La indecisión del ordenador

Ese momento en el que tengo que poner un título a la columna. Lo primero que pienso: “La indecisión del ordenador”. “¿La indecisión del ordenador?”, pregunta otra parte de mí. “Pero eso me hace parecer indeciso”. Claro, pero es que estoy indeciso. Tiene sentido. Vamos allá.

Acabo de ver que tenía un mensaje de José Pedro. Me ha hecho un pequeño resumen vía Whatsapp de las cosas que he de tener en cuenta para comprarme el nuevo ordenador y sugerido que, si puedo esperar, en un mes o así podría tener ofertas interesantes. Todavía tengo que leer el mensaje entero, pero supongo que se refiere al Black Friday, o al Cyber Monday… o a alguna cosa similar.

Venía pensando en simplemente comprarle un disco duro SSD al viejo portátil y probar. Podría liquidar el asunto hoy y estaría haciendo algo más que dar vueltas dentro de mí mismo. Podría equivocarme, sí, y podría costarme dinero, sí, pero el disco duro nuevo siempre lo podría aprovechar más tarde y casi que cualquier cosa que me haga salir de este desagradable estado de indecisión sería ya valiosa. ¿Le podría añadir también memoria al portátil? ¿Sería suficiente?

En el esquema actual de las cosas, con mi padre en el hospital con un pie aquí y el otro allí, estas cosas suenan tan banales y estúpidas…

Lo que sí que me gustaría es que el ventilador dejara de bufar. El resto casi que lo puedo dejar pasar. Podría dejar pasar que, cuando quiero borrar un archivo y pulso con el botón derecho sobre el mismo, el menú contextual tarde cinco segundos en aparecer. Podría dejar pasar que Inkscape tarde un minuto en arrancar cuando quiero hacerle un exposé a mi suegro.

Por cierto, ayer estuve haciendo algunos ajustes al segundo exposé. Le estoy pillando el gusto y el tranquillo, especialmente lo segundo. Como me encanta hacer cosas con ordenadores, esto me entretiene, lo que, en las circunstancias actuales, también es ciertamente valioso.

Añado un espacio aquí, quito otro allá, unos paréntesis aquí, este tamaño de letra un poco más pequeño… Y mi suegro encantado. Y yo también. Win-win. Más de eso. Gracias.

Puedo pensar que la hacienda alemana me devolvió algo más de 500 euros y justificar la compra de un ordenador nuevo. Podría equivocarme al comprármelo. Joder, ¡qué más me da! Qué puto miedo a equivocarme. Darme cuenta de esto me hace hasta reír.

Ayer hablé de nuevo con mi hermana. Le habían hecho por fin una biopsia a mi padre.

Los resultados tardarán. Al parecer hacen varios cultivos diferentes y tienen que esperar para ver cómo se desarrollan. Los que más tiempo llevan tardarán hasta una semana en ser concluyentes. Mientras tanto, mi padre, hinchado e inmóvil en una cama, respira a través de un tubo cual buzo en las profundidades marinas.

Daniela me contó un par de historias que me animaron, de esas de personas que estuvieron en una unidad de cuidados intensivos. Una de estas personas incluso hasta cinco semanas. Salieron del trance. Hicieron vida de nuevo.

Ayer volví a llorar un par de veces más. Es la mejor medicina que conozco.

He debido de llorar litros, literalmente, de lágrimas en los últimos tres o cuatro años, a medida que empecé a salir del estado petrificado en el que me encontraba.

Cada vez que lloro, me siento mejor. Es matemático. Está científicamente probado por mí para mí. El yoga tiene el mismo efecto. Cada vez que termino una sesión, indefectiblemente, me siento mejor.

Para hoy, terminar esta columna y grabar el podcast.

Fin de mes y me toca rendir cuentas al INEM alemán, aunque ahora mismo estoy en un extraño limbo, con un interés registrado en la participación en un curso de orientación laboral pero también con este que vuelo que no vuelo a España. No sólo se trata del ordenador.

Hablar con mi hermana. Conocer las últimas noticias. Tomar decisiones.

Estabilizar mi estómago.

Me despido con la segunda foto de la serie “Atardecer sobre el Starnbergersee”.

Gracias por estar ahí.

Comentarios

Deja una respuesta