Rituales

Una nueva mañana tecleando las páginas matutinas. Cuando llego a la eñe me sale una “o” con dos puntitos encima. Otra vez olvidé cambiar la disposición del teclado de alemán a español. Lo corrijo y continúo. Hoy es domingo. Mi padre me dijo que aprendió los días de la semana en mayúscula, así que algo debió de cambiar por el camino. Tampoco me lo dijo, sino que me lo escribió por Whatsapp. Son muchas las cosas que han cambiado por el camino.

Titulé esta columna “Rituales” porque me detuve un momento antes de empezar.

Estaba buscando un título para la columna. Los anteriores han sido “Sábado”, “Domingo”, “Lunes, el día de El Sentido de la Vida”. Teniendo en cuenta que hay un desfase ahora mismo de seis días entre lo que escribo y lo que publico, lo que ves cada día, voy a poner otros títulos a las columnas, independientes del día de la semana. Esto convierte la confusión en otra cosa más clara.

Rituales. Desde hace algunos años he incorporado algunos rituales nuevos, conscientes, a los que ya tenía. Los que ya tenía son tan inconscientes que tendría que rebuscar dentro de mí para mencionarlos.

Básicamente se trata de rituales de agradecimiento. Estaba hecho una verdadera mierda y buscaba formas de sentirme mejor de un modo natural. Una manera de conseguirlo, muy accesible, era agradecer. Agradecer me hacía inmediatamente sentirme algo mejor y, por lo que rápidamente pude descubrir, tenía mucho por lo que dar las gracias.

Después de una etapa de agradecimiento salvaje, algunos rituales de agradecimiento arraigaron, en particular los que anclé a cosas cotidianas, como la ducha o la comida.

La ducha es para mí un momento de gloria. Gozo del agua caliente, que me alivia los dolores en la parte alta de la espalda. Sentir el agua caliente cayendo sobre mí es una experiencia maravillosa, así que empecé a dar las gracias por eso.

“Gracias por esta ducha que me estoy dando. Gracias por el agua. Gracias por las tuberías que traen el agua hasta aquí. Gracias al calentador que calienta el agua”.

Las tuberías y el calentador trabajan, cada día, silenciosa y humildemente para mí. Un día podrían romperse. Yo les doy las gracias por su servicio.

“Gracias a los seres humanos que hacen posible, que el agua caliente caiga sobre mí ahora”.

En algún momento me di cuenta de que me resultaría fácil extender mis agradecimientos a la gente.

Mira, yo odiaba a la gente. Yo odiaba a la humanidad. La gente parecía vivir vidas fáciles y magníficas mientras yo me retorcía en el dolor y en la confusión. Experimentaba una envidia extrema que estaba más allá de lo que pudiera reconocer. Pero…, y ahí viene la brecha en la pared que me permitiría expandir mi mundo.

Una vez al año alguien venía a mi casa a revisar la caldera. Se aseguraba de que funcionara correctamente. Alguien tenía además que mantener las tuberías si se rompieran o si las juntas fallaran. ¿Y cómo llegaba el agua hasta mi casa? Pues cada día había personas que se levantaban por la mañana, lloviera o tronara, para gestionar la red de distribución de agua y asegurarse de que el agua llegara hasta mi casa. Son personas, sí, pero más allá de eso, son seres humanos. Son personas como yo. Seres humanos como yo. Tal vez ellos no fueran tan malos… y tal vez yo tampoco.

Repitiéndolo cada mañana, haciéndome consciente de aquellas realidades ante las que me había cegado, empecé a desarrollar la apreciación hacia otras personas, hacia otros trabajos, también importantes y fundamentales, hacia otras rutinas. Eso me ayudó a apreciar esas cosas en mí. Estamos conectados.

Fui todavía más allá de eso.

“Gracias a mis antepasados. Gracias a mi padre y a mi madre. Gracias a mi hermana y a mi cuñado. Gracias a mi sobrino. Gracias a Daniela. Gracias a mí mismo”.

Gracias a las personas que vivieron antes que yo y que posibilitaron mi existencia tal y como soy. Gracias a las personas de las que vengo, que me cuidaron y me educaron y compartieron conmigo lo que sabían y lo que aprendieron. Gracias a las personas que comparten sus vidas conmigo, que me quieren y me apoyan, que se alegran y sufren conmigo. Gracias a quien se comparte conmigo. Gracias a mí mismo.

“Gracias porque sigo avanzando en mi proceso de recuperación. Gracias porque me sigo recuperando. Gracias porque me sigo sanando. ¿Cuánto mejor puedo estar hoy?”.

Uno de los mayores retos, teniendo en cuenta lo que está durando mi recuperación, ha sido darme cuenta de que estoy avanzando y cómo específicamente, y aprender a apreciar el proceso y cada uno de los pasos que doy. Incluirlo en mi rutina me ayudó.

También antes de comer.

“Doy las gracias por estos alimentos que voy a recibir. Doy las gracias a los animales, a los vegetales, a los seres humanos que han hecho posible que esto esté aquí ahora. Doy las gracias a quien preparó esto y me doy las gracias, porque estoy aprendiendo a cuidarme, a apreciarme y a amarme a mí mismo, cada día más, profundamente. Gracias”.

Lo repito cada día, cada vez que a comer, salvo cuando estoy con desconocidos o fuera de casa, pues todavía me da vergüenza. Me ayuda a apreciar la comida, a las personas que me la proporcionaron, a los animales que tuvieron que morir para que yo me alimentara.

Cuando voy a grabar el podcast, que semanalmente comparto en Patreon gracias al apoyo de los patreones:

“Doy las gracias por la oportunidad de grabar este podcast. Doy las gracias a los seres humanos como yo que van a oír y a escuchar este podcast. Y me pregunto: ¿Cuánto más valor les puedo aportar? ¿De cuánta más utilidad les puedo resultar?”.

Y hoy, antes de empezar esta columna:

“Doy las gracias por la oportunidad de escribir esta columna. ¿De qué manera puedo aportar valor? ¿De qué manera puedo servir mejor?

Son pequeños y grandes rituales que me ayudan a apreciar y a enfocarme, a darme cuenta y a orientarme. A valorar y a respetar nuestro tiempo y nuestras vidas.

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