Sigo probando cosas por aquí, como la letra “s” y las fotos. En concreto, hoy toca probar lo que en WordPress se llama “featured image”, si acierto a recordar correctamente. Se trata de la imagen destacada. He visto la funcionalidad antes en WordPress y sé que el tema que he escogido la soporta, pero todavía no la he probado. Hoy es un buen día para eso.
Se trata de una foto que hice el fin de semana pasado en el Starnbergersee, un lago cercano a Múnich. Nos queda como a media hora en coche y nos permite salir de la ciudad, pasear por sus orillas y, cuando el calor aprieta, hasta remojarnos.
Aquí, en la ciudad, las posibilidades de remojo pasan principalmente por el Isar, que es el río que discurre por Múnich. Hay que tener cuidado de por dónde se mete uno, pues en algunos lugares el agua discurre con mucha fuerza y velocidad. En otros hay incluso una suerte de playas de cantos rodados ciertamente incómodos pero pintorescos en los que es posible el chapuzón en las, muy a menudo, gélidas aguas del Isar. La parte más divertida del baño fluvial en la ciudad tiene lugar en los Jardines Ingleses, donde un canal del río se divide en varios ramales que discurren entre la hierba y los árboles. Habitual es el chapuzón con el posterior dejarse llevar río abajo. A veces estás sentado en el césped y ves a la gente pasar flotando con cierta velocidad.
Notable es además el hecho de que, en una de las entradas a los Jardines Ingleses, uno de los canales hace una ola, lo que atrae a numerosos surfistas urbanos en una estampa única, como única es la estampa de ver a alguien metido en un traje de neopreno subido a una bicicleta con una tabla de surf bajo el brazo mientras pedalea por la ciudad. Esa es una de estas cosas únicas de esta ciudad.
Por lo demás, Múnich es una ciudad bastante habitable, con un río y una ribera bonitos, mucho verde, barrios preciosos con parques y plazas ciertamente pintorescos y un buen ambiente. Una de las mejores cosas es la de poder desplazarse en bicicleta con facilidad a través de sus calles, lo que da una agradable sensación de libertad y de, de alguna manera, poseer la ciudad.
Con todo esto del coronavirus, y en particular en este momento de nueva apertura a la normalidad, las terrazas de los locales han tenido que extenderse para garantizar el distanciamiento social que se viene imponiendo para reducir la expansión del virus. Empezaron simplemente separando más las mesas entre sí, lo que limitaba el aforo terraceril, pero últimamente hemos visto cómo han ido ganando plazas de aparcamiento en la calle para ubicar sus mesas, supongo que con la connivencia del ayuntamiento (tengo que mirar si “connivencia” significa verdaderamente lo que yo creo —no, no lo significa. Quería decir con permiso y legalmente—). Así que se está convirtiendo en habitual ver expansiones de terrazas a costa de varias plazas de aparcamiento, lo que me parece una bonita metáfora de las personas ganando la ciudad a los coches. Sí, claro, tiene sus inconvenientes; pero a mí me parece bonito de ver. Además los propietarios se trabajan estas expansiones mucho, con sus cajones con flores y sus luces con velas y las vallas de maderas y cada uno está expresando su creatividad de diferentes maneras y creando su propia oferta de terraza ampliada. Muy interesante.
Bien, con esto llevo ya 600 palabras de las páginas matutinas de hoy. Al margen de eso, decir que ayer estuve trabajando intensamente en el sitio web, creando dos completas páginas nuevas: una en la que detallo el primero de los servicios que voy a ofrecer, el de creación de páginas web, y otra en la que detalle el proceso general para contratar un hosting y un dominio con el ejemplo particular de SiteGround, que es el proveedor que yo uso y recomiendo. Ayer además me surgió mi segundo cliente para esta fase de pruebas gratuita. A la amiga fotógrafa de Daniela se unió mi hermana, que también quiere un sitio web. Así que voy a estar entretenido. Había pensado cerrarme a nuevos clientes en esta etapa gratuita, pero me estoy dando cuenta de que los clientes se manifiestan muy lentamente: tardan en decidirse, tardan en comprar el hosting y el dominio, tardan en hacerse una idea precisa de lo que quieren… así que voy a aceptar nuevos clientes para llenar esos huecos.
Ayer fui al MediaMarkt a por un teclado para Daniela. Del trabajo tiene uno de esos teclados plasticosos, con teclas altas y de plástico malo, de largo recorrido y con tendencia a engancharse o a bailar por el camino; un teclado similar al que tenía yo en mi anterior trabajo pero algo mejor, con mejor acabado y calidad. Ambos eran de la marcha “Cherry”, de la cual huyo ya como de la peste.
Daniela tuvo a bien probar mi teclado Mac, antiguo y todavía con cable, pero desde luego perteneciente a otra liga, y cuando lo quise usar casi que se lo tuve que quitar. Así que ayer disponía de algo de tiempo y hacía tan buen tiempo que podía dar un paseo en manga corta y me acerqué al MediaMarkt a buscar un teclado con el que la mujer pudiera disfrutar. Pasa muchas horas cada día pulsando teclas, y un buen teclado es una de esas cosas que puede aumentar notablemente su calidad de vida.
Encontré dos opciones: el teclado Mac que se vende ahora (Magic), análogo al que tengo yo pero conectado por bluetooth en lugar de por cable; y un teclado similar de imitación de la marca “hama”, que me suena vagamente. El primero, 100 eurazos. El segundo, 20. Ambos en su caja.
De la calidad del primero no dudo sino que estoy seguro. Cuesta cien euros, pero seguro que los vale. El segundo… pues depende.
¿Qué me importa a mí del teclado? Básicamente la sensación que me produce usarlo. Quiero que me dé gusto pulsar las teclas. Quiero que desciendan suavemente y que me hagan saber, de alguna manera agradable, que han llegado al final de su recorrido y que le han enviado la letra pertinente al ordenador. ¿Cumple eso el teclado “hama”? ¿Cómo saberlo?
Bien, pues eso es lo que me toca dilucidar hoy en mi segunda excursión al MediaMarkt.
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