The final of the Uncrunching

Cuando tenía once años, mis padres me enviaron a pasar un mes al sur de Inglaterra. La idea era empezar a ver mundo y aprender inglés. Yo era muy pequeño por entonces. Once años son muy pocos para, a mediados de los ochenta, meter a un niño en un avión y enviarlo solo a pasar un mes a Inglaterra.

Para redondear la faena, el curso estaba más bien pensado para niños de catorce años.

De los once a los catorce años no sólo median tres años; media un abismo. Un niño de once y uno de catorce… poco tienen que ver. Digamos que pasé mucho tiempo solo recorriendo el enorme salón recreativo que, por algún motivo, reinaba en el centro del puerto de la pequeña ciudad marítima en la que recalé. Si la memoria me acierta: Brixham.

Pero en fin, todo esto son pequeños detalles con poca importancia.

Eran los años ochenta, y aquel verano la petó un grupo que surgió de la nada, al menos de la mía, para llenar los días estivales con su banda sonora. Se trataba de Europe con su mega-hit “The final coundown”. Más de uno estará ya oyendo el sintetizador a toda pastilla. Tiroriiiiro, tiroriitotíiiiiii.

Yo llamaba de vez en cuando a casa para decir que seguía vivo y que odiaba los sandwiches que la amable pareja de viejecitos que me acogía me preparaba con amor. No recuerdo bien cómo surgió el asunto, pero recuerdo que, en una de las llamadas, hablaba con mi padre acerca de ese mega-hit que sonaba a todas horas del otro lado del Canal de la Mancha.

—The final countdown —le decía yo a mi padre—: el final de la cuenta atrás.

Mi padre, que presumía de dominar el inglés porque había vivido en los USA, me corrigió:

—No es el final de la cuenta atrás; es la cuenta atrás final.

Confundido, hice las cuentas en mi cabeza. Era verdad: ¡no era el final de la cuenta atrás; era la cuenta atrás final! Era un cambio sutil pero que cambiaba enormemente el significado del asunto. “La cuenta atrás final”, balbucía yo en mis púberes ensoñaciones. Me sentía como si alguien me hubiera despertado de algún letarlo.

Todo el mundo decía que era el final de la cuenta atrás. Y, por todo el mundo, me refiero todos mis compañeros españoles del curso. Cómo se iban a quedar cuando les explicara que estaba equivocados.

—¿Sabes que la canción de Europe no es “El final de la cuenta atrás” sino “La cuenta atrás final”?

—¡Qué va! —me decían.

—¡Me lo ha dicho mi padre!

Fui uno por uno tratando de sacarles de su equivocación. Por algún motivo, nadie aceptó mi explicación. Finalmente, alguien me dijo:

—¡Pregúntaselo a la profesora!

Eso es. Eso haría. Iría y se lo preguntaría a la profesora. Ella lo sabría y se lo diría a los demás. Después de todo, tenía que saberlo: era la profesora. De ella dependía nuestra educación lingüística.

Pues bien; fui y se lo pregunté. Me dijo que “The final countdown” era “El final de la cuenta atrás”.

Yo no daba crédito.

¿Alguna vez has vivido la experiencia de saber que estás en lo cierto y tratado de convencer a quien estaba equivocado? ¿Alguna vez te has encontrado con que, ni siquiera quien hubiera debido saberlo, lo supo o quiso salir de su equivocación?

Como niño, me sentí increíblemente frustrado.

Hoy, muchos años después, me enfrento al final del Uncrunching; the final of the Uncrunching. Esto ha sucedido ya algunas veces antes.

Yo para mí que me lo hago en plan zanahoria, en plan: “Vale, Javier, que esto ya se acaba. Un poco más”. Pero no lo hace.

Llevo ya siete años y medio de Uncrunching. Trece de descubrir lo que me ocurría y ponerle fin. Y más de treinta años de pesadilla. Algun día esto terminará, y sólo sé que cada vez queda menos.

—¿Has pensado que esto podría no terminar nunca, que tendrías que aprender a convivir con esto?

Ha sido una pregunta que me han hecho algunas personas a lo largo del camino.

Pero sí que esto tendrá un fin. Hubo momentos en los que lo dudé, en los que pensé que tal vez se hubiera roto algo por dentro irremediablemente y la cosa no tuviera solución. Pero no; está todo en su sitio, sólo que increíblemente retorcido.

Y esto tendrá alguna vez un fin porque es como caminar hacia una pared: si cada día doy un paso, algún día llegaré a la misma. ¿Cómo lo sabré? Sentiré la nariz contra su superficie.

Hoy he pasado, de nuevo, un día toledano, que diría mi madre. El dolor y la angustia han sido desbordantes, con esas vértebras entre el cuello y la parte alta del pecho retorcidas en un nudo imposible que se lleva por delante los hombros y hasta las caderas. Luego, a media tarde, ese prieto nudo aflojándose un poco más, una vez más, liberando más partes de mí del dolor entumecido. Todavía no sé cómo no he tirado la mesa de IKEA por la ventana en el proceso.

Hace algo más de una semana tiré las cenizas de mi padre al mar y hoy recordaba, una vez más, esta historia. Llevaba todo el día deseando escribirla.

Check. Una cosa menos que vivir.

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