Vamos hoy con este título tan llamativo. Lucas camina calle abajo de la mano de Daniela y yo ya he medido la anchura de la terraza, hecho números de la cantidad de tablones que hay que comprar y rellenado el formulario para contratar el hosting para la asociación, a la espera de que Daniela me confirme el nombre del dominio. Cumplidas mis labores, me atrevo a entregarme a la columna de hoy. No sé lo que durará, pero bien podemos empezar.
¿Qué demonios es el marsopeo? Hace referencia al porpoising, un fenómeno aerodinámico que se están encontrando los equipos de Fórmula 1 en los primeros tests en esta primera temporada de cambio de reglamentación e inclusión del efecto suelo. Estaba considerando escribir acerca de este marsopeo, pero seguramente me iría a las 2.000 ó 3.000 palabras y no me va a dar tiempo, así que lo voy a dejar en una mención. ¿Os interesa el tema? A mí sí.
Ayer vino mi suegro con unos tablones. A sus setenta años, le admiro por su actividad, muy superior a la mía. Los dispuso sobre la terraza y me mostró cómo tenía en mente construir la estructura que soportaría la nueva terraza.
Van cinco vigas de madera de 7×5 centímetros a lo largo de la anchura de la superficie. Estas se apoyan sobre lo que aquí llaman “Schue”, que deben de ser zapatas, ancladas a la pared de la casa y, en el otro extremo, sobre bloques de hormigón existentes en el suelo. Mi suegro lo ve todo hecho: aquí hay que taladrar un agujero en la base hormigonada de la casa, aquí hay que añadir hormigón; aquí hay que quitarlo, y aquí hay que cortar esta piedra así y así.
—¡¿Cortar una piedra?!
—Sí, claro. Lo haría yo, pero seguramente dejaremos que lo haga Mirek. Ya me he hecho bastantes cortes en las piernas.
Mirek es el polaco que viene mañana a hacer el desván. Mi suegro ya ha anunciado su advención de sí mismo para esta tarde para preparar el terreno. Mañana por la mañana, a las siete y media, viene Mirek y empieza la marcha. Habrá que subir los doscientos kilos de material poco a poco. Hasta el desván. Por las escaleras.
De vuelta a la terraza, encima de esas vigas, van otras cruzadas, entre cinco y ocho, todavía hay que verlo. Encima, van las láminas que darán lugar a la superficie de la terraza. Tres metros de largo, 14.5 centímetros de ancho cada una.
—Cuenta quince centímetros, que hay que dejar cinco milímetros entre tabla y tabla —me dijo mi suegro.
Así que esta mañana hice los números y salen 50 tablas. 700 y pico euros.
Tengo entendido que el orden de sucesión de las obras es el siguiente:
- Desván
- Terraza
- Terraza de mis suegros
- Sauna
Para cuando hayamos terminado la terraza de mis suegros, la sauna será pan comido.
Mientras tanto, sigo trabajando en mi último proyecto, el brazo sujeta-televisores. Todavía estoy con eso.
—Da igual que lo pongas ahí o ahí —me dijo mi suegro—. Toda la pared está tras una plancha de pladur de dos centímetros.
—¿De pladur? Eso es un problema.
—Debería aguantar, pero, para estar más seguros, convendría comprar tacos y tornillos más largos que los que te venían en la caja.
A la mierda el plan. Toca visita al Bauhaus.
Ya veremos cómo queda la cosa, porque son cinco tornillacos de espanto. Diez milímetros de diámetro, como los de la obra del Escorial del armario del cuarto de baño. Hemos recorrido un largo camino desde entonces. Ahora hasta tengo un punzón para encaminar la broca.
En la pared ya está la cartulina, sujeta con cinta de pintor, con los agujeros marcados. Todo muy profesional.
Que salga bien, por favor.
Ahora me toca preparar el salmón.
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