Un día cojonudo

Así como el otro día tuve un día de mierda, hoy he tenido un día cojonudo. ¿Cómo ha sido este día y cómo ha sido diferente del otro, con el propósito de tener menos días de mierda y más días cojonudos? Vamos con ello.

Primero, vayan por delante algunos agradecimientos.

Gracias a Adrián, a Ramón, a Juanda y a Manuel por sus comentarios en respuesta a mi columna anterior. Gracias por hacerme saber que seguís ahí leyendo.

Hoy, a las seis de la mañana, ya estaba despierto. Es una mezcla de que se debe de poner en marcha la calefacción de la casa, que me acuesto pronto y que tenía que ir al baño. Tras levantarme para aliviar la vejiga, sólo quedaban unos estiramientos en la cama destorciendo el cuerpo y, un rato después, en pie.

Ducha. Me visto. Cojo el coche y me marcho al supermercado. A las siete y cuarto de la mañana estaba entrando por la puerta. Alucinante. Nunca había madrugado tanto para ir a comprar, también porque los supermercados que conozco en España abren a partir de las nueve de la mañana.

A las 7:40 salía por la puerta con el carrito cargado. Todo al coche y a la tienda de bebidas junto al súper. Entro por la puerta y un hombre, en bávaro, me viene a decir algo así como:

—¡Eh, colega; que abrimos a las ocho!

Flipante. Me voy para casa.

Descargo, almaceno, organizo. Desayunamos.

Me voy a dar un paseo hasta el cajero. Regreso y pido cita en la peluquería.

Visita al médico de Luqui. Después de quince minutos de coche, Daniela descubre que ha olvidado la tarjeta sanitaria de Luqui. No pasa nada, conduzco de vuelta. Regreso. Hace un solazo fenomenal y rozamos los viente grados. Voy en mangas de camiseta.

Visita al Tschibo. Luqui tiene un virus que anda campando por ahí y que no es el coronavirus. Visita a la estafeta de correos para enviar la carta al banco con mi nueva dirección y de vuelta a su origen el paquete de Vodafone que ha llegado esta misma mañana. Ni lo he abierto.

Comemos en la terraza restos de tortilla de patatas. Después, Daniela se ha quedado con hambre. Cocino media ración de spaghetti boloñesa y lo disfruto. La nueva cocina es una pasada, y las ollas que compré el otro día de oferta una delicia. Me siento como Ratattouille.

Damos un paseo. Luqui llora. Hay que llevarlo en brazos. No pasa nada. Cargo con él media milla.

Cena, pim pam pum. Fluyo con facilidad entre una cosa y otra.

Son las nueve y cuarto y ya estamos cenados y está todo recogido y fregado, el lavaplatos atómico programado para ponerse en marcha en un par de horas. No creo que llegue a conectarlo a la red inalámbrica de casa, pero la función de arranque en diferido está bien para que se ponga por la noche. Me lavo los dientes, me paso los cepillitos interdentales y me repaso los piños con la seda dental. Me siento a escribir.

Conclusiones:

  • Hoy ha hecho calor y solecito. Eso siempre ayuda, pero estamos aprendiendo incluso a tener días cojonudos independientemente del tiempo.
  • Menos dolor. El dolor de los últimos días ha remitido y gran parte de la ponzoña emocional que sentía parece haberse reabsorbido.
  • Fluir entre eventos. He podido fluir con relativa facilidad a través de las diferentes cosas que he ido haciendo a lo largo del día, resultándome fácil darme cuenta de cuándo me iba hacia adentro y pudiendo volver a enfocarme afuera con relativa soltura.

Dicho esto: ¿cómo hago para tener más días cojonudos y menos días de mierda?

Doy permiso a mi inconsciente para proporcionarme respuestas funcionales a esta pregunta.

Comentarios

Deja una respuesta