Año nuevo, distro nueva.

En esta columna voy a continuar un relato que dejé a medias hace unos días, cuando quise instalar Gnome en Linux Mint y me llevé no una, sino varias sorpresas. Vamos allá.

Hace cosa de una semana…

Hoy estaba yo instalando el cliente de correo de Gnome, que tiene un aspecto fenomenal, y el calendario, cuyo acceso a Google parece estar bloqueado por algún motivo, cuando he querido volver al asunto de los espacios de trabajo e instalar una extensión que permite tener escritorios tanto en vertical como en horizontal. Como nunca tengo bastantes escritorios, he ido a instalarlo para comprobar que mi versión de Gnome es relativamente antigua. Esto me ha llevado a revisar la versión de Mint y descubrir que, en realidad, jamás hice el upgrade a la versión 20 sino que sigo en la 18. Al parecer, el upgrade no es trivial. Aquí mismo estoy ahora, siguiendo unas instrucciones en alemán que me ha devuelto Google acerca del tema. Santiguémosnos y procedamos.

Realizo la actualización de la versión 18.1 a la 18.3, el primer paso. Reinicio.

Han desaparecido todas las ventanas que tenía abiertas antes de guardar. El escritorio está ahora en alemán. Me lleva un momento recuperar este texto.

Recupero las ventanas del navegador y estudio el siguiente paso.

Vale, parece que tengo que eliminar las llamadas PPAs, las fuentes externas de software. Las elimino una a una.

Las instrucciones me piden también que elimine cualquier paquete instalado con anteriodad en el sistema, cosas como Spotify, Discord, Skype, Zoom, etc… Borro todos los programas que instalé laboriosamente hace una semana.

Instalo mintupgrade, herramienta que tiene que asistirme en el upgrade. Hecho.

Hago una simulación del proceso, como sugieren las instrucciones. Resultado:

!!  ERROR: Your edition of Linux Mint is 'KDE'. It cannot be upgraded to Linux Mint 19 'Tara'.
!! Exiting.

Se acabó el upgrade.

Pienso en instalar Ubuntu y dejarme de historias. La última vez no funcionó.

Son las 11:48 y a las 13:30 tengo sesión de coaching en abierto. No tengo que asistir necesariamente, pero me gustaría. Para eso necesito un Linux funcional.

Que suene la música de “Mission impossible”.

Descargo la iso de la última versión de Ubuntu mientras me entero de cómo la puedo grabar en un usb desde Linux. Cuando termina de descargar, la grabo utilizando una herramienta del sistema. Reinicio.

Procedo con la instalación. El proceso es sencillo: configuración básica, teclado, red… En el momento de elegir en qué parte del disco duro se instalará el nuevo sistema, confío en haber elegido la partición adecuada. No las tengo todas conmigo.

El proceso de instalación se lleva a cabo. En el último momento, el instalador crashea como lo hizo hace un mes. Al parecer ahora se trata de un bug registrado, y descubro que el problema viene de haber seleccionado la opción de instalar paquetes adicionales, como drivers propietarios y demás. Miro el reloj y reinicio la instalación, en esta ocasión desactivando la susodicha opción.

La instalación se lleva a cabo exitosamente esta vez. Mientras tanto me he preparado y comido unos tortellini con pesto. Cinco minutos antes de que empiece la sesión abierta de coaching, me siento en la silla y pruebo la cámara y el sonido.

El sistema va lento, tan lento que resulta inusable. El mero acto de cambiar entre ventanas se demora un par de segundos. La cámara da dos frames por segundo. Cojo el portátil de Daniela y me incorporo a la videoconferencia con un par de minutos de retraso.

Hora y media más tarde, reviso la situación con más detenimiento. Todo va exasperantemente lento. Pruebo lo único que se me ocurre: instalar los drivers propietarios de nvidia, proceso que tiene lugar rápida y sencillamente. Reinicio. Ahora todo va suave y ligero. Inspecciono Gnome.

Una semana después…

Tras una semana de uso, la cosa va muy bien. Tengo la última versión de Gnome y me gusta. El dock está ahí de nuevo, la barra superior luce negra y elegante, me he acostumbrado al desplazamiento vertical entre escritorios… Me gusta.

A favor

El escritorio luce elegante. Va suave. Las animaciones son chulas. En general da gusto usarlo. Se ve bien acabado y los diferentes programas se integran bien. Usar las actividades para lanzar programas funciona muy bien, y encuentra también ficheros por todo el sistema operativo rápidamente. Viniendo del engendro de Linux Mint con KDE, Ubuntu de casa va realmente bien.

En contra

Los iconos de la barra superior se amontonan de derecha a izquierda, y están más separados entre sí de lo que encuentro necesario. No se puede ajustar ni la cantidad de iconos a mostrar ni su espaciado. Parece que lo primero se puede controlar con una extensión, pero la manera de instalar extensiones no resulta trivial. Eso me ha hecho renunciar a los escritorios horizontales y ya me he acostumbrado.

Por otra parte, he leído que, en la próxima versión de Gnome, la Gnome 40 que viene para Mayo o así, vuelven los escritorios en horizontal. En fin.

Despedida y cierre

Después de hace un poco de distro-hopping y de jugar a los médicos con Linux Mint, me parece que me voy a quedar en Ubuntu, con su estabilidad y sus visos de futuro.

El monitor externo funciona perfectamente y la red lo suficientemente bien, con la única pega de que alguna vez se desconecta, ignoro por qué.

Por lo demás funciona la cámara, el micro y hasta la impresora.

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