Lunes por la mañana. Resopón. Recojo los trastos del desayuno, me cepillo los dientes y me afeito. Me siento a escribir. Por delante, la recta final de la mudanza.
Miro la agenda de la semana: nada. Tan sólo tengo una tarea flotante para hacerme el certificado digital del covid. Le daría un día y una hora, pero con el Luqui… muchas tareas tienen sólo lugar en el momento en el que puedo encontrar un rato.
Por cierto: Lucas ha cumplido seis meses, medio año. Parece que fue ayer pero más lejano y distante. Seis meses llevamos ya juntos. Menudo privilegio.
Lo que quería decir es que habrá que entrar pronto en una nueva entrega de las cartas a los padres, en la del sexto mes, pero ya que paso por aquí me gustaría hablar acerca de algo importante.
En los últimos meses he escrito mucho acerca de lo que difícil y duro que ha sido para mí la llegada de Luqui y todo lo que ha conllevado. En mi estado, ha supuesto todo un reto. Ser padre es un desafío para cualquiera, pero, cuanto más maltrecho, más difícil. Y yo he estado muy maltrecho.
De ahí que me haya enfocado a menudo, y haya resaltado aquí, los elementos más pesados y difíciles de ser padre: las caquitas, las meadas, los pañales, los biberones, los interminables paseos con berrinche a las tres de mañana… Ser padre tiene mucha mierda, muchas cosas que nos llevan al límite, y eso que acabo de empezar en esto. Pero claro, luego está toda esa otra parte en la que el bebesito te sonríe y se te saltan las lágrimas, y cuando le entra la risa crees que te va a explotar el corazón. Es increíble cómo tan poco puede dar tanto.
Y quisiera decir al respecto, antes de continuar, que doy las gracias a Dios o al Universo o a la vida o a lo que sea por este hijo tan hermoso y tan sano, que me siento muy afortunado y honrado, y que de verdad aprecio la oportunidad de ser padre y que le doy las gracias a Lucas por haberme elegido a mí para ello.
Dicho esto, prosigamos.
Esta va a ser la última semana completa que pasemos aquí. El miércoles de la semana siguiente tendrá lugar la mudanza, y luego nos quedaremos en casa de mis suegros hasta el domingo, día en que volaremos a Valencia, lugar de alto riesgo covid. De verdad, España, qué penita. Qué lástima de país. Qué triste.
Así que estamos ya en la recta final de la mudanza y lo que avancemos esta semana va a ser decisivo, de modo que hay que seguir con las pilas puestas y tomando las acciones necesarias para seguir avanzando hacia una mudanza sobre ruedas.
Mencionar que el otro día, siguiendo unas instrucciones que encontré por Internet, conseguí reparar unos rasguños de la porcelana de la bañera. Atento quien lo pueda necesitar.
En el desagüe de la bañera teníamos uno de esos filtros de plástico que capturan los pelos que se pierden durante la ducha. Después de un largo tiempo, el filtro estaba medio roto y lo sustituimos por otro que encontramos, uno metálico algo más grande y que lucía fenomenal.
Pues bueno: descubrimos al poco que, una de las desventajas de estos filtros metálicos es que el metal es más duro que la porcelana, así que, en función de los Fundamentos de Materiales 101, hicimos sin querer unos pequeños rayotes desagradables de ver.
Sinceramente, no creía que la solución fuera a funcionar. No es la primera, sino por lo menos la segunda, ocasión en la que sigo instrucciones de Internet en relación a reparaciones caseras en vano, así que lo hice sin poca fe.
Pero tomas un poco de bicarbonato sódico, que aquí se llama Kaiser Natron, lo espolvoreas sobre los rayajos y lo frotas con esmero con una esponja y algo de agua caliente. Aclaras y repites. Así varias veces. Ignoro cómo funciona, tal vez los polvillos se depositen en las finas ranuras, pero el caso es que el panorama ha mejorado notablemente, tan notablemente que es difícil saber si alguna vez hubo algún problema ahí.
Y para terminar la columna de hoy y hablando de mejoras notables, decir que sigo destorciendo el nudo en mi nuca, ese nudo que se hizo hace más de treinta años con el Big Crunch y que retorció mis hombros y el contenido de mi cuerpo entero. El resultado: menos angustia, menos dolor y casi que una dimensión física más.
Ayer estuvimos en la casa del bosque para celebrar la comunión de mi sobrina alemana y había que verme ayudando a todo el mundo, jugando con los críos y disfrutando del día y de buen humor. Me volvió a sorprender esa sensación de poder moverme libremente en un espacio tridimensional, de ahí que mencione lo de “una dimensión física más”. Son tantas las posibilidades que surgen de esto… En fin, es una cosa un poco rara que contar, pero la experiencia humana es sumamente flexible.
Me doy cuenta de que esto último sólo tiene sentido si llevas leyéndome durante años y has seguido el Uncrunching, lo que me lleva a pensar de nuevo en la posible escritura de un libro en el que esto tenga un contexto del que pueda emerger un sentido. Es algo en lo que llevo pensando ya al menos un año.
Me gustaría escribir un libro que recoja lo que he vivido y lo que he aprendido durante la experiencia del Big Crunch. A veces estoy casi por ponerme manos a la obra inmediatamente, a veces me pregunto a quién le podría interesar esto y a veces digo “pero quién soy yo para escribir algo así”. A veces pienso que todavía me queda Uncrunching, que esto no ha terminado sino que sigue en marcha y es pronto para cerrar la etapa y formar reflexiones y ponerlas por escrito. En fin, llegará en su debido tiempo, si tiene que llegar.
¿Cómo os va a vosotros? ¿Estáis ya de vacaciones? ¿Para cuándo? ¿Qué planes tenéis?
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