The mini-call

Las llamadas de teléfono son una constante en la vida. Yo le tengo pavor a llamar por teléfono, como ya expliqué en la columna de “The call“. Sin embargo, para vivir y prosperar, llamar por teléfono es una habilidad fundamental. Coger el aparato, marcar, esperar, empezar a hablar. Comunicarse. Comunicarse con otras personas, a menudo desconocidas. Además de eso, para mí, en alemán.

El alemán está dejando de ser una excusa. Acabo de realizar el mini-call del que voy a escribir y lo entendí todo. Pude expresar adecuadamente lo que quería decir y hacerme entender. Así, no se trata del alemán sino de otra cosa. Desmenucemos el asunto para crear soluciones funcionales que podamos probar.

Primero vamos al origen de esto. Saltémonos rápidamente varias sesiones de psicoterapia pues tenemos prisa para resolver nuestros problemas porque estamos hartos de ellos.

Desde que puedo recordar he sido vergonzoso. Me da igual si esto empezó con el Big Crunch, que seguro que tuvo mucho que ver con ello. Saltémonos un par de episodios desagradables del pasado porque… ¿para qué?

Recuerdo algo que tal vez resulte relevante y es… No, la verdad es que da igual.

Da igual de dónde venga; lo importante es adónde lo quiero llevar. Y eso lo tengo claro: lo quiero llevar a poder hacer llamadas de teléfono de una manera agradable, disfrutable y tranquila.

Volví de España el sábado. En el mismo aeropuerto, al llegar, me hice un test del coronavirus. Muy bien organizado, oiga.

Nos interceptaron antes de recoger las maletas. Daniela, que Dios la bendiga, me había rellenado ya online el formulario para pasar el test, así que sólo tuve que presentar mi DNI y el código QR. Me enviaron a una cola en la que esperé unos minutos.

Palito algodonado en la campanilla. Hasta luego, gracias.

Recojo la maleta. Salgo del aeropuerto. Ayudo a comprar billete de tren y acompaño hasta la Ostbahnhof a chico negro que viene de ver a su madre en Suecia y ha perdido el vuelo a Malta.

Al día siguiente, de buena mañana, me llega un email con el resultado del test: negativo.

Pim pam pum, efectividad alemana de libro. En unas doce horas, durante el horario nocturno, el asunto está liquidado. Rápido, cómodo, relativamente agradable.

Ahora, dado que he volado en un avión lleno de gente, incluso con mi FFP2, acordé con Daniela que, también dado que está embarazada y estamos extremando las precauciones durante este periodo, me metería en cuarentena igualmente y, unos cinco días después, me haría otro test. Así, ahora mismo estoy de nuevo en cuarentena voluntaria mientras Daniela pasa otra semana en casa de sus padres.

Aunque disfruto del tiempo solo, esto está siendo realmente duro. Hace una semana me enteré de que mi padre había muerto. Pasé la semana en Valencia con velatorio, incineración y estancia en la que fue la casa de mi padre y la mía durante décadas. Ahora, después del formidable batido emocional, vuelvo a mi casa en Múnich para estar solo una semana. Estoy hecho polvo. Ayer lloré varias veces.

Pero el caso es que hoy tocaba la parte en la que llamaba para concertar una cita. Tenía dos opciones:

  1. Médico de cabecera. El mío no lo hace. La última vez encontré uno relativamente cerca de casa que, a regañadientes, me lo hizo.
  2. Test-stelle del Theresienwiese. Instalaciones de testeo de la explanada del Oktoberfest. La última vez acudí allí en coche. Esta vez no tengo coche. El sitio está a tomar viento de aquí y me tengo que cruzar en bici la ciudad por la parte más delicada. Hace mucho frío ya, con temperaturas inferiores a diez grados de máxima.

Comencé con la opción número 1.

Esta llamada no es como llamar al banco a cancelar una cita, pero también tiene su miga. La última vez que llamé para pedir hora para hacerme un test no me recibieron precisamente con los brazos abiertos.

Olvidé dos cosas que me suelen ayudar en estos casos:

  1. Preguntarme: ¿Qué es lo peor que me puede pasar?
  2. Dar las gracias por la oportunidad de practicar mi habilidad para hacer llamadas telefónicas.

Me senté. Llamé. Hablé con la mujer al otro lado del teléfono. Pasó lo peor que podía pasar:

“No, ya no hacemos tests a pacientes externos”

Momento incómodo. Elección entre insistir (¿Acaso no te ha dicho que no, Javier?) y …

Vaya, crear nueva opción.

Oye, pues no ha pasado nada. Un simple momento de incomodidad.

Detrás de las puertas del miedo se encuentran las recompensas más preciosas.

Y bueno, resuelto el mini-call, todavía me queda resolver el asunto del segundo test. La página que da las citas para las instalaciones del Oktobertestfest está averiada y pide repetir la petición en unas horas. Mientras tanto, otra posible opción es llamar a otros médicos de cabecera en las cercanías para preguntarles si podría hacer un test con ellos.

Por cierto, me doy cuenta de que, en la llamada que ya he hecho, estaba presuponiendo que podría hacer el test con ellos, lo cual ha aumentado la incomodidad. Una manera de suavizar el asunto es, de entrada, preguntar si podría hacer el test con ellos. Interesantes las cosas que aprendemos de un análisis apropiado.

En fin, lo voy a ir dejando aquí. Al menos estas cosas me mantienen entretenido.

Fuente: Quino Al desde Unsplash

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