Si me pusiera a agradecer me tiraría un buen rato, bien cierto es, pero no se trata ahora de dar las gracias sino de apreciar, así que… ¿qué otros dos momentos has disfrutado del día de hoy, Javier?

Pues jugar con Luqui, claro. Él tumbado en el sofá y yo encima, mordiéndole los costados mientras se retorcía intentando evitarlo muriéndose de la risa, con esa sonrisa sincera de oreja a oreja, con esa risa tan divertida, con esos dientecitos separados, blanquitos e incipientes. ¡Cómo se reía! No podía evitar sonreír y reírme yo también, y mira que, sin apenas darme cuenta, lo he intentaba.

Y ese otro rato en el que sabía qué hacer en la casa, e iba poniendo libros en la estantería, y cogiendo los cartones vacíos y bajándolos al sótano, y he tenido varias tareas en las que he podido ir fluyendo cómodamente.

Y qué decir de ese rato que he sacado para, por fin, después de un par de semanas de carencia, un récord con creces en los últimos siete años y medio, practicar veinte minutos de yoga por primera vez en la casa nueva. Joder, qué gusto estar ahí, conmigo mismo, disfrutándome, sintiéndome bien a gusto, entre mis dolores y mis retorcimientos, sintiendo esa frustración de “tampoco en esta ocasión terminará de ensamblarse todo”. Pero qué bien haber podido practicar un poco de yoga una vez más.

Y ahora sí, con estas sensaciones en el zurrón y con una sonrisa en el rostro, ya puedo terminar aquí en paz. Buenas noches.

Comentarios

Deja una respuesta