Aventuras en el lago

El cielo se levanta gris oscuro un día más. Alemania en verano, qué cosa más sorprendentemente inhóspita. Pero oye, cada semana sale un día bueno y lo aprovechamos para irnos al lago. Nosotros y media ciudad. Múnich, no voy a echar tus atascos de menos.

Maxi-cosi, carrito, bolsa con los enseres de Luqui, mochila con agua y provisiones, otra mochila. Privamos a Lucas de su siesta matutina para que se la enchufe en el coche.

Hoy me siento regular, con los dolores en la parte alta del pecho y los hombros más presente de lo habitual. Si tuviera un display con el uso de recursos, de buena mañana ya estaría prácticamente al 100%. Pero oye, sólo queda llegar al coche y conducir. El sol brilla radiante y para hoy dice la ranita que vamos a superar los 30 grados. Vamos para allá.

Pulso el botón de apertura en la llave del coche. No sucede nada.

Voy hasta la puerta del conductor. La llave no entra. Se queda a medias. Forcejeo.

Algo ocurre.

Resolvemos volver a casa a recuperar la segunda llave.

Luqui está en equilibrio inestable. Podría evolucionar en cualquier dirección en cualquier momento. Se podría decir que está en estado cuántico. Dicen que no se aplica a los objetos de tamaño macroscópico, pero yo tengo otra opinión.

Regreso a casa. Segunda llave. Regreso al coche.

El coche se abre esta vez por la puerta del conductor. El resto de puertas no se abren. Daniela insiste en meter a Luqui, quien afortunadamente se ha dormido, en el coche urgentemente, pero yo tengo una corazonada.

Me siento en el asiento del conductor y meto la llave en el contacto. La giro. Nada. La batería está seca. No se mueve ni una biela.

Parece que se aborta el lago.

Busco en el maletero la batería extra que se puede cargar y, con ella, arrancar el coche, pero recordamos que se la quedó el padre de Daniela por si algún apuro. Pasado el periodo invernal, a quién se le iba a ocurrir que el Modus se quedaría tieso.

Sacamos las pinzas del maletero. Tal vez podamos encontrar a alguien que nos eche una mano. Con Luqui dormido a la sombra y estático, milagro, paramos una furgoneta con matrícula polaca y una pareja mayor. Acceden a echarnos una mano.

La furgoneta maniobra hasta ponerse en posición. Abrimos capós. Rojo con rojo y negro con negro, como me enseñó mi primo Fito el verano pasado. Al conectar el último borne, la batería de la furgoneta comienza a chisporrotear, lo que nos hace dudar. Sólo falta que nos fundamos la segunda batería. Eso nos dejaría en una situación todavía más comprometida. Al final, nos atrevemos y, tras un par de intentos y ajustes de pinzas, el Modus arranca. Gracias y doy una vuelta a la manzana con un gran miedo de que me tiemble el embrague y el coche se cale y nos quedemos de nuevo tirados. De vuelta, cargamos todo y salimos para el lago. Luqui duerme.

Llegamos al lago y aparcamos ya en tercera fila. Desembarcamos y caminamos hasta nuestro lugar habitual. Hoy los Alpes se ven de maravilla. Me meto en el agua mientras Daniela hace el primer turno de caminatas por la orilla para velar por el sueño de Luqui. Yo temo que, de vuelta, el coche no arranque de nuevo.

La batería debería haberse cargado lo suficiente. En cuanto al problema, tengo una teoría.

El Modus, que ha superado ya la quincena, tiene algunas teclas. Una de ellas es una extraña derivación: si la luz está apagada y enciendo el intermitente derecho, la luz se enciende. ¿Se quedó el coche con el intermitente derecho puesto y la luz encendida? Quizá. Eso explicaría el suceso.

Avanza el día. El lago se llena. Los SUPs se hinchan y se deshinchan por todas partes. Nubes de bichos nos rodean. Me pica algo que podría ser una avispa descafeinada. Empezando la tarde, se encienden las luces naranjas del puerto, lo que indica que viene tormenta. La ranita meteorológica nos da dos horas, pero prefiero empezar a empaquetar porque no las tengo todas conmigo con la batería del coche.

Con tiempo, salimos hacia el parking. Me meto en el vehículo y giro la llave: se enciende el tablero de mandos. Yes. Doy al contacto. El cigüeñal da dos vueltas y se detiene.

De nuevo varados. Se repite el sainete. Ahora, con tanta gente por el parking, también tenemos la opción de empujar el coche.

Localizamos un grupo de jóvenes del este que apenas hablan alemán. Incluso así, rápidamente comprenden el asunto y se ofrecen a echarnos una mano. Tal vez sean fornidos trabajadores de la construcción. Podrían coger el coche y volcarlo si quisieran. En un momento más, dos de ellos están empujando el Modus conmigo dentro. Meto segunda. Si esperara un poco podríamos alcanzar las ochenta millas por hora y volver a 1990 y evitar el Big Crunch, pero no hace falta.

Suelto el embrague. Piso el acelerador. Giro el contacto. Activo los flaps. Tiro de la palanca hacia mí. En fin, hago todo lo que sea que puede hacer que el coche arranque. El coche arranca.

El motor es increíblemente silencioso. Detengo el coche y no sé si el motor se ha parado o si sigue funcionando. Funciona. Pongo las luces de emergencia, grito un “Danke!” al otro lado del párking y procedo a cargar a la familia.

Necesitamos un coche nuevo. Estas son demasiadas emociones para mí.

Conducimos de vuelta. El atasco es descomunal. Se junta la hora punta con la salida del lago con un camión que se queda tirado en un túnel. El aire acondicionado no da abasto. Lucas se pone a llorar. Múnich, no voy a echar de menos tus atascos.

Llegamos a casa. Buscamos un lugar para aparcar y encontramos uno fantástico bien cerca. Detengo el motor.

—Y si ahora lo quisiera arrancar del nuevo…

Giro la llave y el coche arranca de nuevo. Bien, ya veremos la próxima vez.

Arribamos a casa. Los cartones que pedimos por Internet han llegado y reposan junto a los buzones. Subimos.

Desempaquetamos. Dejo cada cosa en su sitio y limpio y friego trastos como potitos y cucharitas. Mientras Lucas se reavitualla, bajo a por los cartones y subo el muerto. Ya tenemos cartones de mudanza; esto sigue tomando forma.

Llamo a la pizzería y pido dos pizzas. Termino de fregar cacharros. Salgo y recojo las pizzas. Mientras regreso a casa, me parece un sueño la cantidad de cosas que puedo hacer. El día de hoy, con su dosis extra de aventuras, me ha puesto de nuevo a prueba. Y prueba superada.

Me entero de que España juega hoy contra Italia. Vemos un par de episodios de “Huge in Paris”, c’est Gad, y cambiamos para los últimos quince minutos del partido.

En fin, día largo.

España cae en los penaltis. Un par de vídeos de YouTube. Quince minutos de meditación. Gute Nacht.

Vaya día.

Comentarios

2 respuestas a «Aventuras en el lago»

  1. Avatar de Juan
    Juan

    Me ha entretenido el post. Me ha recordado a tus antiguos posts de “el diario teutón”, aunque obviamente tu situación ahora es diferente. Una cosa que me gusta de leerte en este tipo de posts es que eres capaz de narrar tu cotidianidad de una manera amena y divertida y que personalmente me engancha bastante.

    Por otro lado la historia me ha recordado que yo me ví hace años en una parecida al tener que arrancar mi coche con unas pinzas y una”alma caritativa” que por allí pasaba con su vehículo. También me ví en el trance de pensar que me había cargado algo en el otro coche al arrancar el mío, al final por suerte no fué así, pero me quede pensando en lo delicados y complicados que son a veces los coches actuales con tanta electrónica que llevan.

    1. Avatar de Javier

      Muchas gracias por tu contribución, Juan. Aprecio mucho el comentario.

      Aunque los coches actuales llevan mucha electrónica, considero este asunto más una cosa eléctrica que electrónica. Pero sí, y cada vez más electrónica.

      Un saludo y muchas gracias 🙂

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