Sinceramente

Hay algunas diferencias, al menos una, entre la sinceridad y la honestidad. Ambas consisten en decir la verdad, sólo que una va más lejos que la otra. De hecho, en sinceridad, suele haber cosas que no queremos escuchar. Al respecto de esto hay una cita que me gusta mucho: «A todo el mundo le gusta la sinceridad hasta que encuentra a alguien que la practica».

He escrito «Sinceramente» como título para esta columna. Lo he hecho porque tengo algo en mente que quiero compartir, y lo quiero hacer sinceramente. Pero vamos primero con algunas cosas que requieren de menos sinceridad.

En casa de mi padre están rotando los inquilinos. Mi tío ha salido esta semana para que entre un primo mío, que trabaja aquí al lado. Normalmente llega hasta aquí con su hermano en coche, pero esta semana el hermano está de vacaciones y él precisa de un centro de operaciones.

Me alucina cómo se lo montan. Viven en Gandía y, cada mañana, se hacen una hora de coche por autopista para llegar al trabajo. A la vuelta, cada tarde, se hacen otra hora. Lo encuentro impresionante. Lo más cercano que he hecho a eso ha sido ir en bici cincuenta minutos cada mañana para conducir coches por las dependencias del concesionario de BMW en el Frankfurter Ring. Por cierto, la empresa a través de la que prestaba este servicio se ha declarado insolvente en el marco del Coronavirus después de 45 años de historia.

Mi primo Fito es un tío interesante. Hace cosas fuera de lo normal, como ser tornero-fresador, no tener carné de conducir o ponerle a la bici la rueda delantera sólida, como en las bicis que alquila el ayuntamiento. Sí, tiene la ventaja de no tener que hincharse pero, vaya tela: tiene todas las demás desventajas.

Mi primo Fito es más ingeniero que yo. Tiene conocimientos prácticos, que es, al fin y al cabo, de lo que para mí va la ingeniería. En la universidad nos llenaron la cabeza de fórmulas y teoremas y nos convirtieron en inútiles. Para mí, la ingeniería, va de hacer cosas. En fin.

El caso es que me ayudó con la moto ayer por la tarde. Le expliqué lo sucedido y me propuso volver a probar. Me explicó incluso una regla mnemotécnica para recordar cómo poner el cableado entre las baterías:

—Con los cables, hay que ser racista —decía—: el negro es el último en entrar y el primero en salir.

Yo había revisado por entonces ya todos y cada uno de los fusibles de la moto. Encontré en Internet un manual y descubrí dónde se ocultan. La mayoría están bajo el asiento, junto a la batería, y el fusible general queda en un lateral cerca del polo positivo de la misma. Fui sacándolos de uno en uno y comprobando que estaban todos enteros. Así, sólo quedaba una mala conexión de la batería, pero estaba especulando.

Revisé la batería del Polo. Sobre el polo positivo hay una caja negra de plástico. La abrí y encontré un montón de fusibles dentro. Eso también me daba acceso a varios tornillos adosados al polo positivo. Encontré uno bueno y pincé la pinza. Luego repartimos los cables adecuadamente siendo racistas. Ni siquiera hubo que arrancar el Polo: la misma corriente de la batería sirvió para arrancar la moto.

Ya al girar la llave me di cuenta de que algo había salido mejor esta vez: las luces del salpicadero se encendieron y la agujas se movieron. En cuanto pulsé el botón de arranque, la moto arrancó. A la primera. Dos años parada y la moto arrancó a la primera. Olé, olé y olé.

Soltamos los cables, montamos la batería y volvimos a probar. La moto arrancó, pero al retirar las pinzas, el motor se apagó. Probamos de nuevo y subí el ralentí al máximo. El motor se tenía en marcha pero renqueando. No parecía que fuera a poder darme una pequeña vuelta y cargar la batería, así que optamos por dar por terminada la sesión con la tranquilidad de que la moto había arrancado y de que todo estaba en orden, y lo que quedaba era recargar la batería o comprar una nueva.

—La batería… es que cuando el voltaje desciende por debajo de un cierto nivel, se degrada —decía mi primo—. Yo tengo un cargador de baterías, pero lo tengo en casa.

Por eso digo que mucho más ingeniero que yo, con su cargador de baterías y todo. Yo te puedo balbucear algunas incongruencias acerca de electricidad y momentos flectores, pero poco más.

Llevo un par de días con ganas de llorar. Se sigue enderezando mi columna y, a medida que se alivia la tensión física, viene el alivio de la tensión emocional. Esta mañana, mientras meditaba, me saltaron algunas lágrimas. Los músculos en los carrillos como piedras, la articulación derecha de la mandíbula, petrificada, oyendo incluso el «clac» al moverla y despegarla. La mala hostia a flor de piel.

Pero hay cosas que hacer.

Fuimos al taller. Mi hermana quería sustituir un piloto de su coche y mi padre aprovechó para llevar la batería de la moto. Esperando en la acera dentro del coche, veo que el hombre del taller sale con mi padre a ver los desperfectos sin mascarilla. Me pongo de mala leche. Tal vez, simplemente, encuentro un conducto útil a través del que canalizar mi mala leche.

“Ponte la mascarilla, cabrón”

Mi padre la lleva puesta, pero eso sólo protege al otro.

Así van las cifras de infecciones en este país de mierda. Joder, así nos luce el pelo. Cuánto ego, joder, cuánto ego. Cuánto dolor entumecido sin reconocer ni aceptar ni integrar.

Vamos a ver a mi tía Marisa. La verdad, no me apetece nada. Pero ya que estoy aquí tengo que hacer la peregrinación social y quedar bien. Un buen confinamiento es lo que a mí me vendría bien; que no tenga que salir ni ver a nadie y solamente relacionarme por Internet, que es mi especialidad y donde yo verdaderamente me siento cómodo.

Le digo a mi tía, cuando nos ofrece algo que beber, que queremos hacer la visita breve. Le confieso que me encuentro mal. El rollo ese de la espalda. ——¿Otra vez? —dice ella.

—Otra vez—respondo yo. ¿Cuándo se acabó?

Mi tía me mira, y sugiere que lo que necesito son problemas de verdad. Yo, sinceramente, me cago en su puta madre.

Según ella, está todo en mi imaginación y lo que de verdad necesito son problemas de verdad.

Lo que de verdad es un milagro, y probablemente mi mayor logro en todo esto, es que yo no haya matado a nadie.

Sinceramente.

Hoy por fin parece un buen momento para poner esa foto trabajada del Cristo en lo alto de la montaña negra.
Espero que Dani no diga que ya lo puse en tal fecha.

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