Buenas noticias postales

Lunes por la mañana. Me siento a trabajar. ¿Dónde está el sapo de hoy? Aquí: leer y rellenar la documentación para el próximo curso de orientación laboral. Ven aquí. Veeeeen aquí…

Paso una hora leyendo, entre detenidamente y por encima, la pila de unos quince o veinte folios. Algunas de las cosas aplican solamente si acudo a sus dependencias. Hay hasta un plan en caso de incendio… Relleno los diferentes campos y marco las casillas correspondientes. Leo y firmo. Y firmo. Y firmo.

Cuando doblo el taco de folios y los meto en el sobre para enviarlos de vuelta, ha pasado una hora.

Listo el sapo de hoy. Se siente bien. Se siente la satisfacción de un logro.

El sábado por la tarde, después de comer, subió Daniela con algunas cartas en la mano.

—Son todas para ti —me dijo.

No me gusta recibir cartas: suelen ser malas noticias.

Llega alguna factura. Algún organismo oficial me requiere algo. Llega publicidad…

Así ha sido durante muchos años.

Tomé las cartas y las dejé sobre la mesa.

—¿Vamos a pasear? —pregunté.

—¿No las vas a abrir?

—No, las abriré el lunes por mañana, en “horario de oficina”.

—Pero… ¿por qué no?

Discusión. Excusas difusas. Paseo. Discusión. Volvemos.

A regañadientes, me siento a abrir las cartas. Después de todo, estoy aprendiendo a tragar sapos, y cada oportunidad de práctica debe ser aprovechada y hasta agradecida. Me siento y tomo los sapos uno a uno por las ancas.

La documentación del curso de orientación laboral. Tengo que leerla y rellenarla y enviarla de vuelta. Sapo para el lunes.

Una carta de la renta alemana diciendo que han recibido la documentación que les envié y que la van a procesar con esfuerzo. Oh, qué bien.

Una carta de mi hermana con el informe de vida laboral que pedí a la renta española. Oh, qué bien.

Una carta de la hacienda alemana con el certificado de residencia fiscal que les pedí. Oh, qué bien.

Tiré los sobres abiertos y dejé el resto de papeles sobre la mesa. Introduje unas tareas en la agenda para el lunes por la mañana. En el momento de escribir esto ya me he tragado dos de los tres sapos.

Me senté y me eché a llorar.

No era tan difícil, y no quería hacerlo. Los papeles oficiales me recuerdan, de alguna manera, el dolor entumecido de los años; los lustros de angustia que viví. El estado en el que estaba.

Algo en mi moral me impide simplemente tirarlos, sino que tengo que procesarlos. No puedo escapar de ellos, y por tanto los tengo que enfrentar. Y, de alguna manera, tengo que enfrentarme a ese vacío dentro de mí mismo que, en los últimos años, se ha ido llenando de partes de mí brutalmente doloridas y que todavía estoy aprendiendo a reconocer, a aceptar y a consolar.

Lloro. Una vez más, lloro y me vuelvo a aliviar.

Buenas noticias postales.

Son más que buenas noticias postales: son el testigo de que las cosas han cambiado, de que siguen cambiando. De que lo peor ya quedó atrás. De que puedo alegrarme de recibir cartas. De que puedo alegrarme de estar conectado; de estar conectado y de cumplir con la parte que me toca. Testigo de que soy responsable y de que se puede contar conmigo.

Todo está conectado
(Me había quedado esta por poner)

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