Hielo en el parabrisas

Son las seis y media de la mañana. Llevo ya un rato despierto. A las siete abren el Penny, el supermercado. Otras veces he ido sin duchar, pero, si me levanto ahora, me da tiempo a darme una ducha y a vestirme y a llegar a las siete mismo, en cuanto abran. Dios mío, estoy yendo al supermercado a las siete de la mañana.

Me levanto. Me ducho. Me visto. Miro el termómetro: un grado sobre cero (aquí hay que especificar). Miro a través de la ventana.

Los coches parecen congelados. Pero muy congelados. Aquí estoy aprendiendo a hacer distinciones, a inteligir. Está helado, poco helado, muy helado… Seguro que puedo hacer muchas más distinciones, pero me llama la atención que, a un grado, esté todo aparentemente tan helado. Noviembre se estrena pisando fuerte.

Me visto con más calurosas galas (necesito algo más que zapatillas urgentemente) y salgo a la calle. Abro la puerta del Modus y cojo la rasqueta de plástico. Cierro y comienzo a rascar el parabrisas.

El hielo está muy duro. La rasqueta resbala sobre el mismo. Si hago fuerza, consigo arranzar una capa del material, pero, aparentemente, queda otra debajo. Si arrancara el coche y pusiera el aire hacia el cristal, tal vez eso ayudara; pero soy muy ecológico, y tener el coche en funcionamiento porque sí, eso lo tengo prohibido.

Rasco y rasco. Pronto me duelen los brazos. Sale mi vecino y me saluda. Se dirige a su furgoneta. Seguro que tiene un truco genial que deshace el hielo en un pis pas. Mientras continúo deslomándome rascando el cristal, es un buen ejercicio después de todo en el gimnasio de la vida, tengo una oreja puesta en la rasqueta del vecino por si algo pudiera aprender. De momento, ha arrancado el motor.

Cinco minutos después, mi vecino se larga. A mí me queda medio parabrisas. Estoy molido.

Abro el coche, arranco el motor y pongo el aire, que de entrada sale bien fresco. Algo hará. El termómetro del coche apunta tres bajo cero. Eso explica mejor lo que ocurre. Continúo rascando.

Unos minutos después puedo ver los efectos: el hielo se está deshaciendo en la parte inferior del cristal. Rasco y empiezan a desplazarse piezas más grandes de material. Poco después, tengo el parabrisas entero. Abro el coche, guardo la paleta y echo marcha atrás. Con el cambio de hora, al menos puedo ver a mi alrededor.

No se puede conducir con guantes, pero oiga: en días como hoy tampoco se puede conducir sin guantes. Maniobro hacia el supermercado. Tampoco hoy funciona el limpiaparabrisas. Los churritones que caen del techo resultan molestos. Podría parar el coche, arrancarlo de nuevo y ver si, esta vez, funcionan los limpiaparabrisas. Habrá que llevar el coche a reparar, pero ¿cuándo? ¿Cuánto más tengo que sufrir las consecuencias antes de llevarlo al taller? ¿Cuánto más malestar tengo que experimentar?

Entro en el supermercado. La mujer me dice que me ponga la máscara. Me sobresalto y me la pongo. Verduras, frutas, cereales… Discurro suavemente a través de las dependencias del lugar siguiendo mi lista organizada por categorías a través del recorrido que va desde la entrada hasta la caja. Lo aprendí de mi padre.

Mi padre iba al supermercado los miércoles. Entre racional e intuitivamente, y seguramente también experimentalmente, había concluido que el miércoles era el día de la semana con menor afluencia, lo que repercutía en una mayor tranquilidad en la experiencia de compra. Años más tarde, leímos un artículo en el periódico en el que se mencionaba un estudio estadístico al respecto: efectivamente, el miércoles era el día más tranquilo para hacer compras.

También aprendí de mi padre la lista compartimentada. Tenía una lista que era una proyección en planta del Carrefour. Apuntaba entonces sobre esta especie de plano cada una de las cosas que tenía que comprar. Luego sólo tenía que seguir el flujo. Mi padre era metódico, organizado y disciplinado. Yo… bueno, de tal palo tal astilla.

Ocho y media de la mañana. He comprado, he desayunado y he fregado los cacharros del desayuno. Me siento y busco en Internet soluciones al hielo en el parabrisas. Poco hay que no supiera ya, pero lo del alcohol lo tengo que probar. Alcohol noventa y seis diluido al cincuenta por ciento. Podría hacerme una botellita y emplearla en las mañanas más duras, que vendrán. Tal vez funcione.

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