El shock de medianoche

Me despierto de un sueño profundo. Estoy tumbado en la cama y tengo a Lucas entre los brazos. Berrea como un Jumbo acelerando por la pista de despegue. La luz de la habitación está encendida y un olor fétido se expande por la estancia.

Daniela dice “Tengo que vomitar”, y sale por la puerta.

En estado de shock, me pregunto qué ocurre. ¿Qué hora es?

Luqui llora inconsolablemente.

Me quedo petrificado, sin saber qué hacer, así que opto por empezar a hacer un siseo. Tal vez eso le calme. Mientras tanto, pienso que esto puede dar, al menos, para el inicio de una buena entrada. Poco a poco voy atando cabos.

Daniela lleva un par de días con el estómago revuelto. Al parecer, la cosa ha escalado y ha tenido que levantarse a vomitar. En la urgencia, ha tomado al Luqui y me lo ha metido en la cama. No hay nada que pueda hacer para calmarle.

Cuando, un rato después, la emergencia termina, miro el reloj: las doce y cuarenta y cinco de la noche.

He dejado las puertas abiertas por si el episodio volviera a reproducirse. A través del espacio escucho a Daniela siseando, consolando a Luqui, que sigue llorando ininterrumpidamente, seguramente tan confuso y alarmado como su padre.

Media hora más tarde, sigo en la cama con los ojos como platos. Ya no sé si el siseo que oigo es cierto o, simplemente, se ha quedado atascado en mi mente. En algún momento, termino por dormirme.

Durante la noche y la mañana, medio dormido medio despierto, giro sobre mí mismo haciendo palanca con las diferentes esquinas de mí, haciendo rotar mis hombros y mis caderas en direcciones opuestas. El bloqueo que hubiera habido durante los últimos casi ocho años se ha amortiguado y las diferentes partes de mí se mueven con cierta soltura. Oigo esa especie de crujido de los músculos despegándose de los huesos.

Me despierto pronto. Voy al baño y camino hasta el comedor, donde todavía está en el suelo la esterilla de yoga que usé ayer para ver la tele tumbado en el suelo después de cenar. Tomo un par de mantas y me siento en el suelo con las piernas cruzadas.

Arrollo una manta alrededor de mi cintura tapando los pies y las piernas. Me echo la otra manta por encima. Entro rápidamente en un suave trance. Para cuando las piernas me empiezan a molestar y tengo que terminar la meditación, han pasado ya cuarenta minutos. Hoy ha sido todavía más placentero que otras veces. Con su angustia y sus dolores y sus retorcimientos, pero todavía más agradable que otras veces. Oigo a mi familia despertarse, y suenan de relativo buen humor.

Poco antes de comer, Daniela saca un par de hojas de periódico que le dieron sus padres. Es la sección de trabajo del Augsburger Allgemeine. Reviso los anuncios y encuentro un par de cosas interesantes: informático en la universidad y recepcionista en una consulta psiquiátrica. Mis elecciones son cada vez más surrealistas. Procedo a enviar las solicitudes.

Mis hombros han seguido desenroscándose. Mis caderas han seguido el camino de los hombros. Hoy es uno de esos días en los que me encuentro abocado a un montón de sensaciones de pura mierda que acaban de liberarse de las profundidades de mi inconsciencia, desde ese vertedero en el que, durante años, fui echando todo aquello que no quise ser. Hoy, estas partes, como el resto de mi ser, son necesarias, y tengo la obligación de recibirlas e integrarlas. Se siente tan dolorido.

¿Sabes esa sensación cuando haces estiramientos y estás estirando por ejemplo una pierna y te pasas? ¿Esa sensación de un tendón a punto de romperse? Cuando estamos estirando y sentimos eso, simplemente soltamos y la sensación remite. Bueno, yo no tengo manera de soltar. Mi hombro derecho está tan retorcido que esa sensación se extiende por el codo, el antebrazo y la muñeca. No tengo manera de soltar. Sólo puedo sentir: sentir el dolor y esa alarmante sensación que urge a soltar. Y no poder soltar. Simplemente, está retorcido, y quién sabe cuánto tiempo más estará así. Sólo queda sentir el dolor y esa alarmante sensación que urge a soltar… en vano.

Escribir solicitudes de trabajo sintiéndome así es casi que una tortura. Para qué lo hago, puedo incluso preguntarme. La Bundesagentur für Arbeit, mi mujer… ¿Qué cojones saben de lo que me ocurre?

Cierro con el ejercicio. ¿Que cómo me siento hoy? Ya he respondido en gran medida a esa pregunta.

Además de eso, otra sensación que he sentido en la última semana: la sensación de un trauma en la garganta. ¿Alguna vez has recibido un golpe fuerte en la garganta? ¿Conoces esa sensación? Pues está también aquí, surgiendo de las tinieblas de mi inconsciencia. Esto es buena noticia, pues supone que sigo avanzando, pero queda sentir eso, y es más que desagradable.

En cuanto a lo agradable, siguen soltándose los hombros y además se ha soltado algo de la cadera. En particular en la cadera derecha, esa dolorosa sensación tirante, como si mi cadera derecha y mi hombro derecho estuvieran atados por una distancia acortada con respecto a la natural, ha cesado o, como mínimo, se ha aliviado. Hace años ya que esa sensación surgió de mi inconsciencia para incorporarse a la mierda a procesar y hoy, años después, ha cedido en gran medida. Son grandes noticias, aunque contribuye a que me sienta hoy como una puta piltrafa.

Seguimos avanzando.

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