Siete y cuarenta de la mañana. Hoy me desperté a las cinco y media. Estaba inquieto por un asunto y también con ganas de entrarle al nuevo proyecto de Django tras la larga lección de ayer. Así que me he levantado, he practicado yoga, he hecho una meditación de casi media hora sentado sobre el suelo piernas cruzadas, he enviado un largo mensaje de voz abordando ese asunto que me inquietaba y, aprovechando la soledad matutina, me he venido aquí a compartir un rato con vosotros. Vamos allá.
Durante los últimos treinta años he dormido de pena. Es algo realmente triste.
Al principio de todo, cuando los primeros síntomas del Big Crunch, cuando empezaba la universidad, pasé varias semanas sin dormir. Daba vueltas en la cama hasta las cinco o las seis de la mañana y, finalmente, tal vez una hora antes de que sonara la alarma, perdía el conocimiento. Después de tres semanas, estaba completamente desecho. Diría que era difícil atender en clase, pero era prácticamente imposible.
Luego terminó esta etapa. Pasé a dormir muy mal, pero dormí más. Luego me acostumbré.
Esto, con los años se hizo normal. No fue hasta que empecé a recuperarme del Big Crunch, hace unos siete años, que un día me di cuenta de que mis sueños eran normalmente pesadillas. Cada vez que soñaba era un horror. Y ese horror se había convertido en la norma para mí. ¿Había otro tipo de sueños?
Con los años, a medida que me he ido recuperando, me he ido dando cuenta de de dónde venía ese horror. Lo podríamos resumir en doloroso retorcimiento. Imposible descansar, pero claro; hay que hacerlo. No se puede vivir sin dormir.
En fin, lo que quiero decir es que, de unos años a esta parte, a medida que he ido durmiendo cada vez mejor, he aprendido a valorar el descanso y la recuperación que surgen de la paz, y en particular de la paz de conciencia. Ese dormir porque estoy tranquilo, porque estoy en paz, porque he atendido adecuadamente mis necesidades y ahora me voy a dormir y a descansar. Todavía tengo mucho potencial y lo sigo desarrollando, pero lo que ya he logrado, ese dormir por las noches y descansar, eso es uno de los mayores logros de mi vida.
Así que estoy cuidando mi sueño, mimándolo. Y cuando un día como hoy me despierto a las cinco y media de la mañana, aunque me sienta bastante descansado, me doy cuenta de que hay algo que me inquieta y es un cierto asunto acerca del que estuve tratando ayer. Y, si hay algo que estoy aprendiendo y practicando, es a tragarme el sapo.
¿Sabes esos asuntos desagradables que vamos posponiendo porque, sencillamente, queremos evitar sentir algo desagradable? Pues este es uno de ellos.
Es una de esas ocasiones en las que hay una experiencia que viene en el futuro y que involucra a diferentes personas. Y yo tengo mi idea acerca de cómo va a ser esa experiencia, mi burbuja. Y como mi burbuja me encanta, pues la preservo. Y una manera de preservarla es guardándola para mí. En el momento en que la comparta, ya no es mi burbuja, es también la burbuja de alguien más. Pero claro, la fecha se acerca y hay que coordinarse y ponerse de acuerdo y entrar en detalles y bajar la burbuja a la tierra.
En el pasado, hubiera preservado la burbuja cuanto más tiempo mejor. Pero es una de esas ocasiones en las que me doy cuenta de que, cuanto más tarde en reventar la burbuja, peor. Así que, en esta onda de tragar sapos a primera hora de la mañana y el primer día de la semana, hoy me he tragado el sapo a primera hora de la mañana, en esta ocasión incluso antes de desayunar. ¡Olé!
Cogiendo el toro por los cuernos, podríamos decir. Tomando la iniciativa. Yendo directo hacia las sensaciones desagradables. Después de todo, también forman parte de mí.
Ahora, a lo largo de esta columna he hablado en primera persona, pero también he usado un lenguaje abstracto y ambiguo, muy de hipnosis ericksoniana, así que seguro que te has estado preguntando qué burbuja es esa y de qué se trata, y qué burbuja similar hay en tu vida y cómo podrías aprovechar para bajarla a tierra y tragarte ese sapo, ¿no es cierto? Y esta es una de las cosas que hacemos aquí: prosperar. Y para eso hace falta tragarse muchos sapos. Así que vamos a practicar.
El curso de Django con Python y JavaScript
Ayer tuve una lección larga con un vídeo de casi dos horas donde entramos en profundidad en Django, instalándolo y desarrollando un proyecto con varias aplicaciones, la última de ellas una sencilla lista de tareas. Muy interesante. Después me leí el proyecto que proponían a modo de ejercicio.
Se trata de crear una página similar a la Wikipedia. Algunas partes ya me las han dado hechas, como algunos artículos y algunas funciones que toman estos artículos y los presentan o los borran. Yo tengo que hacer la parte de definir las rutas, y crear las vistas, y modificar las plantillas y…
En fin, tengo que volver a releer el ejercicio con calma, porque es largo y complicado y me llevará varias horas hacerlo, pero quería destacar ese momento, al terminar la lección, de “Vale, lo he entendido todo”. Y en particular, cómo ese momento se contrapone al otro momento de “Vale, entonces tengo que hacer esto y… ¿cómo era?”.
Qué gran diferencia entre entenderlo y luego, quedarse solo y hacerlo. La de veces que he evitado hacerlo y me he quedado con el entenderlo para evitar el desagradable momento de darme cuenta de que no sé hacerlo. Una cosa es tener el conocimiento y otra la sabiduría que da la práctica, la experiencia del haberlo hecho.
Y hoy me toca enfrentarme al desagradable hecho de “No lo sé hacer. Lo entendí pero no lo sé hacer”, e igualmente ponerme manos a la obra, a revisar cómo hicimos las diferentes cosas durante la lección y descubrir cómo aplicar esos conocimientos al ejercicio de una manera práctica.
Ocho de la mañana. Suficiente por hoy. Ahora a repasar la columna y a publicarla.
¿Opiniones? ¿Sugerencias? ¿Pensamientos?
Responder a McGlor Cancelar la respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.