Halloween

Mañana es fiesta y en teoría no debería estar escribiendo porque no debería publicar mañana… Pero vamos, que tengo ganas. ¿Para qué abstenerme? Vamos allá. De hecho lo voy a publicar hoy.

Acabo de enviar una foto desde Snapdrop for Android al MacBook usando el protocolo Airdrop ese de Apple. A ver si ha funcionado. Ha tardado mucho, así que debe de ser más que nada para cosas puntuales pero, si funciona, pues bienvenido sea.

Pues no, no ha funcionado. Voy a probar de nuevo.

Ah, sí que había funcionado. Pero parece que la transferencia se hace a través de una página web y luego hay que descargar el archivo. En fin, menudo Airdrop bastardo más chungo. Y esta es una de las cosas que no me gustan de Apple: que no juegue con otros ecosistemas. Ahora me tendré que comprar un iPhone, ya lo estoy viendo. Pero son muy caros y yo soy muy rata.

Hoy ha salido un día prodigioso: 17 grados de temperatura y un cielo azul y despejado despampanante. Hasta he tenido la oportunidad de coger la bici, por fin, y dar unas pedaladas por el bosque. ¡Qué maravilla! ¡Qué ganas tenía!

Mucha gente, pero dando pedaladas a toda velocidad, sintiendo las piernas agotándose, dando pedaladas más fuerte cada vez que me ponía a pensar. La cantidad de energía que tenía por sacar. Y luego bajando a toda velocidad por caminos desconocidos asfaltados de hojas multicolor y en esa bici que hace años que no monto. He salido del bosque por un sitio desconocido y a tomar viento de casa, así que he tenido que consultar el mapa para saber cómo regresar. ¡Qué maravilla! Había que verme salir de casa a toda velocidad, no fuera a ser que desapareciera el sol por el horizonte o que cualquier cosa me impidiera la salida. Los cinco minutos de hinchar las ruedas ya han sido eternos. Me he dejado las gafas de sol, algo de abrigo y alguna cosa más que me hubiera venido bien. Pero nada iba a detenerme.

A la vuelta, Daniela y Luqui se habían ido a dar un paseo (todavía están en ello) y, tras recoger trastos, me he sentado en manga corta en la terraza a tomar el sol y a meditar. Qué gozada. Y unas horas antes de eso, después de comer, con la guitarra en la terraza media hora larga, tomando el sol y tocando y cantando mis grandes éxitos. Qué gusto. Ahora ya puede llover y hacer frío, que tengo las pilas cargadas a tope.

Al margen de eso, mencionar que, en la columna anterior, en un comentario, Manuel me ofrecía un trabajo en un “pequeño” proyecto. Tras escribirle y conocer algo más en profundidad el proyecto, seguramente me abstenga de llevarlo a cabo. Se trata de un proyecto para la empresa para que trabaja, una firma alemana relativamente grande con sede en España, y temo no estar a la altura de lo que quieren hacer y dejarle en mal lugar. ¿Y para qué? Él dice que sí que puedo con el asunto pero yo no estoy tan seguro. Y para qué. De todas maneras hemos quedado en que me enviará el dosier con los detalles. Como mínimo tengo curiosidad.

Por otro lado tengo un proyecto que me propone Dani que se ajusta mucho más a lo que voy buscando, y en la próxima columna entraré a comparar una cosa con la otra y a explicar por qué una me atrae más que la otra y qué es lo que estoy buscando específicamente y por qué. Genial está que, por fin, me vaya aclarando.

En otro orden de cosas, ayer por la noche, en la camita, terminé el libro de mi tío, que comprende los últimos meses que pasó con mi padre durante el confinamiento. La obra termina con el súbito empeoramiento de la salud de mi padre y sus últimas dos semanas en el hospital, así que acabé llorando a moco tendido. Al acabar me quedé un rato tumbado, abrazando el enorme libro sobre el pecho y sollozando. Fue un rato muy triste, pero a la vez muy bonito el sentir el sentido homenaje de mi tío a mi padre en sus páginas. Y después de llorar, me quedé mucho mejor. Todavía llevaba esas lágrimas por dentro, y cómo pesan.

Llorar; menudo superpoder.

Comentarios

Deja una respuesta