Mi primera pala

Llevo desde poco después de las cinco dando vueltas en la cama. Luqui berrea y no se vuelve a dormir. A las seis y cuarto, me levanto. Me enfundo la ropa de correr y salgo al exterior. En la oscuridad y el frío, cae algo extraño del cielo. Es una mezcla entre lluvia, nieve y granizo. Por la calle resbaladiza, echo a correr.

Hoy he tomado el frontal que me compré hace un par de meses. Un breve LED que alumbra como el sol merced de una pequeña batería. El conjunto se fija sobre la frente gracias a una correa elástica. Un círculo de luz de un par de metros de diámetro se extiende bajo mis pies. Bajo la lluvia-nieve-granizo, corro dando la vuelta al pabellón deportivo.

Ayer me tomé un momento para medir la distancia en los mapas de Google. La salida completa es un kilómetro y cuarto, y la vuelta al pabellón deportivo son algo más de 900 metros. Es una buena referencia para hacer vueltas.

Cuando encaro de vuelta mi calle, blanca como la nieve debido a la nieve, hago un pequeño y amable sprint. Boqueando, entro en casa.

Desayuno, me ducho, rasco el hielo de los cristales del coche. Saco el coche del Luqui del garaje y lo meto en el nuestro. Nos vamos al médico: hoy le ponen la segunda dosis de la gripe.

Eso no es nada; la semana que viene le endiñan el sarampión y media docena de vacunas más en un cóctel bestial. Vamos a ver cómo lo pasa.

Además, nos han dicho que le ha salido una llaga en la boca. Seguramente por eso lleva un par de días especialmente revoltoso, pobre. Cuando no es una cosa, es otra.

Mientras Daniela está en el médico con Luqui, conduzco hasta Philips sonderposten. El otro día me reía porque, antes de la hora de apertura, vi a un grupo de personas haciendo cola en la puerta, con sus carros en ristre y con un frío que pelaba. Hoy llego diez minutos antes de que abran y me doy cuenta de que voy a ser uno de ellos. Integración.

Mientras hago tiempo en el coche, hago una foto a través de la ventanilla y la envío a mis amigos por Whatsapp. El cristal está empapado. De fondo, en la oscuridad a la luz de las farolas de polígono industrial, nieve por todas partes. Acompaño la foto con el mensaje de que voy a comprar mi primera pala.

Mis amigos flipan. José Miguel dice que hoy se van a la playa.

Me pongo los guantes y el gorro, salgo del coche, cojo un carro y me uno al grupo de personas que esperan a la apertura mientras cae la nieve.

El Philips sonderposten es la bomba: tienen de todo. Pronto encuentro las palas. Hay de varios tipos, y al final me decanto por una de hierro colado que tiene muy bien aspecto y se siente bien recia. La de madera es algo más ligera, pero prefiero algo que dure. Doce euros por un pedazo de pala, muy asequible. Debe de pertenecer a la categoría de “artículos de primera necesidad” y tal vez esté hasta subvencionada por el Estado.

Recorro los pasillos y, junto a las alfombrillas, recibo una llamada que resulta ser de la Hacienda alemana. Se me corta la respiración, pero descuelgo.

Una amable mujer me informa de que acaba de llegar a mi petición de acceso al ELSTER online, que si me puede ayudar. Le digo que ya lo solucioné y me dice que genial y que, con respecto a mi petición de prórroga para la declaración de 2020, me conceden hasta finales de Enero. Le digo que la liquido antes de que acabe el año. Me da vergüenza no haber entregado todavía mi declaración de la renta. Este es el año en que me toca aprender a hacerla. Gott, asísteme, s’il vous plaît.

Cojo varias alfombrillas. En la estantería de enfrente encuentro un spray para derretir el hielo de los cristales del coche. Lo echo al carro.

Conduzco al DM. Potitos de fruta, cereales y unos Pampers 4+, que al parecer tienen extra absorción. Son nuestra última esperanza frente al desbordamiento nocturno de pañal que, en la última semana, se ha convertido en la norma.

Conduzco al MyShoes, donde me encuentro con Daniela. Mientras se compra unas botas, paseo con Luqui bajo la nevada. Media hora después, regresamos a casa.

El limpiaparabrisas deja de funcionar. Daniela sugiere jugar con el mando de luces. Las apago, las vuelvo a encender y el limpiaparabrisas vuelve a funcionar. Joder, qué alivio tener un recurso para esos momentos incómodos en los que está lloviendo o nevando, es de noche y el limpia deja de funcionar.

Desembarcamos, vuelvo a meter el carrito de Lucas en el garaje, como algo. Parto hacia el supermercado.

Devuelvo un montón de botellas y una lata en el mercado de bebidas y cargo nuevo material. Entro en el supermercado y hago la compra semanal. Conduzco de vuelta a casa.

Lo pongo todo en su sitio, juego con Luqui y preparo unos gnocci para comer.

Buf.

Después de la crisis de los últimos días, he alcanzado un nuevo nivel, un nuevo estado que, si no fuera porque todavía me siento bastante retorcido, llamaría hasta “bienestar””. Pero oiga, con diez veces menos dolor que hace tres días, esto es, de todas todas, otra cosa. Me siento muy capaz y estoy de un humor que es un primor. Cocino y cambio pañales y friego y recojo juguetes y entretengo al Luqui y lo hago todo a la vez y muy a gusto, dando las gracias por el poco dolor que siento.

Y bueno, hoy he comprado mi primera pala. Si sigue nevando así, hasta tendré que usarla para limpiar los escalones de la entrada.

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