La guerra de los mundos

Hacía apenas un rato que habíamos llegado a casa después de pasar la tarde ascendiendo al Schillerberg. Tras descender del pico habíamos paseado un rato junto al Schillersee viendo el atardecer sobre las montañas junto al lago. De vuelta habíamos parado en un supermercado y habíamos hecho la compra. Cuando llegamos a casa, mi cruncheado cuerpo estaba más que molido: estaba al límite de mis maltrechas fuerzas.

Preparamos un pasta con pesto rápidamente y un par de boles con ensalada. Abrí el armarito y saqué la lata en la que guardamos una mezcla de pipas: pipas de calabaza y pipas de girasol. Levanté la tapa haciéndola girar sobre sus metálicos goznes y le pregunté a Daniela:

— ¿Te pongo pipas en la ensalada?

—Sí, por favor.

Le di unos golpecitos a la lata y las pipas cayeron sobre la lechuga y los tomates. Algo me llamó la atención. Entre las pipas yacientes, algo se movió.

Miré la lata.

Algunas pipas estaban apelmazadas. Junto a los goznes, algo pasaba. Miré con más atención: un par de pequeños gusanos blanquecinos se revolvían nerviosamente.

Su puta madre.

Alerta roja. Defcon cuatro.

Lo de los gusanos no solamente no se había terminado sino que acababa de empezar.

Daniela se preparó otra ensalada mientras yo empezaba a vaciar el armarito.

—¿Y si hacemos esto mañana? —le pregunté.

—¿Mañana? ¡A saber lo que nos podemos encontrar mañana!

Después de aquel día tan largo y exigente para mí, tras haber subido y bajado la montaña, tras haber paseado junto al lago, tras haber ido a comprar y haber llegado a casa con la idea de cenar y tumbarme sobre el suelo y ver la tele hasta que se me cerraran los ojos… De pronto la velada televisiva se esfumó y ante mí se abrió el armario de la cocina con todos sus trastos, sus paquetes medio abiertos, sus tarros llenos de cosas y vete a saber qué más.

Cené con la sensación de que mascaba gusanos blanquecinos de cabeza oscurecida. En cuanto hubimos terminado, zafarrancho de combate.

Sacamos de nuevo todo lo del armario y fuimos repasando cada una de las cosas. Encontramos gusanitos en los pliegues de los paquetes, incluso en los cerrados. En los frascos de vidrio con una tapa metálica, entre la tapa y la rosca de vidrio, aparecieron más putos gusanitos. Lo tiramos prácticamente todo.

Yo creía que los gusanos salían de los paquetes mal cerrados y entonces vagaban medio perdidos, sin rumbo, y tal vez encontraban algo o tal vez no. Su puta madre. Los gusanos sabían exactamente lo que hacían. Vaya si lo sabían.

Llenamos el fregadero de agua caliente y vinagre y sumergimos todos los frascos y botes. Dos asquerosas horas más tarde, completamente molidos, dimos por terminada la acción gusanera y nos fuimos a dormir. Por la mañana, Daniela me contaría que había soñado con gusanos.

Revisé el armario a la mañana siguiente para encontrar un gusano.

¿Pero de dónde había salido?

Sacamos hasta las baldas al balcón, donde les di más vinagre. Se me encendió una bombilla.

En lo alto del armario hay unas piezas, en las esquinas, grises de plástico. Cubren los tornillos que sostienen el armario a la pared. Están bastante bien ajustadas.

Cuando las quité, encontré en ambas, izquierda y derecha, varios gusanos más, algunos de ellos incluso haciéndose capullos.

Daniela debía de haberse informado, porque me explicó que los gusanos se me meten en el capullo y, cuando salen, se han convertido en esas polillas negruzcas que había visto por la cocina. Las muy hijas de puta entonces encuentran un sitio cerca de comida y ponen los huevos. Días más tarde, los huevos eclosionan en pequeños gusanitos que se encuentran con un banquete y pronto se tornan en grandes gusanitos que buscan un lugar seguro para meterse en un capullo y emerger de nuevo en negruzca polilla cerrando el asqueroso círculo.

Con esta información, recorrí la cocina aplastando polillas a diestro y siniestro. Donde los primeros días cogía los gusanitos con cuidado para echarlos a la basura vivos en la medida de lo posible, ahora era más bien: “Ven aquí hijoputa, que te voy a espachurrar. La de ayer fue la última noche en que tú y tus amigos me jodéis la velada televisiva”.

La culminación de la intervención ha tenido lugar cuando Daniela ha cogido la tostadora y debajo, de entre las migas sobre el banco, han surgido un par de gusanos de respetables dimensiones.

¿Qué hacemos con la tostadora? ¿La tiramos y compramos otra?

Déjame, que yo soy ingeniero y se me ha ocurrido qué hacer: cogemos un cubo, lo llenamos de agua caliente y vinagre, sumergimos la tostadora y la dejamos toda la noche ahí. Así se muere todo lo que haya ahí dentro. Luego sólo hay que dejar que se seque completamente.

— ¡Pero la tostadora es electricidad! —decía Daniela.

—No, la tostadora usa electricidad. Son cosas diferentes.

—¿Pero no pasará nada?

—Si dejamos que se seque bien, no.

Así que la tostadora está ahora mismo en un cubo de agua con vinagre. Si alguien le ve alguna contra a mi plan, que me lo diga por Dios antes de que eche abajo la instalación eléctrica de la casa porque hace 25 años me quedé dormido en una clase de trifásica.

Vaya con los putos gusanos. ¡Habían tomado la cocina! ¡Y estaban conchabados con las putas palometas negruzcas! Joder, ¡qué asco!

Espero que esto se haya acabado verdaderamente por fin.

Fuente: 🇨🇭 Claudio Schwarz | @purzlbaum desde Unsplash

Comentarios

2 respuestas a «La guerra de los mundos»

  1. Avatar de Ang
    Ang

    Aunque sé que lo habréis pasado algo mal con los gusanitos, la verdad es que a mí esta guerra me ha alegrado el lunes 😀
    Un saludo!

    1. Avatar de Javier

      Pues mira, ya hemos sacado algo bueno de ese mal trago.
      Un saludo y gracias por el comentario, Ang! 🙂

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