Como título es algo flojillo. Creo recordar que era una película de Tarantino. Era acerca de la esclavitud en los USA hace mucho tiempo. Un esclavo negro se llamaba Django y un día se le inflaban las narices del sometimiento y la liaba parda. Como título es algo flojillo, pero sirve para empezar la columna de hoy. Vamos allá.
Qué alegría retomar el rato diario de escritura, aunque este es el momento en el que me doy cuenta de que es sábado y tenía los fines de semana por descansos. En fin, aprovechemos antes de que Lucas termine el almuerzo.
El título viene a cuento por… ¿puedes adivinarlo? Deja un comentario si lo adivinaste. No vale leer un poco más adelante. Me abstendré igualmente de dar pistas en los próximos párrafos.
Llevo ya algunos días revisando ofertas de trabajo en Augsburgo. La verdad es que lo encuentro un poco desalentador. Aquí un puesto de ingeniero que encuentro aburrido y para el que me siento poco cualificado después de tantos años alejado de la ingeniería, aquí un puesto de cajero en el Netto, aquí un puesto de esto para lo que piden una formación de la que carezco… Además, estoy buscando algo a media jornada, pero… ¿qué hay a media jornada?
Vengo de la España del pasado. Para mí, allí no existen los trabajos a media jornada, y mucho menos los que valgan la pena. Aquí es otra cosa, pero incluso así… tampoco he encontrado gran cosa.
Igualmente, sigo buscando. Mantengo el ánimo. Me permito soñar, al menos un poquito. Ir más allá de lo que mi mente me dice que es posible.
Así que andaba revisando ofertas de trabajo en Augsburgo exclusivamente a media jornada cuando encontré una de programador en Django. No sé ni por qué miré, pero lo hice.
Django es un framework, una estructura prefabricada, para crear páginas web en Python. Me encanta Python, pero me siento muy limitado en lo que sé hacer. Nunca he trabajado profesionalmente en este lenguaje, y a lo más que puedo aspirar es a una oportunidad para aprender. Mi proyecto privado más ambicioso fue uno que tomaba las fotos de mis posts aquí y las subía a Instagram. Qué subidón cuando funcionó. Luego encontré que daba algunos problemas pues Instagram es muy estricto con los formatos de tamaño que acepta, pero me dio igual: me interesaba más la prueba de concepto y el reto; el descubrir si podía lograrlo. Los detalles me daban igual.
El caso es que llegué a la oferta de trabajo. Encontré algunas cosas que me gustaron.
Básicamente, la cosa va de desarrollar en Python usando Django, de lo cual, aunque tengo alguna idea, es poca. Lo que sé lo aprendí de unos videotutoriales en YouTube que vi porque tenía curiosidad por cómo funcionaba. Yo conocía Zend como framework, pues era lo que usábamos en el trabajo sobre PHP, y me preguntaba cómo sería Django con mi querido Python. Contemplaba la idea de crear mi propio blog desde cero de forma artesanal. Sería un puntazo verlo crecer lentamente y a medida hasta llegar al primer comentario.
Además de desarrollar en Python usando Django, parecía que había que representar a la empresa en actos públicos y trabajar con universidades. Dado que me encanta hablar en público y tengo mucha práctica, eso me animó.
Al final, la oferta remataba:
“No te preocupes si no cumples todos los requerimientos; preséntate igual. De todas maneras vas a aprender mucho con nosotros”.
Viendo además que la oferta tiene dos meses, dije: “Venga, voy a probar”.
Pero no me apetecía mandar el currículum y todo en plan formal, ya que no sabía siquiera si mis habilidades darían la talla, así que aproveché el aire informal de la oferta para enviar un email en plan amistoso y curioso.
Les conté que venía de España, que acababa de tener un bebé y que nos mudábamos a Augsburgo para estar cerca de la familia por tener algo más de apoyo. Les conté que venía de trabajar con PHP y que tenía experiencia con Zend, con APIs, con Git y con Subversion. Les conté que amaba Python y que conocía Django de haber visto unos vídeos en YouTube por curiosidad. Les conté que hablaba alemán tal y como lo podían leer, con nivel oficial C1, y que mi inglés era todavía mejor. Les conté que tenía experiencia hablando en público.
Añadí que lo que me había gustado de ellos era su transparencia y su sencillez, y que el dinero era un asunto secundario y que estaba listo para empezar ayer. Envié el email.
También les dije que tenía décadas de experiencia con Linux y que ahora mismo usaba Ubuntu. En fin, quedó bastante bien, fluido, con mis propias palabras, sin recurrir a Daniela para escribir algo formal y 100% correcto. Algo espontáneo, sencillo y agradable, en contraposición a las luchas de preparación de solicitudes del pasado.
Vamos a ver qué dicen.
Sería un trabajo a media jornada, veinte horas a la semana. Podría trabajar desde casa; ahora mismo están, igualmente, todos trabajando desde casa.
Se trata de una organización sin ánimo de lucro. El software que desarrollan lo publican como código abierto.
Yo creía que no quería trabajar como programador, pero ayer mismo estaba retocando un script en Python que, tras la mudanza a Ubuntu, había dejado de funcionar.
La verdad es que me hace ilusión todo esto. La media jornada, el programar, el aprender, el meterme a fondo en algo. El ambiente relajado a diferencia del estrés brutal de mi primer y último, hasta la fecha, trabajo como programador.
Y me sentí muy bien de hacerlo tan sencillo, tan fácil, tan fluido. Y fue muy agradable encontrar una oferta así, una de esas que yo hubiera creído que eran imposibles.
Trabajos así no existen. Por eso hay que inventarlos.
Pues mira, afortunadamente, una vez más, me volví a equivocar.
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