Me siento a escribir la columna de hoy. Sin embargo, es viernes. Tú estás leyendo esto el lunes. Y mira, no pasa nada. No pasa nada, que dice mi sobrino con voz tierna y musical. Viernes para ti y lunes para mí. Todos contentos.
Me parece fatal eso de que ni los días de la semana ni los meses del año se escriban en minúscula, que lo aprendí hace poco. Lo de los días de la semana ya lo estoy superando; que la verdad es que lo veo raro, el día de la semana escrito en mayúsculas. Pero los meses… los meses escritos en minúscula todavía los veo raros.
En fin, recapitulando este asunto, que sepáis que tanto los días de la semana como los meses, al menos según la RAE y en la actualidad, se escriben en minúscula.
De entre las cosas que tenéis la oportunidad de aprender aquí: ortografía y gramática. Y un cierto amor por el lenguaje.
Esta mañana me he hecho mi cuarto test del coronavirus. Cuatro llevo ya. Ha sido toda una misión. Lo he organizado como si tuviera que poner un cohete en la Luna.
Ya sabéis que para mí las cosas del vivir requieren grandes energías; son cosas muy grandes, por muy cotidianas que resulten. Llevo la mayor parte de los últimos diez años principalmente vegetando y sobreviviendo en un estado vegetativo, y aunque a medida que me voy recuperando del Big Crunch las cosas se me hacen más fáciles y asequibles, en cuanto tengo algo así, un poco grande y que se sale de lo común, pues es algo muy grande.
Misión: pasar el test del Coronavirus
Y algo para celebrar esta vez es lo bien que lo he hecho. Lo bien que lo he planeado, lo bien que lo he ejecutado y lo bien que me ha salido todo.
Lo menciono porque, a lo largo de los últimos años, estoy aprendiendo lo importante que es para la salud psicológica, y también para las otras formas de salud, el reconocer, apreciar y valorar los propios logros, por pequeños que sean. En serio, se siente muy bien.
Y esta mañana me levanté con tiempo, desayuné, me duché, me vestí, medité y organicé todo lo que precisaba con tranquilidad y mucha efectividad, y eso está muy bien. Me sentí orgulloso. Lo podemos llamar orgullo de efectividad.
Preparé el gorro, los guantes. Preparé mi mascarilla FFP2 con sus extensiones salva-orejas. Preparé mi chaqueta de invierno incluyendo el forro interior. Preparé el trayecto en el metro. Salió todo a pedir de boca.
Llegué al sitio incluso con veinte minutos de adelanto, con todo el buffer previsto intacto. E hice bien en bajar la cuesta hacia la explanada de la Theresienwiese porque allí había una cola enorme, tanto de peatones como de coches.
Cielo gris, lluvia fina. Frío.
Necesito botas nuevas y, en particular, botas de lluvia para disfrutar de este otoño y del próximo invierno. Necesito unas botas de agua para disfrutar de los días de lluvia como cuando era un niño pequeño. Quiero unas botas de agua para tener los pies secos y poder saltar por los charcos.
Sí, tengo cita.
Camino hasta la primera carpa.
—¡No vídeo! —grita el guarda a la chica con el móvil en horizontal.
—¡No estoy grabando vídeo! —protesta ella.
Entro en la primera carpa. Me toman los datos y me dan una hojita y una etiqueta. Gracias.
Camino a la segunda carpa. Quítese la mascarilla y abra la boca.
Listo. Mañana por la mañana consulta usted el resultado online.
Iba a decir que ya lo sabía, pero me daba vergüenza confesar que es el cuarto test que me hago. Me parece un juego a estas alturas.
Camino de vuelta con el paraguas, andando bajo la fina lluvia, todavía con la mascarilla. Al menos, con el frío, la mascarilla abriga.
Compro el billete. Cojo el primer metro que llega. Ocho estaciones más tarde, me doy cuenta de que es el equivocado. Pertenece a la otra línea, la que se bifurca en la Max-Weber-Platz. Me deja a media hora andando de casa.
Aunque me estoy meando, me da igual. Llevo casi una semana sin salir de casa y, aunque llueve y hace frío, prefiero pasear al aire libre.
Tras el trayecto, entro en la panadería bajo de casa y compro cuatro Laugenstangen. El hombre olvida los dos Brezen pero yo no me doy cuenta. Subo a casa.
Voy al baño. Cojo la bolsa que había dejado preparada con los botellines de cerveza vacíos que he estado disfrutando toda la semana. Camino hasta la Getränkeladen, donde devuelvo las botellas vacíos y compro repuesto. ¿Paulaner o Franziskaner? Me da igual; no las puedo diferenciar. Vuelvo a casa.
Me lavo las manos. Me quito la ropa húmeda. Pongo un par de cervezas a enfriar en la nevera. Misión cumplida. Incluso con los objetivos suplementarios.
Grabo el podcast y lo disfruto.
Me preparo algo de pasta con pesto. Me doy cuenta de que faltan los dos Brezen que pedí. Da igual.
Me pongo un nuevo stream de Menos Trece. Vuelve con sus amigos al instituto a completar la caza del fantasma con todos los objetivos en Phasmaphobia. Doy un trago a la bendita cerveza.
Sabe rara.
Resulta que, después de dos años y medio en Múnich, ya distingo entre Paulaner y Franziskaner.
Prefiero la Paulaner.
Responder a Rosana Cancelar la respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.