Nueva modalidad de columna: la columna de la ducha. La columna que escribo mientras Daniela se da una ducha y el Luqui juega con cosas del cuarto de baño. Vamos allá, a ver qué tal sale.
Esta mañana, al salir a correr, no llovía; solo nevaba. La nieve es mucho mejor que la lluvia. Tiene que pasar mucho más tiempo hasta que nos empapemos. Hoy, de hecho, solo hacia el final del recorrido se me han humedecido las puntas de los pies. Tal vez haya pisado algún charco.
Hoy, tras el desayuno, he adelantado la alarma diez minutos más después de unas dos semanas levantándome a las siete. Mañana, la alarma sonará a las 6:50. Hay algunos motivos para esto, principalmente dos.
A las siete me encuentro con vecinos. En particular, me encuentro con el vecino de la esquina. No saludo, y me sabe mal, pero es que todavía voy medio zombi. A veces todavía veo borroso y hasta me cae alguna lagrimilla de ojos desperezándose. Diez minutos antes me libraría del desagradable trance. Aunque, es cierto, diez minutos antes puedo encontrarme con el vecino de arriba. Vamos a ir probando y a ir ajustando hasta encontrar la ranura temporal que mejor funcione.
Porque por la mañana, mientras corro, quiero disfrutar de la paz y de la tranquilidad de la mañana. Y esa es la razón principal para adelantar, un poco más, el despertador.
Levantándome a las siete encuentro mucho movimiento ya: la gente va al trabajo, los niños van al cole… Cuando corro junto a la carretera, encuentro bastante tráfico. Echo de menos cuando corría a las seis en la oscuridad y el silencio. Así que, a partir de mañana, diez minutos antes. Y así, lenta, cómoda y seguramente, haciendo ajustes hasta encontrar esa paz que anhelo. Esa es una buena metáfora.
Ayer comí mango. De hecho, ayer probé el mango por primera vez en mi vida. Seguro que alguno se está llevando las manos a la cabeza al leer estas líneas. Tengo 46 años y ayer probé el mango.
Comer ha sido, en general y a la largo de mi vida, una experiencia extremadamente desagradable. A menudo he deseado poder alimentarme como los astronautas, a base de píldoras; poder obtener el alimento necesario para sobrevivir sin tener que pasar por el angustioso acto de comer. Con la garganta retorcida, con la boca del estómago retorcida, con las tripas retorcidas… Llevarme la comida a la boca, empujarla tráquea abajo y sentir las náuseas en el estómago… Bueno; ojalá me hubiera podido ahorrar todo eso.
Pero comer es necesario para sobrevivir, así que, una vez más, mi mente me ayudó a hacer el proceso… digerible. También me ayudó a comer sistemáticamente cosas relativamente saludables. Eso sí, para endulzar un poco mi angustia de vivir, acompañé el asunto con grandes cantidades de azúcar, en particular chocolate.
Hace unos meses hablaba con un amigo. Cuando le daba un mal rato, se podía comer cuatro tabletas de chocolate seguidas. De las pequeñas de Milka. Cuatro. Joder, yo vomitaría con eso, seguramente. Él me dijo que tenía que parar tras la cuarta porque le dolía la cabeza.
Yo vivía mi vida con mi cabeza, refugiado en mi cerebro. Sin poder sentir mi cuerpo, tenía que simularlo en mi cabeza. Por lo menos tenía la misma bien amueblada. Eso me salvó de muchas cosas muy desagradables.
A día de hoy, todavía como mucho azúcar, y reconozco que como más cuando me siento especialmente triste, como Bridget Jones sentada en el sofá atiborrándose de helado. Cada semana me compro una tableta de Milka de las grandes y, tras cada comida, termino con una fila. A veces, cuando estoy especialmente triste, me como una segunda fila. A veces me termino la tableta antes que la semana. En los últimos meses, me compro además un paquete de galletas de mantequilla y caramelo. Son grandes y están buenísimas. Si me como una segunda del tirón me quedo al límite de que me siente mal, así que suelo comer una a media mañana y otra a media tarde. El paquete me dura la semana. Son mis dos indulgencias, amén de mucho pan. Con estas cosas endulzo mi vivir lo suficiente como para poder levantar la cabeza.
Ayer comí mango. Joder, estaba bueno. Pringoso, aceitoso. Sentí un poco de asco mientras lo pelaba y lo troceaba, siguiendo las instrucciones de Daniela. ¿Que lleva un hueso dentro? ¿Y dónde está? ¿Qué forma tiene? Pero estaba bueno.
Me sentí super-sano mientras me lo comía. Notaba las vitaminas llenando mi cuerpo. Poco a poco iré comiendo más de esto y añadiendo otras cosas saludables, como voy haciendo todo lo demás: lento pero seguro. Tengo toda la vida para construir más salud. Ahora mismo tengo suficiente con meterme los huesos en el sitio.
Es como si me dices “Javier, come más de estas cosas, son super-saludables”. Sí, lo son, pero tengo otras cosas que atender primero. Es como si me dijeras “Javier, pon cortinas en tu casa, que estarás más a gusto”. Sí, pero primero tengo que terminar de apuntalar las columnas y remendar el techo. Luego vendrán las tuberías. De hecho, todavía queda mucho hasta llegar a las cortinas.
¿Habéis probado el mango? ¿Tenéis historias similares? ¿Qué tal coméis? Sé que Ed está educando su paladar. ¿Cómo lo hace?
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.