Dulces sueños

Me siento en la silla y pongo mis manos sobre los muslos. Me quedo mirando el teclado y mis ojos se desenfocan. Me siento bien. Acabo de meditar. Suena algo de música relajada de fondo. ¿Qué voy a contar? En un momento más lo sabremos.

Esto de escribir, y en general cualquier cosa creativa, se trata de coger carrerilla. Se trata de empezar. Una vez das tres pasos, ya sabes adónde vas. Luego sólo hay que tener las agallas de continuar, pero eso también se practica.

¿Acerca de qué escribo?

¿Acaso importa?

Eso me hace reír. En serio, ¿acaso importa? ¿Acaso no es más importante el estar aquí cada mañana, fiel a la práctica?

Diría que tengo poco que contar, pero es en esas ocasiones en las que me encuentro superando las mil palabras en una sentada.

A lo que me refiero es a que estoy aquí encerrado en casa, en una nueva cuarentena auto-impuesta, a la espera de hacer mi cuarto corona-test. Después de ese primer día de shock de regreso de España y de la muerte de mi padre, lo llevo bastante bien.

La nevera está llena. Daniela la aprovisionó de más de lo que necesitaré. Hasta me compró diez cervezas. Ayer me tomé dos, una con la comida y otra con la cena. Tengo un ordenador, una conexión a Internet y una esterilla de yoga. Hasta tengo un Linux para instalar. Con algo así me puedo entretener horas y horas. En serio, más horas incluso de las que debería. ¿De las que debería para qué?

Ayer pasé la tarde intentando instalar Linux, en particular Linux Manjaro. Investigué un poco y encontré que es la distribución con mejor soporte de hardware, así que la grabé en un palito USB y la probé. Por cierto, la tuve que grabar dos veces porque la primera vez salió rana.

Arrancó bien y fácil desde el palito USB. En un momento estaba en el entorno de escritorio KDE, mi favorito.

Limpio, funcional, organizado. Me sentí rápidamente como en casa. Las cosas tenían sentido. Incluso desde el palito USB, el sistema se movía con soltura. Descubrí que la cantidad de RAM que usaba era tres veces menor que en Windows, aunque habría que hacer una prueba de uso normal.

Intenté la instalación.

Hay una parte de mí que se resiste rebeldemente a usar Windows. Pero como gato panza arriba. Y eso que las desventajas de Linux suelen ser muchas.

Muchas cosas no funcionan. A menudo instalar hardware supone tener que “cacharrear”, a veces durante horas. En ocasiones, simplemente, no tiene solución. A veces, los programas que quiero usar no tienen versión Linux. A veces las cosas tardan en estar soportadas en Linux.

Tiré a instalar Manjaro. Estaba contento con lo que estaba experimentando desde el palito USB.

Había detectado el monitor externo a la primera, extendiendo el escritorio principal. La tarjeta de red, que había sido incapaz de hacer funcionar la última vez que había instalado Ubuntu, funcionó sin tener que hacer nada y conecté el ordenador a Internet fácilmente con tan sólo introducir la contraseña de red. El entorno de escritorio KDE iba suelto y daba gusto verlo y manejarse por él.

Los primeros pasos del instalador fueron fáciles. Incluso cuando llegué a la parte del particionado encontré varias opciones. Me decidí por reducir la partición de Windows para hacer sitio a Linux Manjaro. Treinta gigas. Adelante.

Me recosté sobre la silla para encontrar un problema en el proceso. Algo de que la nueva partición no tenía sitio. Claro que no tenía sitio: lo tenía que hacer el instalador.

Varias pruebas después terminé renunciando a la instalación a última hora de la tarde y ya con dolor de cabeza. Y mira, de tanto tiempo dispongo esta semana y tales son mis ganas de instalar y trabajar desde Linux que, seguramente, esta tarde haga un nuevo intento.

Ya tengo hora para mi cuarto corona-test: el viernes a las 10:50 de la mañana. Queda la parte de llegar hasta allí. Las opciones:

  1. Andando. Una hora de caminata de ida y otra de vuelta.
  2. En bici. Media hora de bici a través del centro de Múnich. No es el mejor de los paseos.
  3. En S-Bahn, el metro. Hacinado en época de pandemia. De cómo contagiarse del virus yendo a hacerse la prueba.

Condiciones de contorno: temperaturas inferiores a los diez grados y amenaza de lluvia.

Ya veremos.

Por otra parte, Daniela me ha pedido que le grabe un audio para conciliar el sueño, que con su exilio familiar, el embarazo y el riesgo de contagio, que tal vez es mayor en compañía de su familia que en el mío, está teniendo dificultades para pegar ojo.

¿Grabar audio de hipnosis para dormir o intentar instalar Linux? ¿Os dais cuenta del dilema?

Listo. Ahora a grabar el podcast. Hasta mañana y dulces sueños.

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