El madrugón

En realidad no ha sido un madrugón, pero me he levantado a las 6:30 de la mañana y esto es más pronto de lo que me suelo levantar. Hoy me he levantado con los primeros rayos del alba… que he podido percibir.

Nos fuimos a la cama relativamente pronto. Cuando se hizo de noche remoloneamos un poco y luego nos fuimos a dormir. Esta mañana, a las seis y media, ya entraba el sol por la ventana. Me he levantado, me he puesto las zapatillas y he salido a correr.

Me encanta levantarme así de pronto, o incluso más pronto todavía. Me encanta esa quietud de la mañana, cuando el mundo todavía duerme. Pero para eso hace falta irse pronto a la cama. Yo lo haría, pero Daniela no, y llevamos un tira y afloja desde que estamos juntos y hemos quedado en un compromiso intermedio también en esto.

En cualquier caso, hoy ha sido algo más cercano a una de esas mañanas que me gustan a mí y, especialmente en esta casa del bosque, ha sido una gozada.

El sol estaba bajo en el horizonte. La atmósfera húmeda. Los rayos de sol que atravesaban el vapor en el aire proyectaban sombras alargadas. Un manto de luz dorada se extendía sobre los campos. El campo de golf desierto, el césped verde resplandeciendo fantasmagóricamente.

He hecho mi pequeña ronda habitual de unos quince o veinte minutos y completado mi segunda sesión de jogging de la semana. Ahora se le llama running. En fin, lo que haga falta para molar. Sólo me he encontrado con una señora que paseaba un perro.

Después he regresado, he bebido algo de agua y me he sentado a practicar una meditación. He estado unos veinte o treinta minutos sentado frente al jardín, intentando entre otras cosas percibir cómo se movían los rayos de sol sobre el fondo frondoso. Ha sido la mar de agradable.

He oído algunos sonidos llamativos en el bosque. Al terminar la meditación me he acercado a la valla para tratar de encontrar la fuente de los mismos, pero no he podido ver animales. Una vez vimos jabalíes. Salieron disparados en cuanto nos vieron. Qué malas bestias. Otra vez vimos un cervatillo durante un paseo. Al parecer el bosque tiene una abundante fauna.

Y ahora, lógicamente, estoy aquí sentado, en esta mañana de sábado, a las ocho de la mañana, escribiendo la columna de hoy. Casi dos meses y medio publicando cada día. Sí señor. Bien hecho, Javier.

Sigo destorciendo y enderezando el nudo en la parte baja de mi cuello, en ese diafragma que conecta la base del cuello con la parte alta del pecho. Eso se retorció hace treinta años de tal manera que ambos hombros se retorcieron con ello. Llevo seis años y siete meses desenroscando eso. El resto del cuerpo se retorció a su vez alrededor de esta zona. Cada vez queda menos.

Y a medida que desenrosco esto, una de las cosas que noto es que puedo respirar mejor, que puedo respirar más. Que tengo acceso a la parte alta de mi pecho y que puedo meter aire ahí. Y eso es muy agradable. Esto es otra historia.

Tal vez grabe el podcast hoy. Quiero probar a hacer un episodio corto desde el teléfono móvil con unos auriculares con micrófono. Además, aquí hay una vieja guitarra que puedo usar para hacer la entradilla. Es una especie de guitarra clásica con las cuerdas metálicas. Debe de tener muchos años y las cuerdas también, así que están oxidadas y resulta sumamente desagradable hacer resbalar los dedos sobre las mismas. Pero bueno, para hacer un par de acordes y rasgar un poco… Suele darme buenos momentos cuando quiero hacer música en la casa del bosque.

Por lo demás, estoy considerando bajarme a España conduciendo el jueves que viene, cuando regresemos a Múnich. A menos que se ponga muy mal la cosa en suelo patrio, seguramente me coja el coche y me haga los 1.800 kilómetros en dos etapas. Me siento un pasito mejor y estoy más animado, y puede ser una experiencia interesante hacerme este camino solo. La última vez que hice algo así fue un París-Valencia cuando hice el Erasmus en Nantes, que conduje del tirón todavía no comprendo cómo, pues deben de ser unos 1.600 kilómetros.

Y este es el punto en el que me pregunto qué más contar y me doy cuenta de que me quedan doscientas cincuenta palabras. Recuerdo cuando escribía las páginas matutinas hace unos años para mí mismo y a veces terminaba escribiendo acerca del número de palabras que me quedaban para terminar. Ahora me quedan doscientas.

Estoy aquí sentado en un rincón del porche. Queda cerca de un enchufe y, durante el día, cuando hace sol, queda a la sombra y fresco. Ahora mismo queda bastante húmedo y frío, y me estoy quedando pajarito aquí tecleando estas líneas, en mis pantalones cortos y zapatillas de deporte. Daniela sigue durmiendo. Si no amanece al terminar esto me pondré con el podcast y así habré liquidado también este asunto de buena mañana. Después de todo, hoy es sábado de vacaciones. ¿Qué hago siquiera escribiendo esto?

Continuar avanzando en el reto de publicar mil palabras diariamente durante tres meses. Demonios, lo voy a conseguir. Ahora mismo tengo incluso cinco o seis días de buffer.

Ayer me estuve interesando por lo que llaman «membership sites». Al parecer es un buen modelo de negocio que está muy de moda ahora, y que consiste en tener un sitio de membresía en el que se ofrece contenido a cambio de un tanto al mes. Algo así como Netflix pero con contenido más específico. Lo mejor de eso es la sostenibilidad. Es interesante, aunque me queda por responder a la pregunta: ¿Qué ofrezco yo que resulte valioso y cómo lo hago de manera recurrente?

En fin, un pequeño pensamiento para ir plantando semillas.

Y con esto ya tenemos las mil palabras de hoy. Gracias por leer lo que escribo.

Para hoy una foto del otro lado del Starnbergersee. Fuimos y al cabo de un par de horas se nos puso a llover. Ahí empezaba.
Fuente: Javier

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